Por Jorge A. Chávez Silva, “Charro”
Cuando en los pueblos del interior del Perú, especialmente en las capitales de provincia no había cine y mucho menos televisión, ni, por supuesto, los adelantos que en materia de audio visión nos brinda la tecnología actual, el teatro nómade era la única distracción y la única manera de adentrarse un poco en la cultura.
Celendín, un pueblo original, de honda raigambre ibérica, tenía entre sus aficiones, aparte de los toros, ese gusto por las representaciones teatrales y eran muchas las compañías de actores que incluían en su itinerario de visitas a nuestra bella ciudad, porque conocían el gusto de los celendinos por el teatro y otras manifestaciones culturales.
De tiempo en tiempo, la ciudad amanecía plagada de carteles en las esquinas que anunciaban a la compañía que en esa ocasión visitaba a la población: “Compañía Valderrama de Teatro, Presenta la obra de… en funciones de vermouth –que jamás entendí porqué se llamaba así a la función vespertina, cuando el término se refiere a un licor muy popular en mi juventud- en el local de la Escuela de Mujeres Nº 82…”
Cuando en los pueblos del interior del Perú, especialmente en las capitales de provincia no había cine y mucho menos televisión, ni, por supuesto, los adelantos que en materia de audio visión nos brinda la tecnología actual, el teatro nómade era la única distracción y la única manera de adentrarse un poco en la cultura.
Celendín, un pueblo original, de honda raigambre ibérica, tenía entre sus aficiones, aparte de los toros, ese gusto por las representaciones teatrales y eran muchas las compañías de actores que incluían en su itinerario de visitas a nuestra bella ciudad, porque conocían el gusto de los celendinos por el teatro y otras manifestaciones culturales.
De tiempo en tiempo, la ciudad amanecía plagada de carteles en las esquinas que anunciaban a la compañía que en esa ocasión visitaba a la población: “Compañía Valderrama de Teatro, Presenta la obra de… en funciones de vermouth –que jamás entendí porqué se llamaba así a la función vespertina, cuando el término se refiere a un licor muy popular en mi juventud- en el local de la Escuela de Mujeres Nº 82…”
Los actores, caracterizados para alguna escena, con anteojos Nicanor Valderrama, director de la compañía, al centro la bellísima y esbelta Srta. Elisa Bardales, Raúl Figueroa y Antonio Chávez Pereyra ,"El Charro" (Foto archivo CPM)
Toda la gente que se preciaba de alguna cultura asistía obligatoriamente a la función en la que, además del drama o comedia de fondo, presentaba algunos sainetes y números musicales, muy del gusto del público de entonces. La compañía permanecía un par de días y luego se marchaba hacia el oriente, si venía por la ruta de Cajamarca y viceversa si arribaba por el rumbo del Marañón.
Menudo trajín heroico el de esas compañías de teatro que tuvieron su hora de gloria precisamente en la época dorada del caucho como lo prueban los suntuosos locales de teatro y varieté que se erigieron en Manaos, Iquitos y otras urbes que funcionaron como centros de comercio del caucho. Recuérdese que en esa época no existía la facilidad de hogaño para viajar y los viajes había que hacerlos a lomo de bestia, o en precarias canoas en los ríos amazónicos, o como se pudiere.
Después del paso de la compañía teatral, todo el pueblo tenía tema de conversación y discusión para un buen tiempo.
Fue precisamente en la Compañía de Teatro Valderrama que recorría hacia oriente en donde se enroló una pareja de celendinos audaces, amantes de las tablas, que se embarcaron en el sinfín de aventuras que el teatro con sus candilejas, disfraces y dramas impersonales, auguraba. Ellos fueron la señorita Elisa Bardales y mi padre, Antonio Chávez Pereyra “El Charro”.
Navegando en esa dorada barca recorrieron parte del Brasil y Argentina, pueblos en donde el gusto por el teatro estaba enraizado.
Al cabo de algunos años retornaron al pueblo que los vio nacer trayendo como único bagaje la cantidad de anécdotas que atravesaron en su aventurado recorrer y algunas fotos que hablan elocuentemente de ese artístico quehacer.
Ya casado mi padre y con muchos hijos en su haber, acertó a pasar de nuevo por Celendín la compañía Valderrama, trayendo en su elenco al único superviviente de aquellos años, a Raúl Figueroa, que entonces ya hacía de director de escena, con quien mi padre se enfrascó en una noche de conversación, plena de nostalgia, que los cigarrillos y el vino catalizaron y que yo escuché, bebiendo con fruición cada palabra, escondido bajo la única banca que había en su taller de sastrería.
Después del paso de la compañía teatral, todo el pueblo tenía tema de conversación y discusión para un buen tiempo.
Fue precisamente en la Compañía de Teatro Valderrama que recorría hacia oriente en donde se enroló una pareja de celendinos audaces, amantes de las tablas, que se embarcaron en el sinfín de aventuras que el teatro con sus candilejas, disfraces y dramas impersonales, auguraba. Ellos fueron la señorita Elisa Bardales y mi padre, Antonio Chávez Pereyra “El Charro”.
Navegando en esa dorada barca recorrieron parte del Brasil y Argentina, pueblos en donde el gusto por el teatro estaba enraizado.
Al cabo de algunos años retornaron al pueblo que los vio nacer trayendo como único bagaje la cantidad de anécdotas que atravesaron en su aventurado recorrer y algunas fotos que hablan elocuentemente de ese artístico quehacer.
Ya casado mi padre y con muchos hijos en su haber, acertó a pasar de nuevo por Celendín la compañía Valderrama, trayendo en su elenco al único superviviente de aquellos años, a Raúl Figueroa, que entonces ya hacía de director de escena, con quien mi padre se enfrascó en una noche de conversación, plena de nostalgia, que los cigarrillos y el vino catalizaron y que yo escuché, bebiendo con fruición cada palabra, escondido bajo la única banca que había en su taller de sastrería.
¡SOLANO OYARCE, DEVUELVE LA CALLE QUE LE ROBASTE A CELENDIN!
1 comentario:
Un esbozo atinado de la actividad cultural que, tiempos ha, se hacía en Celendín. Fueron los tiempos de resplandor para el espíritu; además se publicaban revistas y folletos impresos a mimeógrafo o a veces en las imprentas de Cajamarca. Las escuelas y colegios tenían espacio para las actuaciones para el desarrollo del calendario cívico escolar donde los alumnos participaban en diálogos (sketchs), breves piezas de teatro, declamación, coros...
Y veamos en qué se ha convertido ahora la ciudad, en un mercado persa, con una juventud sin norte ni esperanzas.
La rotunda foto muestra a don Antonio Chávez con el exacto perfil del "clavi", uno de sus hijos. Qué parecido.
Buen trabajo, Jorge.
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