jueves, 14 de octubre de 2010

OPINIÓN: Necesaria crítica al sistema

Por Franz Sánchez
Desde que los medios de comunicación han sido controlados por el poder económico, y por los empresarios que invierten en estos mismos medios, la aparición de psicosociales—o “cortinas de humo”, que es como se les conoce comúnmente—han sabido desviar la atención pública en temas de interés, gracias al escándalo mediático—frecuentemente aderezado con una o que otra salpicadura de sangre, o con un trío amoroso que termina su relación en crimen pasional, o con un psicópata que asesina a una incauta jovencita, aprovechando de sus cualidades físicas.

La soberbia y violencia de García está alcanzando dimensiones insoporables.

Cuando estalló el mayor escándalo del gobierno aprista, cuando los audios interceptados por Bussines Track —que luego fueron conocidos como los petro-audios, y que vinculaban en actos de corrupción a Alberto Químper y Rómulo León, ex ministro aprista— daban cuenta de una amistad estrecha entre el empresario panameño Fortunato Canaán y el jefe del gabinete ministerial Jorge del Castillo, y el apoyo que el primero supuestamente iba a brindar al segundo en una futura candidatura presidencial en 2011.
Las investigaciones llegaron hasta las altas esferas del gobierno, inclusive tocaron el nombre del propio presidente de la República —que oportunamente se tiró abajo todo el gabinete, y que además no le lanzó un solo salvavidas a su gran amigo, del Castillo— y este escándalo de corrupción aprista significó un duro cuestionamiento al gobierno de turno, y una baja considerable en cuanto a popularidad para el régimen. Luego Rómulo León huyó a la clandestinidad, gracias a la calmada celeridad en la orden de captura que lanzó el poder judicial. Y un tiempo después de la confiscación del material incautado a BTR, para su posterior análisis, se robaron los USB's, con toda la complacencia que se le otorga en nuestro país a la delincuencia del poder organizado.
Oportunamente apareció en los medios de comunicación, el caso del asesinato de una cantante folclórica y su tormentosa relación afectiva con su colega de espectáculos, que demandó una cobertura, por los medios, sospechosamente efectiva. Al poco tiempo, cuando los canales de televisión y la prensa vomitaban en la población el recalentado tema Abencia-Alicia, ocurre la masacre en Bagua —el mal llamado “baguazo”—, responsabilidad directa de Mercedes Cabanillas y Yehude Simon. Derramamiento de sangre que pudo haberse evitado (24 policías muertos, y docenas de nativos amazónicos desaparecidos), en la que el gobierno tuvo todas las posibilidades del mundo para negociar una salida pacífica.
Y como se sacan conejos del sombrero de un mago, aparecieron más noticias distractoras, más crímenes entre propios familiares de las altas sociedades, más noticias nauseabundas, y todo cobró un olor hediondo, con cereza de chisme en la punta del podrido pastel.
El presidente promulgó hace un tiempo, como para celebrar el día de la masacre en Bagua (el 5 de junio), el patético Día del “ron” peruano. Otra conveniente argucia, para no solo para desviar la atención sino para echar al olvido un crimen por el que debe ser investigado este gobierno y su incompetente política del “hortelano”.
Los exabruptos, protagonizados por Alan García, dan cuenta de que se trata de un sujeto autoritario, mal humorado, amigo de quiénes lo defienden a capa y espada, y enemigo acérrimo y vengativo si alguien pretende criticarlo. Es alguien insensible e intolerante con las protestas del pueblo y complaciente con las transnacionales. Dentro de su doctrina neoliberal entreguista, la política del lobby parece ser su bandera, la peor de todas.
