martes, 26 de julio de 2011

OPINIÓN: Los estertores finales de Crazy

Por Crispín Piritaño
El problema con los mandatarios que tienen la desgracia, como Nerón, de creerse únicos e indispensables, es que pretenden perpetuarse o regresar al poder. Lo hizo Augusto B. Leguía con su enfermizo afán de querer llamarse “El Gigante del Pacífico”, pese a lo exiguo de su figura, lo hizo el líder del fujimontesinismo, Alberto Fujimori, quien modificó a su antojo a la Constitución con el vano propósito de perpetuarse en el poder y lo siente Crazy Horse, que quisiera perpetuarse en palacio si la constitución no lo impidiera.

El huachimán que no protegió a los ricos (caricatura de Carlín).

A esta clase de personajes el poder les hace perder el sentido del ridículo y se sienten salvadores, únicos e imprescindibles, por eso se permiten ser extravagantes y estrambóticos en las obras que emprenden: Leguía lo hizo con las avenidas y su afán compulsivo de embellecer a Lima en un estilo trasnochado del Rococó. El japonés le puso la puntería a los colegios para mostrar su “preocupación“ por la educación del pueblo y empezó a construir locales escolares, sin ningún criterio técnico pedagógico, en los lugares más visibles, para que se leyera su lema de “modernización educativa”.
Pero lo de Crazy Horse sobrepasa toda calentura de la imaginación, sus obras faraónicas, publicitadas al máximo, como el Cristo del Morro Solar, que la gente ha dado en llamar “El Cristo de lo Robado”, el Estadio Nacional, lleno de palcos sólo para ricos, y todas las obras inauguradas a como diera lugar, en la mayoría de los casos inconclusas, habla claramente de que algo está fallando en su mente. Por un lado apela a la memoria de los peruanos para que lo recuerden como un mandatario que hizo obra y tenga pie para regresar el 2016, porque supone que el pueblo lo aplaude y aprueba, y por otro teme ir al congreso este 28 a entregarle la banda presidencial a su sucesor, como manda el protocolo, porque le aterroriza que las graderías y los nuevos congresistas lo abucheen como ocurrió en 1990 en que no lo dejaron ni hablar.
Gobernantes como Leguía, Fujimori y García tienen una base para pretender un retorno al poder: la baja cultura y la amnesia proverbial del pueblo peruano, que se deja encandilar por quien le hizo más daño. De otro modo ¿Cómo se explica la militancia ciega y fanática de los seguidores del japonés asesino y ladrón, o el triunfo de Crazy luego de un desastroso primer gobierno que nos dejó en una inflación tan galopante que uno se acostaba con un precio y amanecía con otro? Súmele a esto la corrupción generalizada que es el signo del gobierno del profeta de la teoría del “perro del hortelano” y tendrá más de un problema en tratar de comprender el errático deambular del elector peruano.
Pero no se crea que solo en nuestro país se cuecen habas. También hay de estos personajillos en todas las latitudes y en todos los tiempos, para muestra, muchos botones: Alfredo Stroessner, Anastacio Somoza, Rafael Leonidas Trujillo, Augusto Pinochet, Juan Vicente Gómez, José María Velasco Ibarra, Fidel Castro y el actual presidente venezolano Hugo Chávez. Todos ellos, pese a haber surgido en nuestra Latinoamérica actual, prueban que la necesidad compulsiva y la adicción al mando parece ser una enfermedad tropical que se da en cualquier latitud. En todas las culturas antiguas vemos como los faraones, reyes, incas y emperadores se consideraban únicos e irrepetibles, “hijos de dios” y reyes “por la gracia de Dios”. Lo malo es que esta actitud, que ha sido erradicada en Europa y otros países, persiste como una amenaza latente en indoamérica, para utilizar el término acuñado por Haya de la Torre.
Pero también la historia ha demostrado que a todos les llega su tiempo, que al pueblo llega a cansarle el verlo entronizado de por vida en el poder, como en el caso del hartazgo de la chochoca de casa y clama por un cambio en el timón, porque, como ocurre en la mayoría de los casos, solo favoreció al circulo de lambiscones y ayayeros que rodean a este tipo de mandatarios y necesitan inclusión, sobre todo cuando los medios oficiales y adictos al gobierno proclaman que el Perú avanza y que vivimos en la mejor economía del continente.
Ese, creemos, que ha sido el error garrafal de Crazy durante su mandato: olvidarse de los millones de peruanos que padecen hambre y exclusión y mentirnos que vivimos en la bonanza más escandalosa de los últimos cincuenta años. Pero ya se le acaba la cuerda, por lo menos durante los próximos cinco años no lamentaremos sus extravagancias y locuras, sus impromptus de músico y bailarín, de poeta y gastrónomo, de cómico y titiritero.
A partir del 28 los peruanos que necesitamos un cambio podremos por fin exclamar:
“¡El rey ha muerto, viva el rey!”
Ha muerto el rey de la trafa y de la corrupción, esperemos que haya llegado el rey de la esperanza y de la redención del Perú y de su pueblo.

¡SOLANO OYARCE, DEVUELVE LA CALLE QUE LE ROBASTE A CELENDIN!
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