UN HIJO ILUSTRE DE CELENDÍN:
JUAN BASILIO CORTEGANA Y VERGARA
El acto fue sencillo y breve. Había muy escasos bienes personales que consignar en el documento. La penuria económica del otorgante era manifiesta, bastaba observar el modesto mobiliario y el recinto.
Declaraba el moribundo llamarse Juan Basilio Cortegana, de 76 años de edad; ser natural de la ciudad de Celendín, provincia del mismo nombre y del departamento de Cajamarca; hijo legítimo de don Dionisio Cortegana y de doña María Vergara, ya finados; haber sido casado con doña Manuela Arnáiz, fallecida hace veinte años atrás, más o menos y de quien no tuviera hijos; dejar, en cambio, una hija natural reconocida nombrada María de los Santos Corina Cortegana y a quien instituía su albacea y heredera.
A continuación, dos cláusulas de pura fórmula y nada más. La ceremonia había concluido.
Casi exactamente un mes después, el 11 de diciembre de aquel año, el otorgante fallecía a las cinco y media de la mañana. He aquí algunas de las noticias que se dieron sobre su muerte en la prensa de la época:
"LA PATRIA". —Martes, 11 de diciembre de 1877. —"En la madrugada de hoy ha fallecido, después de una larga y penosa enfermedad, el benemérito Teniente Coronel D. Juan Basilio Cortegana, Fundador de la Independencia del Perú, y Vencedor en las memorables batallas de Junín y Ayacucho, a las que concurrió en la clase de Teniente con grado de Capitán del glorioso batallón LEGION PERUANA, que por su heroico comportamiento en aquella acción de armas mereció el nombre de Ayacucho.
"También asistió a las campañas sobre el Alto Perú y Colombia. Fue uno de los más exaltados patriotas y enemigo acérrimo de los godos y de los traidores de la Patria".
"LA SOCIEDAD". —Miércoles 12 de diciembre de 1877. —"En la mañana del lunes dejó de existir el señor Coronel D. Basilio Cortegana, después de una larga y penosa enfermedad.
"Hoy tuvieron lugar sus funerales en el templo de Santo Domingo.
"Numerosa y escogida era la concurrencia que acompañaba a su última morada al compañero y al amigo.
"El Coronel Cortegana era uno de los próceres de la Independencia del Perú, vencedor en las gloriosas batallas de Junín y Ayacucho.
"Un cuerpo de ejército asistió a sus funerales y le hizo los honores que por ordenanza le correspondían".
"LA PATRIA". —Miércoles 12 de diciembre de 1877. —"En el templo de Santo Domingo se verificaron esta mañana los funerales del Coronel Juan Basilio Cortegana, veterano de la Independencia y vencedor en las gloriosas batallas de Junín y Ayacucho.
"Un número escogido de personas y amigos del finado concurrieron a la triste ceremonia. Entre ellos pudimos ver a unos cuantos compañeros de armas del Coronel Cortegana, que cual preciosas reliquias nos quedan todavía de aquellos viejos guerreros que dieron libertad no sólo a la Patria sino también a otras repúblicas de América.
"A las nueve terminaron las exequias.
"El carro mortuorio y acompañamiento de coches se dirigieron al cementerio general a depositar en su última morada los restos del que consagró los días más felices de su existencia al servicio de una buena causa: la libertad de sus hermanos".
En cuanto a las invitaciones al sepelio, sólo figuraba la siguiente, de su hija y deudos:
"DEFUNCION
"Los que suscriben suplican a sus amigos y a los que lo fueron del finado Coronel
JUAN BASILIO CORTEGANA
que se dignen asistir a los funerales que se oficiarán en el templo de Santo Domingo, el miércoles 12 del presente a la hora de reglamento.
"Favor que agradecerán: Corina Cortegana, hija; Agustín Rosilio, hijo político. Sobrinos: Juan B. Figueroa, Antonio Chávez, Carlos Chávez".
Es todo lo que pudo llegar a conocimiento del público limeño y de la Patria, en general, acerca de aquel varón cuya vida acababa de extinguirse en la pobreza y el olvido. Se mencionaba, es verdad, en esas gacetillas periodísticas su antigua graduación militar en el retiro; se recordaban sus títulos, honrosos y merecidos, de "Fundador de la Independencia del Perú" y "vencedor de las memorables batallas de Junín y Ayacucho", junto con su exaltado patriotismo..., pero nada se decía de sus valerosas luchas cívicas en pro de causas tan nobles como las que había propiciado en su condición de simple ciudadano y, más aún no se hacía mención alguna de un hecho único, excepcional, asombroso, que destacaba a este hombre en el horizonte de las glorias nacionales: su condición de historiador. En su testamento no figuraban bienes materiales, porque no los poseía, ciertamente, a la hora de morir. Pero en cambio dejaba a la posteridad, un tesoro espiritual inestimable y más valioso que todas las posibles riquezas que hubiera logrado acumular. Le dejaba una extensa "Historia del Perú" en trece volúmenes, a la que había dedicado los más grandes afanes y vigilias de su vida; una historia general de la nacionalidad, desde sus remotos y legendarios orígenes hasta la consumación de la Independencia, en cuyo texto quedaban registrados en forma articulada y cronológica hechos importantísimos que dan fisonomía a nuestro pueblo.
Esto, en un país que aún no tenía historiadores; en el que "aún carecemos de una Historia del Perú completa" y hasta "de un buen Curso Superior", según lo afirma el padre Rubén Vargas Ugarte en su libro "Fuentes para la Historia del Perú" debiera haber constituido motivo de orgullo y de sorpresa entre nosotros; debería haber sido consignado con voces sonoras en nuestros fastos nacionales y escrito con letras de oro el epitafio de aquel prócer que ni siquiera tuvo el merecido honor de ser enterrado en el panteón de sus compañeros de armas de Ayacucho y Junín, pues sus restos mortales fueron a parar en un simple nicho del departamento de Santo Domingo, letra B., Número 123 del Cementerio "Presbítero Maestro", donde, con deslucidas letras negras, sobre una modesta lápida, puede leerse actualmente la siguiente inscripción:
"Fundador de la Independencia"
"Restaurador de su patria"
"Vencedor en Junín y Ayacucho"
"Sitio del Callao "Juan V. Cortegana"
"Murió el 11 de Dic. 1877"
"Esta le dedica su hija Corina Cortegana".
Luego, el silencio y el olvido. El mismo silencio y postergación que pesaron sobre los últimos años de su vida y sobre su obra, como si un destino adverso hubiera querido borrar para siempre su memoria. Todavía ahí, por el año de 1891, se ignoraba la existencia de su "Historia del Perú". Un bibliófilo peruano tan enterado como don José Toribio Polo, podía escribir en esa fecha: "Es sensible que la Historia Patria de Juan Basilio Cortegana no hubiera pasado de un proyecto alucinador"; y más tarde, incomprensibles circunstancias la llevarían fuera de los lares patrios, cual si en el nuestro no hubiera cabida para ella, para su herencia que, por espiritual, debiera haber sido sagrada y venerada... ¡Es una de esas ingratitudes colectivas que a veces se producen en la vida de los pueblos y que, en este caso particular, alcanzaba también a la propia existencia del autor, ignorada, olvidada y preterida sin explicación posible!
