martes, 4 de marzo de 2008

AUTOCRITICA Y DEBATE: En pos de la dialéctica

Por Mario Peláez Pérez
Nuevamente abordamos el tema de nuestra (enajenada) conciencia social, y, como hace dos años, lo hacemos en vísperas de la batahola de "Olés" y capotazos. (1)
Soy consciente de que la ocasión no es la mejor para exigir cuentas al espíritu o para confrontar con la historia. En esta fiesta religiosa el protagonismo la tiene una efusiva liturgia, que - pese a todo - No logra empinarse más allá de la medianía.
De ahí que las celebraciones tengan la impronta de más "pagana que cristiana". (2)
Bajo estas condiciones ¿Habrá alguien que sacrifique los molinetes del torero y se disponga a reflexionar el contenido de estas líneas? No suelo fácilmente evidenciar optimismo, pero estoy seguro que habrá jóvenes de espíritu que lo hagan. En cuyo caso ya estaría en marcha el imprescindible debate y una severa autocrítica.
Y como hace dos años escribo estas líneas con el mismo cariño y la misma ironía de tono elegiaco. Y es que nada hay más cabal y transparente en el hermoso infinito que es el ser que la ironía. Ella suele dar la palabra a todos los "habitantes del pensamiento". Definitivamente potencia el dialogo. Cuidado, entonces, con levar y hermanar a la ironía con la soberbia y el sarcasmo, como tampoco con la sátira.
En aquella oportunidad de hace dos años- en carta dirigida a viejos amigos- exponía algunos argumentos sobre el tema. (3) Sostuve como parte del planteamiento (y que hoy ratificamos), que nosotros los celendinos solo degustamos de un sensualismo sin sensibilidad: Del marginar de la historia, de la creación artística y de las grandes pasiones. Quién sabe por eso nuestra euforia y activismo cívico (que no tiene parentesco o raíz común con la práctica social). Se rinden en el ruedo taurino rechoncho de significantes y polifónicos olés: Al principio-en el primer capotazo de la primera tarde-asoma un Ole tímido y nervioso expectante-luego -ya con tilde - se escuchan los olés corajudos y españolísimos, y después solamente olés convictos y confesos shilicos.Y es que para entonces el pundonor del torero y la agonía del toro. Capote y ruedo ya fertilizados con la sangre del "bicho" han erguido al tope nuestra conciencia cívica carmelina.
Así, los chaques, palcos y sobre palcos engolfados crujen; y es que somos ya cautivos de una excitación (elemental) en las ancas del toro ensangrentado. En la barrera (los "estancieros") algo serenos y diferenciados no enajenan en mucho su identidad. Felizmente.

¿Los celendinos tenemos los méritos y logros para tirar "la casa por la ventana"
como lo hacemos año tras año...?

