Por Crispín Piritaño
Cuando, después de diez años de asedio, los griegos dejaron el caballo de madera frente a las doradas murallas de Troya, le dieron una lección de astucia al mundo. Los troyanos cayeron en la argucia de Ulises y franquearon las puertas al caballo, sin advertir que en sus entrañas se escondían los griegos que finalmente causaron la destrucción de su mundo.
En nuestro Celendín hubo un alcalde que de oídas supo de esta historia y nunca olvidó esa lección. Taimado y calculador como era, urdió la treta, la manera de tender una cortina (no de humo, sino de algo más consistente, como el cemento) para ocultar la corrupción que anegaba su gestión. Entonces contrató a un artista mediocre para que le construyera un monumento religioso que pusiera una venda sobre los ojos de la población, para que ésta se olvidara de las pillerías y desbarajustes económicos que dejaba como saldo de su gobierno.
Cuando, después de diez años de asedio, los griegos dejaron el caballo de madera frente a las doradas murallas de Troya, le dieron una lección de astucia al mundo. Los troyanos cayeron en la argucia de Ulises y franquearon las puertas al caballo, sin advertir que en sus entrañas se escondían los griegos que finalmente causaron la destrucción de su mundo.
En nuestro Celendín hubo un alcalde que de oídas supo de esta historia y nunca olvidó esa lección. Taimado y calculador como era, urdió la treta, la manera de tender una cortina (no de humo, sino de algo más consistente, como el cemento) para ocultar la corrupción que anegaba su gestión. Entonces contrató a un artista mediocre para que le construyera un monumento religioso que pusiera una venda sobre los ojos de la población, para que ésta se olvidara de las pillerías y desbarajustes económicos que dejaba como saldo de su gobierno.
El Cristo de la Corrupción, una imagen seudoreligiosa que jamás engañó a los celendinos que ven de verdad las cosas tal como son (foto archivo CPM).
Así, hace cinco años, surgió en Celendín el Cristo de la colina de San Isidro, que en realidad era el Cristo de los Ladrones y los Pillos, por los que los celendinos conscientes lo bautizaron como "El Cristo de la Corrupción". Se trataba de una mala copia, montada sobre un mirador enclenque, del Cristo del Corcovado, que vela sobre Río de Janeiro, en Brasil.
En el cerebro del alcalde, la imagen tenía que erigirse en un promontorio que la hiciera visible a toda la población, para así explotar los arraigados sentimientos religiosos que animaban a la gente. Sólo había dos puntos estratégicos que caían de perillas a tan aviesa intención: uno era el alto cerro de Jelig y el otro nuestra saqueada colina de San Isidro.
El entusiasmo del alcalde por Jelig tenía que ver con una ventaja contable: iba a elevar el monto de lo que se quería ocultar, pero el cerro que mira del otro lado al Marañón debió ser abandonado porque era muy alto, lo que obligaba a construir la estatua en proporciones enormes e implicaba dificultades de orden técnico y de estabilidad muy superiores a las capacidades de concepción y ejecución del artista, que, dígase de paso, ya tenía experiencia en ese menester, pues había elevado un Cristo similar en otro lugar del norte del Perú.
El alcalde y sus cómplices se decidieron entonces por instalar la imagen en San Isidro, una de cuyas laderas ya estaba corroída por la mina clandestina que la población conoce como "el hueco de la ignominia". No les quedaba otra opción que levantar el Cristo delante de la puerta de la vieja, tradicional y emblemática capilla de San Isidro. No importaba que la ocultara, que la anulara, porque de lo que se trataba realmente era de ocultar las cuentas del municipio.
El proyecto surgió ante la gente como de la nada, sin consulta previa a la ciudadanía y sin concurso ni licitación de propuestas, y la edificación se hizo entre gallos y medianoche.
Así apareció el Cristo de la Corrupción sobre Celendín, una imagen grandilocuente e inútil, un monumento no al hijo de la Virgen del Carmen, nuestra patrona, sino a la pillería del alcalde de marras, a su incompetencia e insensibilidad para atender los problemas más urgentes que aquejaban a la ciudad y la provincia. De lo que se trataba era de cubrir los malos manejos. Y hasta se puede decir que lo logró, que la lecciones de Homero le sirvieron al pícaro para cegar a los celendinos, a algunos celendinos, sobre el lado oscuro de su gestión.
Lo que jamás imaginó este alcalde de provincia es que años después tendría un discípulo y un émulo tan “conspícuo” como el mismo Presidente de la República. El obeso Crazy Horse, al parecer por los mismos motivos que inspiraron al alcalde de Celendín, está ahora construyendo su propio caballo de Troya, levantando un Cristo seudo religioso sobre la población con la esperanza de sembrar en ella la amnesia.
