La fotografía que ilustra esta pequeña crónica la obtuvimos por gentileza de la señora Rosa Sánchez Araujo, parienta nuestra, que la extrajo de un viejo álbum familiar, legado de sus padres. Nos la dio con una vaga pista: “una de ellas es tu abuela, dijo.
Ya en casa, nos dimos a la tarea de averiguar la identidad de las seis personas que posan sosegados bajo una de las ventanas de la sala que recordábamos perfectamente porque en sus barandas nos colgábamos, jugando, durante nuestra niñez. No sabíamos de quiénes se trataba, pero sentíamos que algo nuestro, muy profundo, estaba allí, quizás la explicación de nuestra propia existencia.
Ya en casa, nos dimos a la tarea de averiguar la identidad de las seis personas que posan sosegados bajo una de las ventanas de la sala que recordábamos perfectamente porque en sus barandas nos colgábamos, jugando, durante nuestra niñez. No sabíamos de quiénes se trataba, pero sentíamos que algo nuestro, muy profundo, estaba allí, quizás la explicación de nuestra propia existencia.
Recurrimos a las personas mayores que todavía vivían en el pueblo por entonces, nos referimos a los años ochenta, y no obtuvimos ningún resultado. Nadie se acordaba de ellos, pero estaba claro que los rostros perpetuados en la fotografía se repetían en las generaciones actuales por el milagro de la genética.
Cien años de espera (Foto cortesía de la Sra. Rosa Sánchez Araujo)
Por entonces llegó a Celendín nuestro primo Antero Araujo, nuestro inolvidable “Chueco”, desgraciadamente fallecido, y en la primera oportunidad le mostramos la foto. Recurrimos a observarlas con potente lupa, pues no existían aún los milagros del escáner y el photoshop, y él, perspicazmente, observó:
-Mira, la señora de más edad es igualita a la tía Juliana.
En efecto, el parecido era evidente, y entonces recordé haber escuchado en las pequeñas historias familiares, que a la tía en mención le pusieron ese nombre porque se parecía a su abuela del mismo nombre, Estaba claro que la matrona que aparece con el bebé en brazos, tenía que ser nuestra bisabuela, Juliana Rocha Casta, casada con Agustín Pereyra, padres de nuestra abuela, Clotilde Pereyra Rocha, quien, aún joven, posa de pie a su derecha para la foto.
Una vez descubierta la identidad de las mayores, la respuesta acerca de los niños era fácilmente deducible. El niño que aparece con la chaqueta oscura, botones dorados y un libro en la mano, el primer intelectual de la familia, no es otro más que el tío Juan Oblitas Pereyra, hijo del primer compromiso matrimonial de nuestra abuela, que a la sazón estaría cursando la transición de la primaria. Juan es el padre de nuestro primo, el poeta Guillermo Oblitas Pimentel, “Juan sin Sol”.
Ahora deducimos que si Juan, nacido en 1902, estaba en la primaria y según la apariencia cuenta con seis años, la fotografía databa de 1908, ¡Nada menos que de cien años atrás! La emoción nos sacude íntimamente: estábamos antes nuestros ancestros, pero un siglo atrás,. Se habían cumplido cien años de espera para que vean de nuevo la luz.
Los niños, varón y mujer, que aparecen en los extremos, son los mellizos Teófilo Chávez Pereyra, vestido de marinerito, y Lucila Chávez Pereyra, de traje oscuro, los primeros hijos de Francisco Chávez Bazán, con quién contrajo nupcias Clotilde tras enviudar de su primer esposo, Juan Oblitas. La tía Lucila era la madre de nuestros primos Victoria, Rosa, Clotilde, Lilia, Alipio, Antero, Napoleón, Melchora y Alejandro. Como se puede deducir, las familias antiguas eran numerosas.
Finalmente el niño que aparece en brazos de la bisabuela es el tío Javier Alfonso Chávez Pereyra, fallecido en Huaraz, en donde servía como Guardia Civil, en 1939. El matrimonio de Francisco Chávez Bazán y Clotilde Pereyra Rocha tuvo también nueve hijos: Teófilo, Lucila, Javier Alfonso, Francisco Solano, Julio, fallecido tempranamente, Luis Humberto, mi padre Flavio Antonio, Juliana del Carmen y Elvia Esperanza Chávez Pereyra, esta última madre de nuestros afamados escritores Alfredo Pita y José de Piérola, pero eso ya es otra historia.
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