Ahora ha demostrado que no sólo abofetea a las personas, o les da de patadas a los incapaces de defenderse, sino que sus declaraciones a los medios, se ve que es de un autoritarismo total. El presidente no aguanta comentarios en contra, ni cuestionamientos de ningún tipo, sino da golpes. Este es pues el personaje al que, temprano, el pueblo bautizó como “Crazy horse”, un comprobado bipolar que no tiene problemas en pedir que no le crean a tal o cual medio, que no duda en recomendar a tal o cual candidato municipal, que no tiene reparos cuando se trata de ofertar los recursos naturales a los inversionistas extranjeros, que no tiene vergüenza en decir a la prensa internacional que: “En Perú el presidente tiene un poder, no puede hacer presidente al que él quisiera, pero sí puede evitar que sea presidente quien él no quiere. Yo lo he demostrado”.
Y claro que lo ha demostrado, se ha cansado de demostrarlo tantas veces como le ha sido posible. Sino revisemos el oportuno ajuste reglamentario del Jurado Nacional de Elecciones, un mes antes de los comicios municipales, que determinaba la posibilidad de observar actas de sufragio por “errores en el material”, entendidos estos errores como cualquier cosa que pueda ser convenientemente “observable”. O sospechemos de la inédita paciencia en el conteo de votos que los organismos, supuestamente independientes, a cargo del proceso electoral, nos han obsequiado —votaciones que nos imponen los modelos de representación partidista, que hacen tanto daño a la política, y de los que el Perú no tiene modo de librarse—. Este es el sistema, un molino que genera la corrupción de funcionarios públicos que llegan al poder y que dicen representarnos, la plutocracia que hace que las autoridades que gobiernan vivan vigilando los beneficios que puedan devolverle a sus mecenas o financistas de sus campañas.
En realidad ni siquiera el acto de sufragar es tan democrático como pensamos. En el padrón electoral no hay opción para elegir a ninguno de los candidatos, porque no nos convencen, porque no creemos en ellos o simplemente porque esperamos que haya otros mejores (perdonando mi optimismo). No tenemos la posibilidad de votar por la opción “blanco”, que no es lo mismo que abstenerse a marcar el recuadro de algún partido. En Colombia, las cédulas de sufragio, aparecen con el “voto en blanco”, como una opción contigua a los demás candidatos. Claro, pero lo que se pretende acá es elegir sí o sí, a uno de estos oportunistas representantes de la política peruana. Muchos de ellos, congresistas apolillados en sus curules, atornillados en el congreso por más de 20 o 30 años en sus cargos.
El problema se genera cuando los candidatos elegidos, gobiernan de acuerdo a lineamientos ideológicos de cada uno de sus partidos, sin tener en cuenta su propia voluntad, o lo que es peor, la voluntad de quienes depositaron su confianza en ellos, o sea sus electores. Esto resulta más espeluznante cuando no sabemos cómo rayos aparecen tantos partidos políticos, improvisados, con líderes que incitan la sospecha, con financiamientos sombríos, y otras perlas más. Nos es válido sospechar, e ir sospechando siempre de esta clase política.
Y ni hablar de la responsabilidad que tenemos como ciudadanos, de no solamente delegar funciones, sino tener una aptitud de participación activa en la política de nuestras sociedades. No solamente en casos de sufragios, rendiciones de cuentas, o revocatorias, que son más bien participaciones cívicas, sociales o de emergencia, sino en cuanto a participar como actores fundamentales de las políticas de nuestros pueblos.
Todo esto exige una necesaria crítica a nuestro sistema. Sí, una necesaria crítica a todo lo que se considera nuestro sistema: a la clase política, la clase económica, los medios de comunicación y también, por supuesto, a nosotros mismos, a la clase de pueblo que somos. No olvidemos que el titular jurídico de la política nacional es nuestra población. La crítica entonces debe ser aprovechada para desaturdirnos de la adictiva anestesia antireacción que nos han aplicado, que nos han suministrado por años ya, a la narcosis responsable de que todo los suceda en nuestro país, y no solo de lo que suceda, sino de la impunidad que lo corona todo, que es lo peor.

¡SOLANO OYARCE, DEVUELVE LA CALLE QUE LE ROBASTE A CELENDIN!
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