El Cristo de Alan, que el pueblo ya bautizó rápidamente como "El Cristo de lo Robado", va a ser súper dimensionado, como corresponde a la corrupción que pretende ocultar y al Ego Colosal de su inspirador, y se elevará en el histórico Morro Solar, en el distrito de Chorrillos, en Lima. Allí, donde se inmolaron miles de peruanos por defender la patria del odiado invasor.
Los peruanos así tendremos otra mala copia del Cristo del Corcovado, la tercera o cuarta tal vez ya, tan inútil y grandilocuente como el Cristo de la Corrupción de Celendín, imágenes que más de religión y fe nos hablan de las malas prácticas de quienes hipocritamente las construyen.
Por ello no nos sorprende que el mamarracho de Lima, "El Cristo de lo Robado", ya cuenta con la bendición del inefable Cardenal Juan Cipriani y de su monaguillo del Opus Dei, Rafael Rey Rey, tránsfuga compulsivo y también ex ministro que la historia peruana recordará como payaso y como cazador de palomas.
En el cerebro del alcalde, la imagen tenía que erigirse en un promontorio que la hiciera visible a toda la población, para así explotar los arraigados sentimientos religiosos que animaban a la gente. Sólo había dos puntos estratégicos que caían de perillas a tan aviesa intención: uno era el alto cerro de Jelig y el otro nuestra saqueada colina de San Isidro.
El entusiasmo del alcalde por Jelig tenía que ver con una ventaja contable: iba a elevar el monto de lo que se quería ocultar, pero el cerro que mira del otro lado al Marañón debió ser abandonado porque era muy alto, lo que obligaba a construir la estatua en proporciones enormes e implicaba dificultades de orden técnico y de estabilidad muy superiores a las capacidades de concepción y ejecución del artista, que, dígase de paso, ya tenía experiencia en ese menester, pues había elevado un Cristo similar en otro lugar del norte del Perú.
El alcalde y sus cómplices se decidieron entonces por instalar la imagen en San Isidro, una de cuyas laderas ya estaba corroída por la mina clandestina que la población conoce como "el hueco de la ignominia". No les quedaba otra opción que levantar el Cristo delante de la puerta de la vieja, tradicional y emblemática capilla de San Isidro. No importaba que la ocultara, que la anulara, porque de lo que se trataba realmente era de ocultar las cuentas del municipio.
El proyecto surgió ante la gente como de la nada, sin consulta previa a la ciudadanía y sin concurso ni licitación de propuestas, y la edificación se hizo entre gallos y medianoche.
Así apareció el Cristo de la Corrupción sobre Celendín, una imagen grandilocuente e inútil, un monumento no al hijo de la Virgen del Carmen, nuestra patrona, sino a la pillería del alcalde de marras, a su incompetencia e insensibilidad para atender los problemas más urgentes que aquejaban a la ciudad y la provincia. De lo que se trataba era de cubrir los malos manejos. Y hasta se puede decir que lo logró, que la lecciones de Homero le sirvieron al pícaro para cegar a los celendinos, a algunos celendinos, sobre el lado oscuro de su gestión.
Lo que jamás imaginó este alcalde de provincia es que años después tendría un discípulo y un émulo tan “conspícuo” como el mismo Presidente de la República. El obeso Crazy Horse, al parecer por los mismos motivos que inspiraron al alcalde de Celendín, está ahora construyendo su propio caballo de Troya, levantando un Cristo seudo religioso sobre la población con la esperanza de sembrar en ella la amnesia.
El Cristo de Alan, que el pueblo ya bautizó rápidamente como "El Cristo de lo Robado", va a ser súper dimensionado, como corresponde a la corrupción que pretende ocultar y al Ego Colosal de su inspirador, y se elevará en el histórico Morro Solar, en el distrito de Chorrillos, en Lima. Allí, donde se inmolaron miles de peruanos por defender la patria del odiado invasor.
Los peruanos así tendremos otra mala copia del Cristo del Corcovado, la tercera o cuarta tal vez ya, tan inútil y grandilocuente como el Cristo de la Corrupción de Celendín, imágenes que más de religión y fe nos hablan de las malas prácticas de quienes hipocritamente las construyen.
Por ello no nos sorprende que el mamarracho de Lima, "El Cristo de lo Robado", ya cuenta con la bendición del inefable Cardenal Juan Cipriani y de su monaguillo del Opus Dei, Rafael Rey Rey, tránsfuga compulsivo y también ex ministro que la historia peruana recordará como payaso y como cazador de palomas.
¡SOLANO OYARCE, DEVUELVE LA CALLE QU LE ROBASTE A CELENDIN!
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1 comentario:
Que cosa es "la consulta previa ciudadana"?
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