lunes, 3 de marzo de 2014

MEMORIA: La impronta de un gran artista y gran ciudadano


Alfredo Rocha,
la pintura, el ajedrez y los reptiles 

Por Jorge A. Chávez Silva

En 1962, Alfredo Rocha Zegarra llegó a Celendín con planes de permanecer una larga temporada en el seno familiar, seguramente tantas veces añorado. Su madre, doña Estefanía, lo recibió como al hijo pródigo y nosotros, los artistas en ciernes que vivíamos en la misma calle Unión, nos alegramos de su regreso como si se tratara de la venida del Mesías tantas veces anunciado. Veíamos en él al maestro que nos podía indicar el camino del arte y empezamos a revolotear en torno a él, tratando de captar su modo de pintar, el mensaje de sus palabras y hasta sus menores gestos. Nos constituimos en el séquito que acompañaba sus paseos por la campiña, solazándonos con los precisos apuntes a la acuarela que hacía de los rincones más bellos de nuestra ciudad.

Alfredo Rocha entre dos de sus pasiones; sus alumnos y el ajedrez.
 
Pocos días después nos enteramos que lo nombraban como director del colegio recién fundado de Sucre, un pueblo que él quería entrañablemente, porque lo sentía suyo y se creía en el legítimo derecho y obligación de rescatarlo culturalmente. Y allá fue, con todo el ímpetu que lo caracterizaba y la experiencia que había acumulado en su largo periplo por el mundo, esperanzado en que su pueblo, como lo llamaba, iba a apreciar su labor y a colaborar en la gran tarea que se había impuesto.
El “Loco Rocha”, como lo llamaban sus amigos y enemigos —aquellos para expresar la admiración que les causaba su tremenda naturaleza y éstos para criticar y oponerse a sus decisiones en pro del Colegio del cual era Director fundador—, no sabía lo que le esperaba. Alfredo, ingenuo como era, no creía en el doblez de los demás, no previó que sus amigos de antaño se habían convertido en pequeños caciques pueblerinos a quienes su grandeza empequeñecía. Acostumbrados, en su miseria moral, a abusar de la gente y a tomar decisiones por los demás, sintieron que la recia personalidad del artista los amenazaba, los reducía a la mínima expresión y empezaron a ponerle zancadillas y a criticar sus acciones tildándolas de “locuras”. Lo incomodaban, lo criticaban y hasta lo agredían con insultos.
En cierta ocasión me pidió que le ayudara a pintar los fondos de unos retratos al lápiz de varios personajes de Sucre, con los cuales iba a presentar una exposición en una de las aulas del colegio, que ya estaba acondicionada para el efecto.
-Charrito, he visto que haces buenas letras; acompáñame mañana a Sucre para que me pongas letreros a los cuadros que voy a exponer –me dijo como una invitación irrenunciable que yo asumí como el espaldarazo que necesitaba para cimentar mi vocación.
Nos encontrábamos por la noche, colocando los cuadros en los muros y de pronto ingresaron tres personajes, uno de los cuales se adelantó para denostarlo e insultarlo por motivos que yo desconocía. Alfredo, impulsivo como era, lo cogió por el cuello y lo atrajo hacía sí como un pelele y le iba a propinar tremendo golpe para despatarrarlo, pero yo, alarmado, exclamé:
-¡No, maestro, suéltelo!
Alfredo reaccionó y deteniendo el puño en el aire, pero sin soltarlo, le dijo:
-¡Carca de m…, no te doy un golpe no más por no ensuciarme la mano!
¡Triste sino el del gran Alfredo Rocha!, mientras en Celendín los jóvenes lo idolatrábamos, en su pueblo no lo querían, hasta que finalmente lograron echarlo de la dirección, confirmando aquello de que nadie es profeta en su tierra.
Desilusionado de su gente, pero no de su vocación de maestro, Alfredo marchó al pueblo de Chalán en donde fue el director fundador del Colegio “Augusto G. Gil”, donde asumió su nuevo destino con la misma pasión que derrochaba en cada acción, como cuando atacaba a los malandrines que se aprovechaban de sus cargos para lucrar a costa del hambre y la salud del pueblo, sin importarle que esta sed de justicia le acarreara poderosos enemigos.
Los míseros caciques y los corruptos no lo iban a dejar en paz, lo perseguirían hasta aniquilarlo porque su presencia era como un divieso en el centro de las nalgas y se aprovecharían de todo con tal de lograr su propósito.
Una de las pasiones del artista era el juego de ajedrez. A donde iba como maestro lo imponía como el juego ideal para los alumnos. Creía firmemente que este deporte-ciencia mejoraba el razonamiento matemático y él mismo competía con sus alumnos. En Sucre impulsó el juego y en Chalán hizo lo mismo, con la dificultad de que en este distrito, por la lejanía a la provincia, no era posible conseguir juegos de piezas. Creativo como era, empezó a moldearlas en arcilla y muchos de los alumnos siguieron su ejemplo. Un grupo de ellos fueron hasta una hondonada lejana en donde había arcilla negra. Mientras comían el fiambre, algo pasó con un alumno, una congestión repentina, un ataque cardíaco o no se sabe qué, lo cierto es que murió.
Esta circunstancia permitió que sus muchos enemigos se abalanzaran sobre el maestro, como buitres, responsabilizándolo del hecho, logrando su propósito de subrogarlo de la dirección del colegio. Desengañado por la fatalidad que parecía perseguirle y por la maldad de sus enemigos marchó a la capital en donde se dedicó a diversos trabajos y proyectos hasta que en 1972, un delincuente pagado por sus enemigos lo aplastó con su vehículo en una de las avenidas de Lima. Execrable crimen, que como siempre ocurre en el Perú, hasta hoy permanece impune.
Años después de su muerte, en un paseo que realicé por el pueblo de Sucre, observé a varios de sus enemigos, estragados por el tiempo y los achaques, sentados en las bancas de la solitaria plaza, buscando el calor del sol matutino como los reptiles lo hacen en las piedras para poder arrastrarse, aplastados por su propia mediocridad e insignificancia y, sobre todo, ajenos a la gloria del gran artista al que persiguieron.
El próximo año el Colegio “San José” de Sucre, que Alfredo Rocha ayudó a crear y del cual fue director fundador, va a cumplir 50 años, medio siglo de forja de juventudes. Sus antiguos alumnos empiezan a revalorar al artista y a ver a su magisterio y su paso por sus vidas como uno de los mejores acontecimientos que le cupo vivir al pueblo.
La fotografía inédita que insertamos ha sido posible gracias a la gentileza de los amigos de Eco Sucrense, quienes están editando un número extraordinario para conmemorar este magno acontecimiento y rescatar la imagen y mensaje del gran maestro.

¡ALFREDO ROCHA NO HA MUERTO, SIGUE VIVO EN LA MEMORIA DE LOS CELENDINOS QUE CREYERON Y CREEN EN ÉL!
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