Los trece tomos de la "Historia del Perú" que Corte-gana nos legara fueron venturosamente rescatados y restituidos al país en 1945, en circunstancias que más tarde serán referidas en estas páginas. Y esto constituye ya un primer signo de la reivindicación nacional que al ilustre celendino se le debe. Pero la "Historia" yace ahí, en nuestra primera Biblioteca, inédita; sustraída por lo tanto al conocimiento del público. El riesgo que esa obra pudo correr mientras anduvo por lares extranjeros, lo corrió después dentro de las propias fronteras patrias. Misteriosamente, incomprensiblemente, manos sacrílegas arrancaron doce páginas del tomo Noveno; las páginas precisamente en las que Cortegana había dejado consignados importantes datos autográficos que hoy servirían para reconstituir algunos aspectos de su vida. Y manos también "misteriosas" intervinieron para que el volumen Décimo estuviese fuera de la Biblioteca Nacional durante nueve años, sin que nadie supiera dónde se hallaba. Afortunadamente apareció meses después de la denuncia pública que se hizo de este hecho en el Congreso de Historia en 1954, presidido por el doctor Raúl Porras Barrenechea.
Aparte de esto, nada se ha hecho, nada se ha intentado todavía por sacar esa "Historia del Perú" del olvido en que permanece desde los lejanos días en que fue escrita. Si algo se ha realizado se debe al esfuerzo y al entusiasmo individuales. En 1954 —Año del Libertador Mariscal Castilla— el Doctor Apolonio Carrasco Limas, con un gesto ejemplar que le honra y dice bien de su entusiasmo patriótico, llevó a cabo investigaciones meritorias acerca del preclaro hijo de Celendín, tanto en lo referente a su persona como a su obra. Fruto de sus plausibles desvelos fue su libro intitulado "La Historia del Perú de Juan Basilio Cortegana". Es ya un primer reconocimiento de los valores intelectuales de Cortegana y un inicial desbroce del camino que será necesario despejar un día hasta llegar al fondo de esa personalidad injustamente olvidada de nuestra historia; esfuerzo que los cajamarquinos —y especialmente los celendinos— sabernos y queremos agradecer al doctor Carrasco Limas. Más, por nuestra parte, no podemos contentarnos con ese valioso y primer intento de hacer plena justicia al hombre que, siquiera fuese por las ingratitudes nacionales de que ha sido víctima a lo largo de los años, sería ya acreedor a un desagravio nacional. ¡Cuanto más si se considera la herencia histórica que nos dejó!
Por eso, las páginas subsiguientes tienen como objetivo esencial, no sólo estudiar y exaltar la obra histórica del esclarecido celendino, sino, en la medida que el documento lo permite, el de trazar en él una silueta biográfica que nos ayude a interpretarlo y comprenderlo como hombre y como ciudadano, como soldado que supo dar a la Patria y a la causa de la Independencia nacional lo mejor de su existencia, inscribiéndose por derecho propio y por sus acciones heroicas, en el honorífico cuadro de los próceres de nuestra nacionalidad. Corno reza en la inscripción que el doctor Carrasco Limas estampó al pie de la copia fotográfica que ilustra su libro y le fue facilitada por el propio Alcalde de Celendín: "Juan Basilio Cortegana y Vergara fue el portador de un ideal; amó a la Patria y a todos sus conciudadanos, sintiendo vibrar en la propia el alma de toda la humanidad. Cultivó en grado sumo las más altas virtudes cívicas, sin preocuparse de la indiferencia de los necios".
Acerquémonos, pues, a él y a su obra, con el deseo de comprenderlos y honrarlos.
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Juan Basilio Cortegana vio la luz del día en 1801, en la población que sólo un año más tarde tomaría, por Real Cédula, el nombre de Villa Amalia de Celendín. (Pasarían todavía varias décadas hasta que obtuviera el rango de ciudad).
Fueron sus progenitores don Dionisio Cortegana y doña María Vergara, personas acomodadas que, siguiendo la tradición religiosa de la época y en vista de las excelentes dotes mentales que el niño demostraba, acariciaron el proyecto de encauzarle por la vía sacerdotal.
En la escuela de la localidad, que regenta el clérigo don José Cabello, Juan Basilio se distinguió bien pronto por su aplicación y aprovechamiento en los estudios, sobresaliendo entre el común de sus condiscípulos y amigos. Era un chicuelo que prometía en el campo intelectual. Al lado del sacerdote y maestro, Juan Basilio cursó estudios de retórica, declamación e historia; aprendió los primeros rudimentos del latín y el griego —base obligada de futuros estudios religiosos—; practicó lecturas clásicas y se ejercitó en composiciones literarias que tenía por modelos a los grandes escritores de la antigüedad grecorromana y ¡Quién hubiera podido predecir al muchachito celendino y a su venerable maestro, el padre José Cabello, que aquellos estudios y ejercicios literarios habrían de servir un día al primero para escribir una "Historia del Perú", de un Perú todavía no existente como nacionalidad con vida propia y soberana!...
Pero el hombre es, en gran parte, hijo de las circunstancias y del ambiente social e ideológico en que le corresponde vivir. En otros tiempos, cuando la vida en el Perú era un monótono discurrir en días y meses iguales, invariables, tal vez el pequeño Juan Basilio se hubiera encauzado por la vía sacerdotal que para él ansiaba su protector y sus padres. Mas en el Perú —y en América toda— de los años en que la inteligencia del joven celendino empezaba a abrirse a la comprensión —1810, 1812, 1813—, las cosas habían cambiado por completo. Un hondo, un inaudito fervor ideológico sacudía las conciencias. El sentimiento de Patria y de Patria independiente, había despertado, al fin, y prendió ardientemente en los corazones peruanos y americanos; y aquí, y allá, y en todas partes, se producían rápidamente sucesos trascendentales que antaño se habrían considerado inverosímiles. En México y en El Plata se habían lanzado gritos de "Gobierno propio" y "Patria libre", seguidos en actos que tomaban realidad venturosa aquellos sueños. Actos y gritos idénticos resonaban en Potosí, en Chile, en Venezuela, en Nueva Granada, en toda la vasta amplitud del Continente. Y en el Perú las cosas no acontecían de otro modo, aunque menos manifiestas a la vista por el gran poder represivo de que disponían las autoridades virreinales. Fervorosas sociedades de patriotas trabajaban intensamente en la sombra por ponerse a tono con los insurgentes de otros países hermanos; y aún en el pueblo del Perú iban prendiendo inconteniblemente aquellos hermosos y firmes ideales. La hora de la Patria había sonado. O, por lo menos, era la hora de las armas. Y él, ya mozuelo, Juan Basilio Cortegana supo escuchar esa voz sonora en la entraña de su alma y decidió trocar sus posibles caminos sacerdotales por el ejercicio de la espada. En su todavía oscura e imprecisa visión de aquellos sucesos americanos y peruanos, de los que en todos los corrillos se hablaba con gran pasión, Juan Basilio no podía acertar aún a distinguir con claridad el auténtico camino que seguiría bien pronto. Y por otra parte, su educación en un medio familiar conservador y respetuoso del pasado —como lo era el suyo— influiría también poderosamente en su primera elección castrense. Se enroló, pues, en el Ejército Realista, el único subsistente a la sazón en el Perú, y bien pronto logró ascensos en vista de su comportamiento y rectitud.
