Esta agrupación se originó en la desaparecida hacienda El Limón, de propiedad de don Juan Abanto Araujo. Mucho antes el hacendado fue un tal Pedro Mejía, un descreído que intentó quemar las imágenes de Santa Rosa de Lima y San Francisco de Asís, pero Rudecindo Alva Muñoz se las ingenió para ocultarlas y más tarde se convirtió en uno de los más destacados bailarines de la danza.
Poco después, don Oscar Merino arrendó la hacienda y reclamó las imágenes. Temeroso, Rudecindo entregó las imágenes de Santa Rosa a Indalecio Bazán y la de San Francisco a Salomé Marín, quienes las ocultaron en una casa del barrio de La Feliciana, pero finalmente las entregaron al arrendatario con la condición que si las reclamaba el pirómano Pedro Mejía, tendría que devolverlas y ellos serían dueños de las mismas. Como no reclamara nada el antiguo hacendado, empezaron los moradores a ensayar diferentes pasos, ya como danzas, pallas, contradanzas, cashuas, etc., para su veneración.
"Guayabina" Oleo de Jorge A. Chávez Silva "Charro". Colección Dr. Moisés Chávez Velásquez.
Cuenta la tradición que Santa Rosa no deseaba que la venerasen así y cada vez que el maestro tocaba el violín las cuerdas se le arrancaban. Entonces, doña Martina Figueroa, que sabía tocar caja y flauta, creó la música y el baile tal como se estila hasta ahora. La danza formaba en dos columnas de diez hombres cada una. Una disfrazada de “shingos” y otra de buitres, además, dos toros sagrados, un viejo y una vieja.
Indalecio Bazán, heredero del arte de doña Martina, animaba con su flauta de aluminio la fiesta en el caserío “La Tranca”, que luego, por consenso, tomó el nombre de Santa Rosa, ubicado al pie del cerro tutelar de Jelig. Por entonces, a la vestimenta se había agregado los maichiles, que son trozos de cuero en el que van atadas semillas sonoras de maichil y un cuerno o “cacho polvora” en el que llevaban chicha o aguardiente para avivar el ánimo durante la danza y tener coraje en los enfrentamientos con las danzas de otros caseríos.
Al cabo de cinco años de la muerte de Indalecio Bazán, el incansable flautocajista que tocaba con tal ímpetu que hasta los labios se le reventaban, su hijo Jorge Bazán Rojas Tomó la flauta convirtiéndose en otro de los peculiares músicos con las mismas características de su padre. La música es en base únicamente de caja o redoblante y flauta y sus notas son tan singulares que se pegan fácilmente a quien las escucha. No tiene verso, con matices diferentes entre paso y paso. Se toca y baila también en ciertas reuniones sociales poniéndose actualmente a la altura del famoso cilulo celendino.
Los toros de forma de prisma están formados de fuertes varas y forrados de telas con parches rojos y negros que simulan las pintas del ganado y llevan una cabeza de toro con cuernos originales y también una cola auténtica o “rabo” que el cargador hace chicotear cuando , mugiendo, las emprende contra chicos y grandes o cuando va al ataque a los toros de otras danzas como las llanguatinas de San Sebastián, los cluclalasinos y malcatinos de San Francisco, los cashaconguinos de la Virgen de las Mercedes o los poyuntinos de la Virgen de Candelaria. Los ojos de los toros son de espejos circulares y en el hocico llevan la lengua roja afuera.
Los danzantes van detrás de la procesión de la imagen que generalmente va en una urna de vidrio profusamente adornada de flores. Los pasos de la danza guayabina originalmente fueron nueve, ahora están reducidos a seis, debido a que su intervención en el consenso resultaba demasiado prolongada. Los pasos , que aún persisten son:
LA RUEDA: Consiste en dar una vuelta por cada lado de los toros.
PASACALLE: Se utiliza al pasar las calles en la procesión.
CULEBRA: Se intercalan ambas columnas imitando el reptar de las serpientes. Cada danzante da media vuelta a intervalos y emite el grito característico de ¡UAJAA! mientras el músico repiquetea en el aro de madera.
PUNTEO: Es el zapateo ágil y sostenido que demuestra la gran condición física de los danzantes.
GAVILAN: Los danzantes bailan al son de El Gavilán.
TOREO: Formando un ruedo, “torean” el viejo y la vieja separadamente a cada uno de los toros. Es el número final de la danza.
La vestimenta actual de los danzantes se complementa con finos sombreros de factura celendina, camisa blanca, pañones de diferente color en cada columna, pantalón oscuro con los maichiles atados a las pantorrillas y rematando en llanques de jebe. La vestimenta del viejo y la vieja caricaturizan a la usual de los campesinos celendinos. El viejo lleva la tradicional soga para atar a los toros y su báculo de madera y es cómica y s característica su barba de capacho de cuero de carnero. La vieja, que es un hombre disfrazado, lleva su rueca con guango de lana y, a veces, carga a su hijo a la espalda. Lleva pollera de vivos colores y pañolón oscuro encima.
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