Por Jorge A. Chávez Silva, “Charro”
El término “velada” es utilizable en este caso como una función artística que era usual en los años cuarenta y cincuenta en las escuelas y colegios de Celendín. En ellas los niños y niñas que estudiaban, además de lo académico, tenían preparación artística para presentarse ante el público que apreciaba estas manifestaciones como expresiones de arte que merecían realmente la atención.
En Celendín se rendía culto a la cultura y al arte, los personajes más admirados eran los artistas de todo tipo: cantantes, actores de teatro, bailarinas, pintores, músicos… Se hablaba con unción casi religiosa de los artistas celendinos que hacían noticia fuera del ámbito de la provincia. Se magnificaban, por ejemplo, las hazañas de Alfredo Rocha en su periplo artístico por el extranjero, la poesía de Julio Garrido Malaver, las actuaciones de los hermanos Velásquez en la capital , o la ocasión en que Guillermo Agustí, el tenor celendino, literalmente “alocó” al público chachapoyano en el teatro de esa ciudad con su interpretación magistral del “Júrame” de María Grever, o de los avances del entonces joven artista polifacético Miguel Angel Díaz Dávila.
A los niños de entonces se nos inculcaba el amor por el arte y la belleza y se nos preparaba para causar la admiración de nuestros padres y del público en estas veladas literario musicales, y había gente con verdadero amor y vocación al arte como Carmelita Pérez Chávez y Catalina Sánchez Merino, quienes preparaban a las niñas en el baile y en el teatro respectivamente. Lo hacían por buen gusto y cultura, sin pedir nada a cambio. Así de culto era nuestro Celendín.
Menudeaban las tertulias de carácter artístico en las casonas de los Peláez, de las señoritas Rodríguez, de los Urteaga, de don Manuel Sacramento Díaz o en cualquier otra en donde los propietarios tuvieran ese prurito por las cosas artísticas. A los sones de acordeones, guitarras y violines, los jóvenes artistas se lucían en el canto, la declamación y el baile.
Figuran de izquierda a derecha de pie Antonieta Inga del Cuadro, Julia Pinedo Cáceres, Marina Chávez, Elvira Chávez Pereira, Elena Chávez Valencia y Olga Silva Rabanal. En cuclillas, vestida de torero Maruja Agustí Quevedo. Foto cortesía de Antonieta Inga del Cuadro.
En esta hermosa fotografía figuran un grupo de niñas de la promoción 1949 de la Escuela de Mujeres Nº 82 interpretando un baile flamenco, muy de moda por entonces, van vestidas de manolas y el clásico torero que posa frente al capote extendido.
Es curiosa la gracia del decorado que simula una habitación vista en perspectiva, con ventanas y todo, que además tiene la particularidad de estar abierta en el centro de la puerta para permitir el ingreso de las pequeñas artistas a escena. La maestra de estas niñas era Odilia Villanueva, pero quienes las preparaban en el arte y buen gusto eran, como lo volvemos a repetir, las señoritas Pérez y Sánchez.
Es de lamentar que los docentes de hoy pasen por alto estas actividades tan importantes para el cultivo de la espiritualidad de los futuros ciudadanos del Perú. Deberíamos retomar esta hermosa afición lo mismo que la lectura, porque todo ello entraña cultura y buen gusto. Un pueblo culto es aquel que asiste a las actividades artísticas de cualquier índole.
¡SOLANO OYARCE, DEVUELVE LA CALLE QUE LE ROBASTE A CELENDIN!
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