Empero, esta actitud de joven inexperto duró poco. Un suceso extraordinario, cuyo eco repercutió en todo el país, tuvo la virtud de arrancarle la venda de los ojos. ¡En el Sur, según lo informaban en Trujillo el "Correo de Valles", había desembarcado una Expedición Libertadora, al mando del General don José de San Martín, que venía desde Argentina y Chile a enarbolar las banderas de la Independencia, fraternizando con los patriotas del Perú!
El hecho es emocionante, y el joven militar celendino se siente de inmediato ganado por la causa de la Patria, identificado con los altos ideales de Libertad que traen los ejércitos expedicionarios del Sur. Correrá a unirse con ellos, aportando su entusiasmo, sus esfuerzos y sus conocimientos de soldado, para luchar, hombro a hombro, con ellos, y si es menester, dar su sangre y su vida por tan noble causa. Así fue cómo, tras jurar la Libertad en la ciudad de Trujillo en el acto solemne organizado por Torre Tagle, Cortegana, en unión de otros muchos mocetones, parte hacia el pueblo de Huaura, donde se hallaba ya instalado San Martín y se pone a su servicio.
No desdeñó el gran Libertador argentino aquel entusiasta ofrecimiento de la juventud peruana, que era la mejor demostración de la forma en que había germinado la idea de la Independencia en los hombres del país, y en seguida ordenó formar un cuerpo de ejército exclusivamente peruano, bajo el comando del Marqués de Torre Tagle, donde tendrían cabida los más bravos luchadores de la Patria. Y fue así cómo surgió la gloriosa LEGION PERUANA DE LA GUARDIA que tantas páginas de heroísmo escribieran con su sangre en los anales de la emancipación.
"Consultando la dignidad del Gobierno —decía el Protector del Perú en el correspondiente decreto —el aumento de la fuerza física que debe sostener la Independencia del Perú, ha dispuesto crear un cuerpo cuyo eminente privilegio sea servir de modelo a los demás por su valor en los combates y por su disciplina en toda circunstancia... ordeno y establezco: Se formará un cuerpo LEGION PERUANA DE LA GUARDIA compuesto por ahora de un batallón de infantería, dos escuadrones de caballería y una compañía de artillería volante de cien piezas".
Con el grado de Teniente, Juan Basilio Cortegana se incorpora a esta benemérita Legión para llevar desde entonces en triunfo sus pendones hasta Junín y Ayacucho.
Apenas iniciado el año de 1821, se apresta para la campaña de Torata, y más tarde toma parte en la brillante acción de Zepita, donde los escuadrones de Húsares de la Legión dando una prueba más de su heroísmo y, al cabo de sangrientas cargas, logran rechazar a los realistas. El General San Martín, de quien Juan Basilio Cortegana trazaría más tarde un brillantísimo retrato en su "Historia del Perú", se halla lejos del país y son ahora Bolívar y Sucre quienes planean y dirigen la campaña; pero el joven guerrero celendino se apresta a combatir con igual brillo en las memorables batallas de Junín y Ayacucho, a las órdenes de La Mar y el Coronel José María Plaza. Con el grado ya de Capitán y formando parte de una de las alas del Ejército patriota, Corte-gana empeña todo su heroísmo en aquella acción gloriosa de Sucre, que el mismo, como testigo personal y autor, describiría así, andando el tiempo, en su aún inédita "Historia del Perú".
"Roto que fue así el fuego más activo por los tiradores de una y otra parte y por toda la artillería española, ya el campo no fue otra cosa sino el horroroso teatro de destrozo y muerte; el denso humo esparcido en todo él formaba un velo de fúnebre luto por las víctimas que se inmolaron entre la temeridad de los realistas y la libertad de la Patria. La roja sangre corría a borbotones, los combatientes espectadores de sus insignificancias para la continuación de la pelea o de temerosos atropellamientos y del azar de una muerte tormentosa o de la prolongación de una vida desgraciada; pero en tales apuros no hay piedad, y para las masas contendoras tampoco había otro designio que llevar sus fuerzas unas contra otras hasta conseguir la victoria o sucumbir bajo el pavimento de un terrible campo en que cruentamente se disputaba la solución de un indispensable problema".
"El ejército español, orgulloso con las ventajas recientes que había conseguido, a la vez que más fuerte que el independiente, como envanecido de la ligereza de sus marchas, todo le parecía concluyente; mas habiéndole llegado el momento de que descendieran de las faldas del Condorcanqui, lo hizo a la verdad simultáneamente su primera línea, presentándose todos los generales realistas a la cabeza de sus divisiones y brigadas, y entre ellos, algunos de éstos con ponchos blancos haciendo así blanco para los patriotas, ostentando con ello la mejor visibilidad de sus puestos y direcciones que daban a sus tropas en la batalla".
"El virrey La Serna se hallaba en persona mandando los ataques y colocado a retaguardia en el centro de sus líneas. La derecha de ellas compuesta de los cuerpos anteriormente descritos y mandada por el inmejorable Mariscal de Campo Jerónimo de Valdez, fue la primera que, sobrepasando su orden lineal sobre la marcha que traía descendiendo del cerro, la que como un torrente se inclinó profundamente a flanquear la izquierda de los patriotas y obligó a varias compañías de guerrillas de éstos a replegarse sobre una casa que había fuera del barranco, con la mira de apoyarse en los fuegos de la División La Mar, encargada de no consentir en modo alguno la superioridad de él y en cuyo empeño fue obstinado Valdez a fin de conseguirlo, sin embargo de la tenaz defensa que, con encarnizamiento, se hacía por la indicada División peruana. Como esta arrojada y súbita maniobra del expresado General español dejase sin el menor obstáculo el espacio del llano que había de ejército al frente de sus respectivas masas, de manera que ya, sin embarazo el más pequeño, pudiesen lograr entrambas partes de un modo decisivo y extraordinario, se creyó Valdez no sólo dueño de la casa, que al fin llegó a ocupar sino que tuvo el afán de salir con su División superando por esa parte de la quebrada y buscando por la retaguardia la línea patriota y rodearla; y para conseguirlo como lo apetecía, de hecho atacó a sus opositores con los cinco batallones, los tres escuadrones y las seis piezas de artillería que comandaba por esa inexpugnable división, que apoyaba y aseguraba incesantemente el ala izquierda de las huestes independientes y que su oquedad profunda como su localidad barrancosa, le hacía también mucho más dificultosa la consumación del objetivo en que se había empeñado el referido general realista Valdez, abrazado por los fuegos de los valientes batallones peruanos Legión Peruana N° 1, N° 2 y N° 3 y el Batallón Colombiano "Vencedor".
"Siendo así,' pues, por esta parte el lugar de la más insistente y encarnizada lucha, el fuego se hizo horroroso y, por consiguiente, ya sólo había un entretejido de nubes de balas de tres distintas direcciones".
