sábado, 29 de junio de 2013

LIBRO: La presentación de "Grama arisca" en la AC

Resulta una tarea un poco difícil el definir en rasgos la personalidad de un individuo. Tiene algo que ver con el hecho de asomarse al pozo de su vida y se corre el riesgo de caer en generalidades, o en ligerezas que digan muy poco, o casi nada, de tal persona; mucho más si se da el caso de que el biografiado sea cercano en amistad a nosotros, entonces el riesgo crece porque podemos caer en subjetivismos que desfiguren su personalidad. Para no caer en esos abismos, me he limitado a esbozar la personalidad literaria de un artista nato como es el amigo José Luis Aliaga Pereira, en los términos que tuve a bien leer en la presentación de su libro “Grama arisca” en la Asociación Celendina de Lima. (CPM)

JOSÉ LUIS ALIAGA PEREYRA

Por Jorge A. Chávez Silva, "Charro"
En el Huauco, hoy Sucre, tierra de antaño, vio las primeras luces, un día de 1959, José Luis Aliaga Pereyra, hijo del profesor Zalatiel Aliaga, sucrense, y la dama Carmen Pereira, celendina, de familia muy conocida, tiempos en que el resquemor entre ambos pueblos persistía como un estigma insalvable. Quizás, por ello, José Luis tuvo un sentimiento muy abierto y unitario respecto a este asunto que incomprensiblemente enfrentaba a estos pueblos.
Aprendió las primeras letras en la Escuela Primaria Nº 83, Andrés Mejía Zegarra, bajo la dirección del ínclito maestro Octavio Reyna. La secundaria la realizó en el Colegio San José de Sucre, en donde, paradójicamente, no fue un alumno aprovechado en las asignaturas de Lenguaje y más bien se constituyó en un quebradero de cabeza para los auxiliares por ser un muchacho inquieto y rebelde.
Terminada su secundaria llegó a la capital en donde ingresó a la Escuela de Policía y ya como un guardián del orden sirvió en diversos lugares de Lima, desde donde fue cambiado a la Sexta Comandancia de Cajamarca laborando en varios lugares de la zona. Su paso por las fuerzas del orden lo convencieron de que no era precisamente esta virtud la que inspiraba la acción de los superiores, sino más bien la corrupción en la que siempre naufragó la eficiencia policial. Dejó la gestión policial sin ningún remordimiento y fue a buscar otros horizontes en la capital.
Literato y artista nato, su fina sensibilidad lo llevó a advertir que el espíritu de los pueblos y su más genuina expresión radicaba en esos seres que la gente decentemente hipócrita excluye de sus conversaciones y de su vida. El reto que para ellos significa persistir un día más en este valle de lágrimas lo llevó a escribir sus primeros cuentos, tal como aprendió a hacerlo en el lejano Cachachi de un campesino, que, a despecho de su ignorancia letrada, era capaz de expresar su mundo a través de la palabra.
Empezó leyendo a los clásicos, siendo el ruso Tolstoy una de sus demonios inspiradores. Sus más íntimos amigos y familiares fueron sus primeros críticos. De sus juicios sacó la conclusión de que la literatura era la mejor forma de expresión para llegar a la gente y desfogar la sed de justicia que le roía por dentro. Elaborados con mayor prolijidad, sus cuentos salieron a la luz en publicaciones como El Labrador, Eco Sucrense y en Jelij.
Ejerciendo paralelamente a su vocación de escritor el periodismo, codirige con Olindo Aliaga Rojas el Semanario Karacushma, tribuna desde donde enjuicia la sesgada gestión de las autoridades de su distrito. Posteriormente, y continuando la tenaz crítica de otro insigne sucrense como fue Alfredo Rocha Zegarra, dirige el quincenario Fuscán y se integra a este colectivo desde donde, junto a campesinos, artesanos y otros intelectuales, emprende una lucha tenaz en defensa de los recursos de nuestra provincia.
En los cuentos que hoy son materia de esta presentación, discurre una fauna diversa de personajes que forman parte del paisaje de su tierra natal, todos sobreviviendo bajo la advocación del Taita Ishico, el patrón del lugar, que, como sucede en la mayoría de pueblos de nuestra región, en cierta forma norma la vida de sus feligreses. El abuelo, don Eraclio, don Agapito, el trágico Leoncio, el preso Emeterio, Tadeo el sobrino común de los vergonzantes señores respetables del lugar, pasan ante nuestra imaginación dejándonos su huella de dolor desconsolado y nos obligan a mirar al mundo con ojos más comprensivos y humanos. Su mísera existencia, insignificante para muchos, embarazosa para los poderosos, nos invita a la reflexión y nos muestran a un escritor comprometido con las causas perdidas de la humanidad, las de los desposeídos y relegados de un mundo cada vez más cruel e indiferente.
Leer a José Luis, aparte de todo esto, es adentrarse en nuestro mundo, lleno de problemas y amenazas y debe reafirmar nuestra identidad de celendinos, despojados de querellas irredentas, producto del más recalcitrante chauvinismo y debe conducirnos a la unión en defensa de nuestra heredad, tal como lo podemos leer entre líneas en los cuentos de Grama Arisca, un libro irreverente y pleno de mordacidad crítica que enjuicia el dramatismo de la vida de nuestros pueblos.


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