En el viejo Celendín había dos categorías bien definidas entre las personas que pretendían tener sentido del humor: los Nashos y los Nashacos. Muchos en el Celendín actual no saben con certeza de qué están hablando cuando utilizan uno u otro término. Rescatamos hoy, para aclarar e ilustrar el tema, una nota que publicamos en el primer blog que lanzó nuestro colectivo, Celendín Pueblo Mágico. (CPM)
Los "Nashos" y los "Nashacos
Por Jorge Chávez Silva, Charro
Hay otros personajes del pueblo que no son héroes ni artistas destacados, pero siempre ayudaron y ayudan a vivir a sus paisanos. Son los del espíritu travieso, los cultivadores de la palabra precisa y adecuada, don que identifica tanto al celendino y que se manifiesta en aquellos que salpican la existencia con gracia e ingenio haciendo más llevadera la monotonía de la vida provinciana. El eco de sus risas aún resuena en las calles rectilíneas, en los velorios, en las fiestas y en cuanta ocasión que se necesite que salte lo bufonesco para recordarnos que lo que somos, seres humanos que sabemos relativizar la vida.
Celendín, Calle del Comercio, 1950. Óleo de Jorge Chávez Silva, "Charro". |
Este rasgo, esta capacidad de buen humor hicieron célebres, con razón, a los “nashos” como personajes únicos y caracrtériscos de Celendín. Pero, cuidado, "nasho" nunca y de ningúb modo quiere decir "nashaco"...
El término “nashaco” en algunos lugares de la provincia es una derivación despectiva del nombre Nazario. En Celendín tiene otras connotaciones; allí ser nashaco es más bien ser necio, petulante y muy pagado de si mismo. La fatuidad del nashaco lo lleva frecuentemente al snobismo y a lo antinatural. La pose fingida y su seudo elegancia huachafa llevan el sello inherente de lo ridículo; en una tertulia de amigos el nashaco produce escozor; sus malos sarcasmos y su afectación son insufribles.
El “nasho”, en cambio, es un filósofo de la vida; un diletante que ríe de sí mismo y de todo lo demás; un excéntrico que encuentra tema en donde otros nada ven. Es la expresión máxima del espíritu ingenioso y socarrón del celendino; su afán satírico discurre por cauces plenos de ingenio y travesura. El auténtico nasho sería incapaz de perder los estribos en un esgrima de ingenio con otro nasho; de ocurrir esto, estaría cayendo en la categoría de nashaco. Su ingenio suele no tener límites y, llegado el caso, puede crear las situaciones más descabelladas, que el nashaco no comprenderá porque jamás estarán enmarcadas dentro de lo que él tiene por bueno, justo o normal.
Nashos grandiosos los hubo en Celendín en toda época, fueron de esta progenie don Eleuterio Ache, el alcalde que encarceló a la imagen de San Sebastián; don Augusto G. Gil Veláquez, tacaño y a la vez gran manirroto, exhibicionista y gran benefactor; don Arístides Merino con su butaca propia en el cine; el “gringo” Osías Agustí y su compadre “Charro” Antonio Chávez, con su afán de ponerle sobrenombres a la gente buscando la pincelada perfecta; don César “Copocho” con su enjundiosa bohemia y su acordeón; el extraordinario “Loco” Alfredo Rocha, ciudadano universal que nunca renunció a la querencia, siempre inmerso en un delirio artístico que lo llevó a auscultar todas las vertientes de la creación; el “Mime” Manuel Sánchez Aliaga, con sus maneras histriónicas; el “Coche” Diego, con su hablar shilico; el “Gasha” Guillermo Pereira, con sus verba y sus impromptus ingeniosos; y muchísimos más que sería una nashería enumerar.
Si cabría una aproximación literaria a ambos personajes, tendríamos que recurrir a la óptica de nuestro querido maestro argentino Julio Cortázar. Los nashos, con su imaginación desbordante y su ironía encuadran perfectamente en las dimensiones de los “cronopios”, mientras que, desde luego, los nashacos no serían sino los tristes “famas”, personajes “lambac”, desabridos...
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El término “nashaco” en algunos lugares de la provincia es una derivación despectiva del nombre Nazario. En Celendín tiene otras connotaciones; allí ser nashaco es más bien ser necio, petulante y muy pagado de si mismo. La fatuidad del nashaco lo lleva frecuentemente al snobismo y a lo antinatural. La pose fingida y su seudo elegancia huachafa llevan el sello inherente de lo ridículo; en una tertulia de amigos el nashaco produce escozor; sus malos sarcasmos y su afectación son insufribles.
El “nasho”, en cambio, es un filósofo de la vida; un diletante que ríe de sí mismo y de todo lo demás; un excéntrico que encuentra tema en donde otros nada ven. Es la expresión máxima del espíritu ingenioso y socarrón del celendino; su afán satírico discurre por cauces plenos de ingenio y travesura. El auténtico nasho sería incapaz de perder los estribos en un esgrima de ingenio con otro nasho; de ocurrir esto, estaría cayendo en la categoría de nashaco. Su ingenio suele no tener límites y, llegado el caso, puede crear las situaciones más descabelladas, que el nashaco no comprenderá porque jamás estarán enmarcadas dentro de lo que él tiene por bueno, justo o normal.
Nashos grandiosos los hubo en Celendín en toda época, fueron de esta progenie don Eleuterio Ache, el alcalde que encarceló a la imagen de San Sebastián; don Augusto G. Gil Veláquez, tacaño y a la vez gran manirroto, exhibicionista y gran benefactor; don Arístides Merino con su butaca propia en el cine; el “gringo” Osías Agustí y su compadre “Charro” Antonio Chávez, con su afán de ponerle sobrenombres a la gente buscando la pincelada perfecta; don César “Copocho” con su enjundiosa bohemia y su acordeón; el extraordinario “Loco” Alfredo Rocha, ciudadano universal que nunca renunció a la querencia, siempre inmerso en un delirio artístico que lo llevó a auscultar todas las vertientes de la creación; el “Mime” Manuel Sánchez Aliaga, con sus maneras histriónicas; el “Coche” Diego, con su hablar shilico; el “Gasha” Guillermo Pereira, con sus verba y sus impromptus ingeniosos; y muchísimos más que sería una nashería enumerar.
Si cabría una aproximación literaria a ambos personajes, tendríamos que recurrir a la óptica de nuestro querido maestro argentino Julio Cortázar. Los nashos, con su imaginación desbordante y su ironía encuadran perfectamente en las dimensiones de los “cronopios”, mientras que, desde luego, los nashacos no serían sino los tristes “famas”, personajes “lambac”, desabridos...
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