"Mientras todo lo relato sucedía por la izquierda patriota, en la derecha española el virrey y Canterac, con la división Villalobos por la izquierda de la línea de ellos y la de Monet por el centro; el primero apuraba a introducirse sobre la derecha patriota, y el segundo, absorbiendo la practicable quebrada que tenía a su frente y logrando bajar del cerro al plano del campo en columnas cerradas, fueron entrando en formaciones en la línea y consiguientemente desplegando sus masas por las filas en batalla, con un fuego nutrido de muerte sobre toda la línea patriota y en el que vino a ser general la batalla en todas sus direcciones; pero como no fuese esto bastante para obtener una declarada decisión, trataron, a la vista de este compromiso común, hasta aquí sin resultado de victoria por ninguno de los dos, poner en ejecución dos acontecimientos importantes: y era el uno el que hacía Villalobos por medio del arrojado jefe Rubín de Celis por la derecha patriota, procurando llamar por esta parte las atenciones mayores de Sucre, a fin de que Valdez no entrara en su empeño con aglomeración de fuerzas que lo pudieran destruir; y el otro el de auxiliar a este mismo con Burgos, Victoria y los tres escuadrones de la Unión maridados por los brigadieres Pando y Bedoya, sostenidos por las ocho piezas de artillería que en esos instantes habían estado colocados y avanzasen sobre la izquierda patriota, dando la más osada y terrible carga a la división La Mar y facilitando arrollar a ésta con dos fuegos de vanguardia y retaguardia, el absoluto propósito del impertérrito Valdez, que daba por resultado la rotura de la línea patriota, como tomada su retaguardia y consiguientemente destruida y flanqueada toda su ala a la izquierda sin que se pudiese rehacer...".
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"Al encontrarse españoles y patriotas —sigue describiendo más adelante Cortegana—, produjeron un choque terrible; porque Caracas, al tomar una de las piezas de artillería que traían los agresores haciendo fuego, dejó a mucha parte de la tropa tendidos, y entre ella, a su bizarro Comandante León, que recibió al pie del párpado del ojo un metrallazo, cuya acción soslayada no le destapó la cara, habiendo por tal casualidad escapado milagrosamente su existencia; pero en el momento de este fatal suceso, Caracas fue reforzado de la reserva por el general colombiano Lara con el batallón Vargas y el N° 1 del Perú, quedando constituido en reserva para apoyar a la Legión, que inutilizaba y destruía, a la vez que Caracas, a los mencionados cuerpos españoles y el fuego de la artillería enemiga bajo la dirección personal del propio La Mar, el que constantemente a la cabeza de las tropas peruanas, animándolas con enfáticas palabras y señalándoles la audacia de los enemigos, se hizo desplegar en batalla a la citada Legión y volver a cerrar en masa por dos veces a las barbas de los arrogantes contrarios con quienes iban a cruzar sus armas..."
"Un prodigio era ver a estos CUERPOS PERUANOS y colombianos, el estímulo con que marchaban y se esforzaban a cual más por combatir a sus numerosos enemigos; así que Caracas, marchando atrevidamente a paso de ataque, arrolló de su lado a las columnas realistas que sostenían sus baterías del centro hasta apoderarse de ellas".
"La Legión, de su parte hizo otro tanto, y aún sirvió de apoyo al batallón Vargas, que fue rechazado por los esfuerzos de Monet y Canterac, para que luego se volviera sobre la misma carga de la Legión; los cuales, no obstante esto, recibiendo todo el furor de tres fuegos que se cruzaban sobre ellos, con el oportuno y eficaz aparecimiento del tercer escuadrón de los Húsares de Junín, acabaron por pulverizar a las brigadas realistas y salieron audaces a desaparecerlos, con pérdida de mucha tropa"...
Varias horas llevaba ya el combate relatado por Juan Basilio Cortegana, quien, con imparcialidad de historiador reconoce que "los dos combatientes se hacen merecedores a los aplausos de hechos heroicos", pero al fin la batalla se inclina favorablemente al lado de los patriotas, sembrando éstos tal confusión en los contrarios, que hasta el propio virrey La. Serna cae prisionero. He aquí cómo refiere Cortegana este hecho sin precedentes:
"De tal manera sigue, pues, Córdova su nueva carga sobre el citado flanco enemigo y se hace tan irresistible que, por muros de bayonetas, sables, lanzas, y sobre cadáveres de hombres y caballos muertos, sobre alaridos y confusiones de las propias masas realistas y entre hacer morir, huir y defenderse, penetra hasta los lares de la persona del virrey D. José de La Serna y por medio del Sargento Pantaleón Baraona, le toma prisionero de un modo inesperado y desconocido". (Cortegana incluye en su "Historia del Perú", como documento valioso, la carta que el propio Sargento Baraona le enviaría personalmente más tarde, con el relato de la captura del virrey).
"Este guerrero anciano en la ejecución de su apresamiento, fue efectivamente herido en el avance patriótico a pesar de sus respetables canas; y si el que lo tomó no lo hubiera conocido, sin duda que habría tenido que perecer en el curso de tan aterran-te ataque, el mismo que se hacía a cada instante más indispensable para asegurar el éxito de la victoria, que ya con semejante acontecimiento heroico, se anunciaba de hecho en obsequio de los impertérritos patriotas".
"La prisión del virrey se difundió velozmente en todas las divisiones patriotas y cuya principal presa no imaginaban fue un corrosivo eléctrico en ella para recobrar más y más el ataque, que lo hicieron sobre Monet, Canterac y Valdez".
Sigue refiriéndose Cortegana al desenlace final de la batalla y llevado de su entusiasmo patriótico, concluye con estas palabras:
"Entonces, y sólo entonces, fue cuando ese ejército verdaderamente patriota entonó el canto de ¡Victoria! ¡Victoria!, y la gran victoria inmortal de Ayacucho es fijada para siempre en beneficio de las presentes y futuras generaciones de los estados hispanoamericanos".
Con la batalla de Ayacucho quedó la Emancipación del Perú y de América, pues, la hora de envainar las espadas aunque manteniéndolas siempre listas y afiladas para velar ante la Patria naciente. Cortegana prosigue, por tanto, su carrera militar a completa satisfacción de sus superiores inmediatos, aunque su ruda franqueza para expresar opiniones, cuando cree ser atropellada la justicia, le ocasiona algunos disgustos personales. En el transcurso de aquella turbia y levantisca política que siguió a los primeros años de la vida nacional, se produjo, el año 1833 un conato de alzamiento de Salaverry contra Gamarra, en el cual se vio envuelto Cortegana. El resultado, y omitiendo detalles secundarios ajenos a nuestro propósito, fue el alejamiento e internación de los complicados, por decreto, en varios puntos de la región amazónica. Nuestro personaje fue destinado a Maynas. De allí regresaría en 1838, con el grado ya de Teniente Coronel, para intervenir en la campaña de la Restauración; y, en 1841 se le destinaría a la frontera con Bolivia.
El año 1841 señala también el punto crucial de su carrera y de su desventura personal. No es posible dejar claramente establecidos los sucesos, en este punto, por falta de constancias documentales. Pero aquella franqueza en la expresión de sus opiniones a que ya hemos aludido anteriormente y su incapacidad innata para soportar en silencio injusticias clamorosas —fuese, como diría el mismo, "por no sufrir prerrogativas para unos y depredaciones para otros", o por cualquier otra razón— le llevaron a formular ciertas protestas airadas, lo que dio motivo a que, tras falsas imputaciones, se le incoase un proceso con intención de desprestigiarle. Cortegana demostró ampliamente su inocencia y la, rectitud de su conducta, pero fue conminado a salir perentoriamente de la ciudad y, lo que era más triste y doloroso, se le dejaba separado del servicio activo...
