Por Crispín Piritaño
Celendín
Definitivamente, el Perú es el país donde suceden las cosas más increíbles. El común de la gente no presta atención a los asuntos que realmente importan y la pasión popular se desborda por cauces tan inopinados que nos hacen pensar que somos no una nación madura sino una republiqueta de ficción, bananera que les dicen, donde a nadie le preocupa problemas que son realmente hondos y graves. Hablo, por ejemplo, del alza cotidiana, imparable, del costo de vida o de la corrupción galopante (el derrame petrolero en el mar político lo demuestra), un "tsunami" que ya estaría llegando, dicen, a la misma presidencia de la república.
He visto con estupor e indignación el poco y casi nulo espacio que tuvo en los noticieros escritos, hablados y televisivos la tragedia que acaba de enlutar a Celendín. En cambio se dio amplia cobertura al nuevo gabinete que, esperemos, no sirva de cortina de humo para cubrir uno de los mayores escándalos que enloda al partido de gobierno.
Todos los estamentos conspiran para dar esta pobre imagen del país, hasta la ley, que de manera subjetiva resuelve que Arias Schereiber y Químper son viejos para ir a la cárcel, pero no lo son para delinquir ni para dilapidar y negociar los recursos del país. Y, en el colmo de las sinrazones, en esta republiqueta de circo, con energía digna de mejores causas, hay gente que declarándose partidarios de tal o cual delincuente, dejan sus quehaceres hogareños y a sus hijos para acudir con pancartas a reclamar la libertad y absolución de los reos.
Las tragedias que en forma recurrente enlutan a los pueblos del interior deberían merecer una mayor atención, no sólo de parte de la prensa y de los gobernantes, sino en particular de las autoridades locales. En el caso de Celendín concurrieron muchos factores que consumaron la tragedia de Jelig: la inercia policial, los negociados de gasolina en provecho personal de ciertos policías e incluso la insensibilidad de la fiscal provincial, que en la noche del infausto suceso estaba libando en medio de una fiesta a la que había concurrido con la mayoría del aparato policial. Esta caricatura de magistrado peruano, cuando fue localizada y se le pidió que acudiera a levantar los cadáveres, como ordena la ley, contestó que sólo atendía en horarios de oficina...
Lo terrible es que tragedias como la de Jelig y otros accidentes espeluznantes que se dan en todas las pistas y carreteras del país, cuestan la vida a miles de peruanos y sumen en la miseria a cientos de familias, cuya desesperación y orfandad habla a las claras de la ineficiencia de las autoridades y del fracaso de planes como el famoso “Tolerancia cero” para brindar seguridad a los pasajeros.
¡Pobre país, el Perú del pan no habido y del mal circo! Mientras nuestro pueblo siga distrayéndose con tonterías, los gobiernos de turno seguirán de fiesta, haciendo trizas nuestras magras economías, pisoteando nuestros derechos, negociando en forma desvergonzada con los recursos de la nación y destruyendo el futuro de nuestros hijos. El reciente escándalo, el de los lotes petroleros, no sólo es un indicio de la corrupción actual, es un síntoma del cáncer que nos carcome desde hace mucho. Si eso sucede con el petróleo, ¿qué ocurrirá con los denuncios mineros? Esta pregunta, que se hacen los sabios, no se la pueden hacer los necios que andan pensando en la pobre "urraca" enjaulada. La impunidad con que actúa Yanacocha en nuestra región es un claro ejemplo de que existen autoridades que se llenan los bolsillos, sin importarle la contaminación de los suelos y el agua que sostienen al pueblo.
Esto es lo que nos debería preocupar y no la suerte de las "huelebraguetas"...
Por obra y gracia de un bien montado mecanismo de distracción mediática el pueblo se preocupa más bien de quien será eliminado en “Bailando por un sueño”, o de la encarcelación bien merecida de Magaly Medina, una “periodista” que en nombre de una mal entendida libertad de prensa, y buscando sólo el "rating", se entromete en la vida de cualquier ciudadano que circule en las tablas, en los sets de televisión o en los gramados de fútbol, y se dedica, experta olisqueadora de calzones y braguetas como es, a rebuscar en la ropa sucia. En el caso de la "urraca" enjaulada, que se zurraba en el dolor que infligen sus "investigaciones" de water y sus cacareos televisivos, y que hace gala de un cinismo, de un sarcasmo chabacano y de una total falta de ética profesional, decir que es experta en difamación es poco y condolerse de su suerte es el colmo.
Equipo de "San Cayetano", protagonista fatal de la Tragedia de Jelig.Todos los estamentos conspiran para dar esta pobre imagen del país, hasta la ley, que de manera subjetiva resuelve que Arias Schereiber y Químper son viejos para ir a la cárcel, pero no lo son para delinquir ni para dilapidar y negociar los recursos del país. Y, en el colmo de las sinrazones, en esta republiqueta de circo, con energía digna de mejores causas, hay gente que declarándose partidarios de tal o cual delincuente, dejan sus quehaceres hogareños y a sus hijos para acudir con pancartas a reclamar la libertad y absolución de los reos.
Las tragedias que en forma recurrente enlutan a los pueblos del interior deberían merecer una mayor atención, no sólo de parte de la prensa y de los gobernantes, sino en particular de las autoridades locales. En el caso de Celendín concurrieron muchos factores que consumaron la tragedia de Jelig: la inercia policial, los negociados de gasolina en provecho personal de ciertos policías e incluso la insensibilidad de la fiscal provincial, que en la noche del infausto suceso estaba libando en medio de una fiesta a la que había concurrido con la mayoría del aparato policial. Esta caricatura de magistrado peruano, cuando fue localizada y se le pidió que acudiera a levantar los cadáveres, como ordena la ley, contestó que sólo atendía en horarios de oficina...
Lo terrible es que tragedias como la de Jelig y otros accidentes espeluznantes que se dan en todas las pistas y carreteras del país, cuestan la vida a miles de peruanos y sumen en la miseria a cientos de familias, cuya desesperación y orfandad habla a las claras de la ineficiencia de las autoridades y del fracaso de planes como el famoso “Tolerancia cero” para brindar seguridad a los pasajeros.
¡Pobre país, el Perú del pan no habido y del mal circo! Mientras nuestro pueblo siga distrayéndose con tonterías, los gobiernos de turno seguirán de fiesta, haciendo trizas nuestras magras economías, pisoteando nuestros derechos, negociando en forma desvergonzada con los recursos de la nación y destruyendo el futuro de nuestros hijos. El reciente escándalo, el de los lotes petroleros, no sólo es un indicio de la corrupción actual, es un síntoma del cáncer que nos carcome desde hace mucho. Si eso sucede con el petróleo, ¿qué ocurrirá con los denuncios mineros? Esta pregunta, que se hacen los sabios, no se la pueden hacer los necios que andan pensando en la pobre "urraca" enjaulada. La impunidad con que actúa Yanacocha en nuestra región es un claro ejemplo de que existen autoridades que se llenan los bolsillos, sin importarle la contaminación de los suelos y el agua que sostienen al pueblo.
Esto es lo que nos debería preocupar y no la suerte de las "huelebraguetas"...
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