Desde luego que los pueblos tienen todo el derecho a celebrar en grande sus efemérides. Nadie con sensatez seria capaz de apagar las luces del espíritu colectivo, le dice el Quijote a Sancho Panza. Sin embargo las fiestas de los pueblos tienen -NECESARIAMENTE- que estar en relación y proporción a sus logros históricos y creaciones culturales.
¿Nosotros los celendinos -como colectividad- tenemos los méritos y logros para tirar "la casa por la ventana" como lo hacemos año tras año?
No. Definitivamente no. (Obviamente otra consideración tiene Celendín como paisaje, y que sin duda toda sensibilidad exquisita apostaría por Celendín. Hasta se podría jurar que la ciudad de Celendín fue concebida al alba y de cara al primer sol...)
El caso de Celendín es singular. Casi único. Sus carencias espirituales son múltiples. Para empezar Celendín no cuenta con los ingredientes básicos que constituyen la "identidad o mestizaje cultural". No tenemos de "lo andino" prehispánico: el quechua, la tecnología agraria, cerámica, el curanderismo, etc. Tampoco tenemos lo "andino colonial" popular: La riquísima conciencia y experiencia social a propósito de las rebeliones indígenas y mestizas, y hasta del huayco carecemos; aunque generalmente plañidero, resulta contestatario. (4)
¿Entonces en dónde están nuestras raíces?
Hay que rastrearlas Marañón adentro. Desde Moyobanba, Chachapoyas y Rodríguez de Mendoza con quienes Celendín conforma, efectivamente, una inquebrantable unidad geográfica-social. (5). Es en aquellos lares donde se asentaron muchos de las huestes de Gonzalo Pizarro, después de las guerras civiles entre conquistadores; que no solo desconocieron la autoridad de la Corona sino éstos entendieron la "Conquista" en términos de la economía capitalista y del liberalismo, que ya evalúa al hombre no sólo como productor (y para el cielo...) sino también como consumidor (para el mercado)
Al influjo de aquellas presencias e influencias vamos siendo definidos y definiendo una peculiar idiosincrasia "liberal" que luego nos capacita como comerciantes y andariegos, en la talla de Candelario, personaje celendino de la novela "Siempre hay caminos", de Ciro Alegría. Como seguramente mucho antes influyera en la visión del niño Juan Basilio Cortesana.
De otro lado, tampoco pugnamos -y no hay síntomas de querer hacerlo- por desarrollar historia y cultura que llene aquel vacío. Sólo en dos oportunidades nosotros los celendinos (me refiero a los del cercado) acompañamos con dignidad y solidaridad a la historia. La primera en los años cincuenta, a consecuencia de la huelga estudiantil del Colegio "Javier Prado", y la otra por los años setenta cuando estudiantes y artesanos desfilaron conjuntamente con el puño en alto. ¡Con el inmortal puño en alto!
Claro está que el predominio de la pequeña propiedad también ayuda a entender nuestra posición de retaguardia en la historia: e xplica la ausencia de solidaridad frente a las luchas de otros sectores populares del país.
Pero más grave todavía: nosotros los celendinos mantenemos precarias relaciones con la cultura. Por eso no suman los dedos de las manos nuestros intelectuales, artistas, publicaciones y eventos culturales. En cambio si suman millones de soles para cubrir el consumo del "protocolo afectivo" que la ocasión obliga. Sobre todo de los celendinos radicados en otras regiones del país y que retornan llevando consigo los mejores atuendos del mercado costeño y novísimos automóviles como signos inequívocos de su promoción social y de afirmación "cosmopolita". (6)
A esta altura se hace imprescindible preguntarnos: ¿Hay distorsión en ese enfoque? Ó ¿Hay acaso maledicencia en quien tiene lozanamente v ivas sus más nobles raíces en Celendín (mis padres) y que imaginando vivió en Celendín una niñez emocionante y una adolescencia emocional envidiable?. No. Nada de esto. En todo caso limitaciones para profundizar el tema. No obstante, me permito -la distancia física no me avala para más- plantear algunas tareas de partida: bien haríamos en restarle a la corrida de toros algunas energías y soles a fin de comprar una imprenta que nos permita el desarrollo del diálogo, de la creación artística y de algún "Plan Regional", etc.
También hagamos que las fiestas patronales se nutran de buen espíritu. Para ello invirtamos a que viajen a Celendín conjuntos de teatro, de folclore, coros, conferencistas y otros. O sino concretemos conversatorios (¡antes o después de cada tarde de toros!) donde cada uno, celendino o no, cuente sus experiencias, formule sus críticas y reivindicaciones de la problemática nacional o local.
Estemos seguros que lidiar con tales propuesta s (habrá sin duda mejores) nos daría panorama y límites más allá del ruedo taurino. Nos llevaría a poner un pie en la historia y a darle la espalda a la prehistoria. A convertir nuestro tozudo YO celendino ( "Celendín sucursal del cielo", "las shilicas, las más bellas", "blancos de ojos azules", "judíos", "los más inteligentes", etc.), en solidaria conducta social. O lo que es lo mismo nos aparearíamos con la dialéctica. Entonces, nosotros los celendinos, habremos logrado sentar bases de la lealtad generosa con Celendín.
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(1) Este artículo -que me fuera solicitado- debió publicarse en la revista de la Asociación Celendina de Lima que para la ocasión edita. Sin embargo, por factores que no faltan no fue incluido.
(2) Efectivamente, nuestra religiosidad es más de amasijo litúrgico que el resultado de la expresión histórica de la fe teologal. Recordemos que el catolicismo en casi todo el Perú se asentó (violentamente) en la base de las creencias y en las espaldas de los dioses andinos "centrales" y "regionales", y que Celendín no los tuvo. A Celendín el catolicismo llegaría dentro del conjunto del mensaje educativo escolástico teologal-liberal que se impulsa luego de la Independencia. Además en Celendín tampoco funcionó el refuerzo
paternalista-religioso propio de la feudalidad. Por eso nuestra religiosidad se definirá más desde el evento social y festivo que desde los propios sacramentos. Así, el celendino llega a reverenciar y adorar a la Virgen del Carmen, no necesariamente desde el atrio o de las naves de la iglesia, sino desde la "espiritualizada" corrida de toros. No desde una fe teologal sino desde una fe festiva y liberal. Y esto sin duda constituye un punto a favor del potencial desarrollo de nuestra conciencia, independientemente de cuán confesional sea la creencia religiosa de cada celendino.
(3) La publicación "Reflexiones" comentó la carta. Lamentablemente a partir de argumentos que no son los míos. ¡Qué tal impostura! En cambio la revista "El labrador" la publicó tal como correspondía, con el título "Crónica feudal o conciencia para la historia".

(4) ¡Cuidado! No estamos exaltando o reclamando algún indigenismo orgánico, ya retrógrado para los tiempos actuales; tan sólo evidenciamos los hechos. Igual cuando sostenemos que lo "hispánico" (salvo el castellano y la corrida de toros, luego teñida con aires "liberales") tampoco tienen presencia sostenida en Celendín. Ni tapadas, ni balcones, ni feudalismo. Las haciendas, "El Limón", "Jerez" y el propio Llanguat no insuflaron "cultura" gamonal a Celendín.
(5) Sobre el particular recomendamos dos excelentes trabajos,
"Celendín clave del desarrollo regional..." de Tito Zegarra M. y el otro del exrector de la Universidad de Cajamarca, Pablo Sánchez.
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Tengo concluido un trabajo relacionado con la conciencia de la pequeña burguesía en el Perú. En un capítulo analizo precisamente la conciencia del celendino. Que en su mayoría pertenecen a la pequeña burguesía: funcionarios, maestros, comerciantes, estudiantes, artesanos y además pequeños propietarios. Una primera conclusión nos precisa lo singular de nuestra conciencia, aquí tiene que ver la ausencia del gamonalismo y aquella religiosidad especial. Pero también gravita la carencia de raíces andinas pre hispánicas y andina colonial.

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