Fue el golpe brutal, inesperado, que truncaría su carrera. Verse privado de la espada que había esgrimido con gloria en los grandes combates por la patria, significaba para él una condena al peor de los ostracismos, un desmoronamiento total de todos sus sueños e ilusiones. "Mi carrera —escribía, dolorido, refiriéndose a estos hechos— es la de un soldado y nada más; los peligros y las glorias de éste eran los puntos esenciales de mis conatos... ¡Triste situación! En un Estado donde se profesan principios esenciales de Igualdad y Libertad, tener que sufrir prerrogativas para unos y depredaciones para otros, no tal vez para los Jefes de Estado... Así es como se infama a un soldado Fundador de la Patria y Libertador de la Independencia Nacional".
La alusión parece clara y explica igualmente sus protestas. El era uno de los guerreros denodados que habían combatido por la libertad y la igualdad de todos los ciudadanos; por eliminar de la patria recién nacida aquellas prerrogativas, preeminencias y desigualdades que constituían tradición y práctica abochornante en los días coloniales; había luchado al lado de los grandes Libertadores para que prevaleciese la justicia sin distinción de rangos, de castas o jerarquías; y he aquí que en la realidad de la vida cotidiana se traicionaban y pisoteaban tantas veces estos altos ideales por los cuales se había derramado mucha sangre, cayendo en injusticias semejantes a las que parecían haber quedado borradas para siempre...
Un año después, en 1842 —y esto prueba que su conducta ciudadana y su honorabilidad personal habían salido indemnes de la dura prueba—, Juan Basilio Cortegana postula la Senaduría por su Departamento: Cajamarca. No la obtuvo. Sus sueños se frustraron, encontrando un apoyo decidido y franco sólo en su provincia, en su querida provincia, a la que no olvidaría jamás a lo largo de su vida, y por la que luchó siempre abnegada y denodadamente como soldado y ciudadano.
Su situación económica empeora día a día, hasta el extremo de tener que emplearse en una firma comercial para subvenir a su existencia.
Recluido en su modesta casa de Malambo 122, después de haber vivido en el popular barrio de San Lázaro: Pozo N° 83, y en la única compañía de su esposa, doña Manuela Arnáiz, de la que quedaría viudo en 1857, Cortegana se concentra exclusivamente en sus recuerdos; en el recuerdo consolador de sus jornadas de gloria. Piensa también en las glorias de la patria, de aquella patria peruana, cuyos orígenes históricos se pierden en los nebulosos siglos del Incario y que, libertada ahora, se le abre un porvenir esplendoroso, siempre que sus hijos la defiendan y amen con acendrada pasión, esa pasión que se origina, principalmente, en el conocimiento de todos sus avatares históricos, de sus grandes fastos y de sus caídas, de sus glorias y sus desdichas... Y fue entonces quizá cuando el insigne cajamarquino concibió su grandiosa, su extraordinaria idea de escribir una Historia del Perú. Una Historia que fuese lo que siempre se ha creído y sostenido que es la Historia: la gran maestra de la vida y la educadora de los pueblos. El pueblo del Perú se encontraría retratado en ella, y en ella encontraría también el aliento y los ejemplos magníficos del pasado que mueven y estimulan las acciones del presente.
La Patria había condenado a Cortegana injustamente al ostracismo. Pero así como Cervantes, el noble Manco de Lepanto, recluido en la cárcel de Sevilla, devolvía allí a sus compatriotas el más grande libro sobre el más grande idealista de los siglos: el Caballero Don Quijote, para que sirviera de parangón y de alto ejemplo a todos los esforzados paladines de las causas justas, así también el noble celendino, desde su pobreza, su abandono y su retiro, haría generosa entrega a su pueblo de una Historia del Perú que le recordase su pasado y le sirviera de estímulo para alcanzar una meta en el porvenir.
Empero, mientras acumula notas, apuntes y documentos para su magno proyecto, Cortegana no olvida a "otros beneméritos de la Patria", a otros soldados de la Independencia, como él, dejados de lado por los poderes superiores del país, que se encuentran, al llegar a las puertas de la senectud, ante una realidad económica sombría. En 1848 funda la Sociedad "Humanitaria", cuyo generoso designio era el de "proporcionar a los veteranos de la Independencia un auxilio en los lances más solemnes de su difícil existencia, en la que —como tristemente reconoce Cortegana— no sólo la fortuna, sino hasta la amistad y aun el parentesco suelen dar la espalda al desvalido". ¡Lo sabía él muy bien por experiencia propia! Por eso podría agregar más tarde, al solicitar oficialmente el reconocimiento de aquella Sociedad por las autoridades, que "la solicitud provenía de los venerados restos de los que, a costa de sus vidas, hicieron la Independencia del Perú, quienes convencidos de que se hallan atravesando el último tercio de su vida... habían resuelto fijar esta beneficiente Sociedad que hiciera más llevaderos los días de su ancianidad"...
Ni se olvidaba tampoco Cortegana de su natal Celendín, por cuyo progreso no había dejado de interesarse un solo instante. Después de activísimas gestiones y trámites burocráticos, en los que le acompañaron varios coterráneos suyos: Don Leandro Pereyra, Don José Burga y Don Manuel Pereyra Merino—lograba ver a Celendín elevada al rango de provincia, sueño que había acariciado tanto tiempo. Redactó más tarde una interesante "Estadística" de aquella provincia, a la que quería ver a la cabeza del departamento de Cajamarca. Consiguió que se inauguraran allí varias escuelas, y obtuvo la promulgación de la ley por la que se establecía el primer Colegio de Instrucción Secundaria. Consiguió asimismo la instalación de un cementerio y la mejora del servicio de aguas para regadío, y finalmente pugón en vano para que se le reconociesen a su provincia las erogaciones que había hecho para subvenir a las campañas de la Independencia.
No se vería defraudado este amor de Cortegana por su patria chica, por la tierra que le vio nacer, en la Legislatura de 1868, se le elegía como su representante. Existen, además, dos documentos de aquel tiempo que muestran el respeto, la veneración y el agradecimiento de los vecinos de Celendín hacia su ínclito coterráneo. Dice así el primero de ellos:
"PROVINCIA DE CELENDIN: Los ciudadanos notables y padres de familia y de los distritos que componen esta nueva provincia han presentado al Supremo Gobierno el recurso y acta que sigue: Excelentísimo señor: Don José del Carmen Díaz, Municipal y Juez de Paz de la ciudad y capital de esta nueva provincia de Celendín, ante V. E. respetuosamente me presento y digo: Que llevando a cabo los votos y deseos de los vecinos notables y padres de familia de los distritos de que se compone esta provincia, constantes en el acta acordada y suscrita por ellos, que acompaño y elevo al conocimiento de V. E. en la más debida forma y de conformidad al derecho de petición que otorga a todo peruano nuestra Carta Fundamental, para que como Jefe supremo que es, de la Nación se sirva paternalmente atender a esta súplica, que no es otra sino pedir a su beneficiente y suprema autoridad el que las haga la justicia y gracia, al mismo tiempo, de nombrar y darles por Sub-Prefecto propietario al Teniente Coronel Don Juan Basilio Córtegana, residente en esta capital de Lima, y natural que es de esta ciudad de Celendín, como compañero que ha sido de V. E. en los campos de batalla de Junín y Ayacucho para alcanzar nuestra santa Independencia que actualmente disfrutamos; porque también él les merece su confianza y sus respetuosas simpatías.
