martes, 20 de mayo de 2008

PERSONAJES: Manuel Pita Díaz, dos años de ausencia

Por Jorge A. Chávez Silva, “Charro”
El dos de mayo se cumplieron dos años desde que el Dr. Manuel Pita Díaz, nuestro mentor y guía, hiciera abandono físico de este mundo, dejándonos como herencia algunos principios fundamentales y ese amor profundo por la tierra que nos vio nacer y a la que siempre sentimos como una cálida y protectora matriz.
Guardo en la memoria la última vez que nos vimos en su pequeño estudio de abogado, a donde lo visitaban con frecuencia periodistas que buscaban testimonios precisos acerca de la gesta heroica de Luis de la Puente Uceda, su viejo compañero de lucha desde los años universitarios en Trujillo, o sobre la fundación del Apra Rebelde, la gesta juvenil que surgió en 1959 en respuesta a las claudicaciones del partido de la estrella.


Manuel Pita Díaz en la colina de San Isidro, en 1932, con seis años y en ilustre compañía, con sus parientes el doctor Horacio Cachay Díaz y don César Pereyra Chávez, maestro y futuro alcalde de Celendín.

Hablábamos en aquella ocasión, el último domingo de su vida, de nuestro tema favorito: de Celendín y sus problemas y recibí el testimonio de su visión del pueblo a través de muchos momentos de su azarosa vida y de la historia recibida de sus ancestros; de cómo la provincia, que permaneció aislada y olvidada por más de cien años, se asomaba tímidamente, en los años 30, a la modernidad, sufriendo en el camino transformaciones que jamás mellaron la tradición y la originalidad de Celendín, conservándolo como pueblo único en el norte peruano.
Tío Manuel, como lo llamaba, me enseñó una gran lección y un precepto que debe ser religión de todo buen celendino: “Por más que te encuentres donde sea, en la riqueza o en la pobreza, jamás olvides el nombre de Celendín”.
Revisando las notas que escribió como quien echaba retazos en un cajón de sastre, nos encontramos con estampas que hablan de un pueblo singular, protagonista de muchas causas perdidas en el pasado, destino ambicionado por los montoneros que asolaron el norte luego de la infausta guerra con Chile, ruta obligada de los enfebrecidos por el caucho, que durmieron una noche en el atrio de la iglesia y partieron para no regresar jamás. Pueblo que históricamente puso la mirada hacia el oriente, siguiendo el discurrir del río Marañón, región a la cual está ligado por razones que se pierden en el tiempo.
Tío Manuel me contó aquella vez que fue testigo de cómo los hombres, convertidos en bestias de carga, llevaban en las espaldas a otros hombres, con el solo sustento del bolo de coca bendita y el solpe atravesado en su frente, dejándole una cicatriz que les llegaba hasta el alma.
Sus reflexiones acerca del destino de Celendín formaban parte del empeño por preservar el destino de su pueblo y deben ser un punto de partida para las generaciones actuales, para los que estamos comprometidos en la defensa de Celendín. En ellas hay un mensaje sublime que debemos seguir en esta hora aciaga en que nuestra ciudad se debate luchando contra su destrucción final.
En la foto que ilustra este texto, cortesía del ingeniero Luis Felipe Pita Chávez, hijo de nuestro desparecido mentor, podemos observarlo en 1932, acompañado de dos egregios celendinos: el doctor Horacio Cachay Díaz, eminente médico, cuyo nombre perenniza una calle del distrito de San Borja, en Lima, y don César Pereyra Chávez, insigne maestro y muchas veces alcalde de Celendín, de aquellos que sirvieron por amor y jamás recibieron un sueldo. Posan en la colina de nuestros caros sueños: San Isidro. Al pie está Celendín impoluto y lleno de campos de labranza. Aun no existe la huella de la carretera al Marañón, el cementerio tiene pocos inquilinos y los eucaliptos, como siempre, perfuman el aire del Cielo azul del Edén. Manuel Pita Díaz, descansa en paz.
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