"Además de lo dicho, las razones fundadas que para ello tienen los referidos padres de familia, bien lo demuestra la indicada acta que han suscrito y que tampoco por mi parte creo que no estará fuera de* propósito que haga presente a V. E. que, siendo nombrado Sub-Prefecto el expresado Cortegana, esta nueva provincia será arreglada de una manera conveniente a sus intereses locales, a los de sus habitantes y, por consiguiente, a satisfacción de V. E. mismo.
"Las garantías de honradez, de conocimiento teórico y práctico que tiene de esta provincia para procurar el remedio de sus necesidades son y han sido antes de ahora a nuestra experiencia incontrovertibles para obtenerlas; así también como de su capacidad y de lo que es más: que teniéndole a él de Sub-Prefecto, tendrá esta nueva provincia seguro su adelantamiento en todos sus ramos administrativos, en su policía, en sus obras públicas y en cuanto conviene al bien general de los distritos que la componen, y todo con el más eficaz efecto en razón del amor patrio que siempre les ha probado tenerles; mientras que cualquier otro Sub-Prefecto extraño no podría hacer lo fácilmente ni reunirá en sí estas circunstancias características en su persona, y mucho menos podrá infundir la confianza necesaria para patentizarle nuestros sentimientos y nuestro querer acerca de nuestros mejoramientos.
"Sí, Señor Excmo., esto es lo que por un acto de benevolencia de parte de sus bondades se permiten recabar les haga a los vecinos que han suscrito el Acta, y que por sus votos me han investido su personero y representante a virtud de estar ausente uno de los Síndicos procuradores en el departamento del Amazonas, y el otro impedido físicamente.
"POR TANTO:
"A V. E. sumisa y rendidamente suplico que, en vista del acta que en debida forma presento, se digne, usando de sus altas facultades, decretar en este recurso la concesión y nombramiento de Sub-Prefecto propietario de la nueva provincia de Celendín al Teniente Coronel don Juan Basilio Cortegana, pues al hacerlo así, merecerá de ella desde un principio de V. E. manifiesta protección, y sus moradores, por esta su asequibilidad, le conservarán su eterna gratitud.
Celendín, octubre 21 de 1862.
José del Carmen Díaz.
El acta a que hace referencia el documento anterior es la siguiente:
"En la ciudad de Celendín, a los veinte días del mes de octubre de 1862: reunidos en común los vecinos de esta población y más que componen la provincia, en la casa designada al efecto, manifestaron unánimemente su júbilo por el deseo de ver que van a cumplirse nuestras esperanzas cuando nuestra amada patria sea elevada un grado más y sujeta a un porvenir muy digno de ella. Gracias a los Soberanos Congresos del 60 y 62 y S. E. el Presidente que alcanzó el pueblo de Celendín lo que deseaba, y bendiga la provincia los trabajos y decisión de los representantes D. Silva Santisteban y D. Santos Castañeda; mas para que, en su totalidad, queden aquéllos satisfechos, debemos recordar que aún no está finalizada la obra, y estamos obligados a velar por su exacta conclusión; para esto, es de necesidad:
1.—Traer a la vista los desastres que se sufren cuando el que nos rige es extraño y no ha mirado de cerca nuestras necesidades como nuestro hermano Teniente Coronel don Juan Basilio Cortegana. 2.—Si mantenemos reconocimiento, ninguno mejor es digno de aquél que es el señor Cortegana, supuesto que ha empleado cuanto ha sido bastante para que nuestra mencionada patria, de villa que fue, salga al rango de ciudad, y de ésta, al de provincia en que se encuentra, pues ha dado pruebas de adhesión a su país desde que no ha omitido gasto alguno en su favor, nada menos que en la apertura de una acequia para conducir el agua de Molinopampa acá, coadyuvó una cantidad considerable, aun estando como ahora existiendo en la capital.
"Debemos, en fin, tener presente que cuando su permanencia en este lugar, nuestros legítimos derechos ya se conocían, y la emisión de nuestros votos era segura; en esta virtud no debe sernos desconocido ni mirar con indiferencia los trabajos de un hermano patriota, muy digno por las cualidades que le sobran, para pedir suplicatoriamente sea nuestro Sub-Prefecto.
"La confianza que nos asiste por lo relacionado nos hace elevar a V. E. esta justa súplica por el órgano del Juez de Paz D. José del Carmen Díaz, el que lo acompañará con el recurso correspondiente, a causa del impedimento legal de los Síndicos Procuradores de estar el uno ausente en el departamento de Amazonas, y el otro enfermo, y no dudando que los muy elevados pensamientos del gobierno a quien nos dirigimos sabrá completar nuestras esperanzas nombrando Sub-Prefecto al ya mencionado Cortegana.
"Con lo que se concluyó el Acta que firmamos".
(Vienen las firmas).
Tan apremiante y unánime solicitud no fue atendida por el Ejecutivo Nacional, y el Teniente Coronel don Juan Basilio Cortegana —este tratamiento nunca le faltó ni en el uso oficial ni en el particular— enfermo de úlceras gástricas, viudo ya desde hacía varios años y recluido en su modesta habitación de la calle de Malambo, Abajo del Puente, vivía dedicado por completo a la tarea de dar cima a su "Historia del Perú". Único solaz de su existencia era su hija natural, Corina, a la que, como se ha visto por testamento, instituiría heredera de sus menguados bienes materiales.
Sus fuerzas se iban debilitando día a día, sus desengaños no le consentían esperar ya nada de la vida, y en uno de sus accesos de tristeza, escribiría: "El autor de esta Historia no ha obtenido compensación alguna por sus servicios, pues hasta en los ascensos se le ha postergado por los Gobiernos injustos y sólo vive parcamente con el haber de la clase en que se ha retirado por el arbitrio y porque no ha entrado en bajas adulaciones ni en guerras intestinas".
Con caligrafía cada vez más deficiente y temblorosa, sigue entretanto llenando folios y más folios de su obra magna, que él mismo acomoda y cose luego, por volúmenes, en forma de cuidadísimos folletos, soñando acaso en que su patria y la posteridad le harán siquiera justicia después de su muerte. Y si ni esto ocurriera, al menos las juventudes nuevas de la patria aprenderán en ella a conocer y amar a su país, enterándose de los heroicos sacrificios y los torrentes de sangre que había costado darles una nacionalidad independiente y poner entre sus manos el timón de sus destinos...
¡Ni esta postrera esperanza de Cortegana se cumplió, como hemos visto! Ignorada, desconocida, transportada al extranjero fue a parar la colección del renombrado acopiador de materiales históricos don Emilio Gutiérrez de Quintanilla, y más tarde a la Biblioteca particular del Ex-Presidente argentino Agustín P. Justo, de donde sería rescatada en marzo de 1945 por el Poder Ejecutivo del Perú para nuestra Biblioteca Nacional de Lima, mediante la oportuna intervención del R. P. Rubén Vargas Ugarte, del doctor Jorge Basadre, Director de la citada Biblioteca en aquel entonces, y del autor de esta semblanza.
En cuanto a sus horas finales las conocemos ya en parte por las gacetillas transcritas al comienzo de estas líneas. Al amanecer del día martes 11 de diciembre de 1877, el estado de su enfermedad se agravó; y a las cinco y media de la mañana, se apagaba su generosa vida. El guerrero de Ayacucho descansaba de sus afanes y desengaños en el mundo.
LA OBRA DE CORTEGANA
La primera reflexión que surge al enfrentarse a los volúmenes inéditos que forman la "Historia del Perú" dejada al país por Cortegana, es la de que se propuso su autor al escribirla. ¿Tuvo conciencia de la pesada, de la abrumadora carga que echaba sobre sus hombros al acometer la empresa? Y en caso afirmativo, ¿Por qué lo hizo?
El mismo nos va a dar concreta respuesta a tal cuestión. El objetivo perseguido por su Historia —dice— era el de buscar una continuidad en la trayectoria de la vida nacional", el de ordenarla, por haber "visto que (en las historias anteriores) carecía de ella y que, además, ante el mundo literario (o ilustrado) se hallaba (por esto) con bastante mengua suya". Cortegana quería salvar este vacío nacional; deseaba escribir una historia articulada, vertebrada, que abarcara todos los hechos en conjunto y fuese el exacto reflejo de la vida entera del país. No se le ocultaba, desde luego, lo abrumador de la carga. Para "compaginar tantos y tantos acontecimientos —dice—, ha sido preciso recorrer muchas páginas de todos aquellos confusos historiadores del pasado, que si bien dan una pequeña idea de todo lo ocurrido en sus tiempos, no la absuelven en su plenitud".
La tarea, por lo tanto, era inmensa, agobiadora. El celendino tenía' conciencia plena de ello. Sin embargo la acometía con denuedo y entusiasmo, "porque —afirma— la constancia, entusiasmo y patriotismo, unido al amor glorioso de ser siempre útil al país, lo ha vencido todo". El motivo era, pues, de carácter esencialmente ideal, no utilitario. Era un motivo patriótico. Era el deseo de ser útil al país, el de servirle ahora con la pluma como antes le había servido con la espada. En suma, era el designio entusiasta, firme, incondicional de recoger y reflejar la fisonomía del Perú que en Junín y Ayacucho acababa de nacer a la vida independiente. Un país sin historia —es decir, sin recuerdo y conciencia plena del pasado— es como un cuerpo sin espíritu. Es como un hombre que ignorase todos sus antecedentes personales y familiares. Cortegana quería dejar memoria de todo eso.
Resuelto ya en este propósito, traza el plan o lineamiento de su historia general, dividiendo cada volumen en "libros', y cada uno de éstos, en ordenados "capítulos".
Tratan los dos Tomos primeros del "origen primitivo del Perú"; de su población y organización social, de la fundación del Imperio Incaico; de la cronología de sus monarcas; de su religión, de sus leyes, reglamentos, instituciones y conquistas; de su culminación, en fin, como pueblo aglutinador que extiende su poderío desde Quito hasta el actual noroeste argentino, imponiendo en todas partes su lengua, sus leyes, sus creencias religiosas y su suprema organización.
Arranca el Tomo III desde el descubrimiento del Pacífico o Mar del Sur por Balboa y subsiguiente conocimiento de la existencia de un imperio poderoso hacia el sur de Tierra Firme, juntamente con el proyecto de descubrirlo y conquistarlo por Francisco Pizarro, Diego de Almagro y Hernando de Luque, abarcando todos los hechos posteriores, tanto hispanos como incaicos, hasta la entrada de castellanos en Tumbes.
Abraza el Volumen IV todo lo concerniente a la marcha de Francisco Pizarro hacia Cajamarca, donde se encuentra acampado Atahualpa; la captura de éste en la famosa celada, su rescate y ejecución, reparto de sus riquezas y, a partir de allí, la conquista completa del país y sucesos posteriores que culminan en las luchas entre pizarristas y almagristas y la gran sublevación indígena del Cuzco. Relata el Tomo V el alzamiento de Gonzalo Pizarro y ejecución del primer Virrey Núñez de Vela; el proyecto de los sublevados de formar un Imperio independiente en el Perú; la llegada de La Gasca y el vencimiento de Gonzalo; la pacificación momentánea del país y subsiguiente rebelión de Hernández Girón, vencido finalmente en la batalla de Chuquinga, así como la llegada a Lima del Virrey don Antonio de Mendoza.
Refiere el Volumen V lo acaecido desde 1556 hasta 1724, es decir, gran parte de la época virreinal, completa, en el Tomo VII que, por extenderse hasta el año de 1811, enfoca ya directamente los primeros chispazos que preludian la guerra de la Independencia y "el estado de conmoción en que América se halla por la consecución de su Libertad", como reza uno de sus capítulos.
Con visión ya directa y personal de los hechos, esto es: relatando sucesos que le son contemporáneos y que el autor ha vivido, Cortegana aborda en el Volumen VIII el período comprendido entre 1812 y 1819, haciéndose eco de los acontecimientos registrados, no tan sólo en el Perú, sino en México, en Venezuela, en Buenos Aires, todos ellos relacionados con la creciente efervescencia que ha cobrado en el país la idea de la independencia, y la natural inquietud y alarma de las autoridades españolas ante la actitud manifiesta de los pueblos por obtener su libertad.
Como demostración de la amplitud y minuciosidad con que van a narrarse los hechos, el Tomo IX —al que manos anónimas han arrancado desgraciadamente doce páginas— está consagrado a un solo año: el de 1820. Son sus primeros capítulos el prolegómeno al arribo y desembarco en Pisco de la Expedición Libertadora capitaneada por el General don José de San Martín; su llegada posterior al Callao; la creación del pabellón nacional por el Libertador argentino y primeras actuaciones de éste en el Perú como gobernante.
El Tomo X, que durante nueve años —de 1945 a 1954— se creyó perdido, hace referencia al año crucial de 1821 y está dividido por su autor en siete capítulos. Arranca desde la conspiración de Aznapuquio, trata de la deposición de Pezuela y regreso de este Virrey, ya depuesto, a España, y relata in extenso el nombramiento del nuevo Virrey La Serna y su llegada al país. Valioso es el capítulo dedicado a la acción de los guerrilleros; y gracias a las indicaciones de Cortegana se puede apreciar ahora cuál fue la misión que aquéllos desempeñaron, su desafío constante y peligroso a las autoridades reales y los servicios de enlace que establecieron entre las fuerzas de los patriotas. A través de nuestro historiador resaltan conocidos muchos nombres de aquellos héroes dispersos y se saben también los lugares donde tenían sus centros de operaciones e incluso cuáles eran algunas de sus consignas. Hoy, cuando todos tenemos tan presente lo que significaron en la liberación de la Europa ocupada por los nazis los guerrilleros, estamos asimismo en condiciones de apreciar, gracias al relato de Cortegana, los denodados esfuerzos de aquellos francotiradores de nuestra Independencia que hostigaban constantemente a las fuerzas realistas.
El nombramiento de Canterac como General en Jefe del ejército realista motiva también otras valiosas páginas del mismo tomo. Pero como es natural, el acento más importante de uno de sus capítulos recae sobre la ocupación de Lima por el Ejército Libertador y la Proclamación de la Independencia por San Martín. Aquel hecho repercutió 1:9ndamente en la conciencia nacional y puede decirse que, a partir de él, aunque Lima volviese a ser recuperada por los realistas, en verdad había sido ya perdida por la corona española.
La actuación del Protector del Perú durante este año suscitó algunas censuras por parte de Cortegana, las que contrastan más fuertemente con la pintura favorable que hace de él en otros pasajes de su obra; pero misión del historiador es expresarse en cada caso de acuerdo con lo que reza el documento o, como en este caso, con lo que el propio historiador ha vista y oído en la realidad.
El paso de Gamarra, Eléspuru y otras figuras importantes a los patriotas es relatado asimismo pormenorizadamente por Cortegana, tomando aquel hecho como un signo cierto de que la idea de la Independencia cundía por doquier y acababa por abrirse paso en todos los corazones. Trata igualmente en éste volumen de la formación del primer cuerpo de ejército peruano, así como de las operaciones de Miller y Cochrane era un espíritu inquieto y ya se sabe cuál Lord Cochrane contra el puerto del Callao. Lord les fueron sus disputas y aún sus peleas con el General San Martín por motivo de la falta de pago de sus marinos, pero es indudable que sin su arrojo, sin su osadía y su gran pericia como comandante, tal vez la Expedición Libertadora habría fracasado.
"Las montoneras" famosas demandan también atención de nuestro historiador y las relata con detalles. En Huarochirí, fueron sus jefes Zárate, Orrantia, Castillo, Elguera, Nivavilca y Manrique. Por el norte de Lima: Zuloaga, Delgado y Huavique. Y como Jefe General de las Montoneras, el comandante Isidoro Villar.
La incorporación de Luzuriaga y Guido al General San Martín es anotada asimismo por el historiador celendino como un gran triunfo de la idea patriótica. Consigna al mismo tiempo el pronunciamiento de Lavin en el Cuzco contra la causa realista, considerándola como un triunfo aunque le costara la vida al caudillo. La organización del cuerpo LOS LEALES por Agustín Gamarra queda fielmente registrada en su "Historia del Perú" por Cortegana y no deja de referirse tampoco a la correspondencia cruzada entre San Martín y los patriotas Agüero, Morales y Mancebo, señalando la forma secreta de que se valían para hacerla llegar a sus destinatarios respectivos.
Entrando ya en el terreno de los hechos minuciosos, pero no por ello menos significativos para la comprensión de nuestra historia, Cortegana vuelve a referirse en este tomo a las incursiones de los guerrilleros sobre la ciudad de Lima, a la carta de protesta de un limeño contra el Virrey, publicada en "El Pacificador", a la carestía de los artículos de primera necesidad y a la guerra de los anónimos y panfletos que los limeños hacen a los realistas. Todo un capítulo de zumbonería criolla, a la que la villa de Lima nunca renunció ni aún en los momentos de mayor dramatismo.
Constituyen también detalles importantes del relato, el gobierno interino del Marqués de Montemira, la abolición de la Constitución española y la supresión de las Armas de Castilla en el Perú, sin olvidar tampoco las actuaciones teatrales a que dio lugar la Jura de la Independencia y la transcripción del Himno Nacional del Perú.
Finaliza el Tomo X con la lectura de los Estatutos o Constitución en la Plaza de Armas, con las fiestas que se hicieron en Palacio de Gobierno, la enfermedad del Protector, su renuncia a la autoridad suprema, la delegación de sus pacieres en manos de los ministros y un comentario sobre la labor administrativa del General don José de San Martín.
Están dedicados los doce capítulos del Tomo XI a seguir las graves vicisitudes del año 1822, la celebérrima entrevista en Guayaquil de Bolívar y San Martín, la renuncia y retiro de este último del Perú y la llamada del Congreso a Bolívar, con todos los pormenores de la agitada política de aquellos días.
Importantísimo por el período que abarca, se abre el Tomo XII con la introducción a la campaña de 1824, dirigida por Bolívar, que se remataría en las batallas decisivas de Junín y Ayacucho, admirablemente descritas por Cortegana, como testigo y actor que fue de ambas, terminando con la captura y prisión del cuadragésimo Virrey don José de La Serna e Hinojosa, último representante de España en el Perú.
Finaliza la "Historia del Perú" con el Volumen XIII, 1825-1827, en el que Cortegana registra el segundo sitio del Callao ordenado por Bolívar y la resistencia del brigadier hasta su capitulación, realizada el 23 de enero de 1826; el asesinato de don Bernardo de Monteagudo, con todas sus consecuencias; las expediciones al Alto Perú y desplazamiento de Bolívar hacia el sur; la decisión de éste de abandonar el país y el movimiento ciudadano a su, favor para que continuase en el poder.
La larga enfermedad, úlceras gástricas, que le llevaría a la muerte dejó trunca en este punto la obra del prócer celendino. Pero aunque en extracto sintético, podemos comprobar, a través de las líneas precedentes, la magnitud de la empresa realizada por su autor y la importancia y trascendencia de una Historia de esa clase para la interpretación cabal de nuestros destinos nacionales.
Aquella Historia General del Perú venturosamente reintegrada a la Patria y escrita por el insigne cajamarquino, por el benemérito hijo de Celendín y prócer, doblemente prócer, de nuestra Independencia, que también había forjado parte de esa historia con su espada; pero olvidada, arrumbada, como olvidado está su nombre, aunque reclamando perentoriamente una "Presencia", en la conciencia nacional desde el fondo y el trasfondo de la historia. Juan Basilio Cortegana está gritando un: "¡Presente, compatriotas!" desde su tumba de guerrero de la Independencia e igualmente desde las páginas de su "Historia del Perú".
Aunque, como se ha dicho más atrás, el Perú no ha hecho todavía la debida justicia póstuma al ilustre hijo de Celendín, cabe, empero, consignar que en las esferas oficiales y durante la presente administración del Presidente Dr. Don. Manuel Prado han sido escuchados los clamores de los hijos de aquella provincia en el sentido de que se honrará la memoria de Basilio Cortegana. A tal efecto, nos place consignar aquí que el autor del presente trabajo, ha conseguido del Ministerio de Fomento una partida de 213,000 soles con destino a la construcción y embellecimiento de la "Plaza Basilio Cortegana" en la misma ciudad de Celendín. Y al propio tiempo, la creación de un monumento que, colocado en el centro de dicha plaza, -Jon motivo de celebrarse el 24 de octubre de 1962 el primer centenario de la fundación de la provincia, perpetuará ante las generaciones venideras el recuerdo de aquel hombre que tanto luchó por el progreso de su tierra natal, que supo darle igualmente lustre con su vida y con sus obras y que, en definitiva, representa uno de los jalones de nuestra nacionalidad.
Esta silueta biográfica del esclarecido hijo de Celendín que terminamos aquí, pretende ser una modesta contribución en procura de reivindicar al hombre con quien la Patria está en deuda, y es al mismo tiempo el mejor homenaje que podemos rendir a su memoria.