Por Jorge A. Chávez Silva
Alfredo Rocha Zegarra fue un artista que entendió perfectamente el papel que le cupo como protagonista de la historia de Celendín. Su fuerte temperamento -que los incomodados por sus críticas catalogaban de desvaríos- lo encaminó a la defensa de los desposeídos, de los explotados, a combatir la injusticia, poniendo siempre el dedo en el punto neurálgico de la sinrazón.
Su lucha lo llevó a escribir diferentes gacetillas mimeografiadas, en las que criticaba a los que, por amor al dinero y no por vocación de servicio, dirigían las instituciones benéficas de la provincia, como es la Beneficencia Pública de Celendín, beneficiaria y administradora de los cuantiosos bienes que el filántropo Augusto G. Gil Velásquez legó a Celendín.
Hemos seguido la impronta de Alfredo -prueba de ello es que hemos resucitado FUSCÁN- y obra en nuestro archivo cuanta panfleto publicó.
Así vemos que entre sus más ácidas críticas figuran las que dirigió contra los diversos presidentes de la Beneficencia, sobre todo en la época en que era propietaria de la hacienda Guayabamba y la arrendaba al hacendado cajamarquino José Miguel Rosell.
Alfredo jamás temió lo que pudiera sucederle, de allí su triste final, víctima de un "accidente" que hasta ahora nadie se ha dado el trabajo de esclarecer en forma convincente. Nuestro artista acusaba directamente, y con pruebas, mientras los demás eran indiferentes, y señalaba el enriquecimiento ilícito de muchos personajes, a quienes caricaturizó con pelambre y cola de ratas.
Esos señores, cuyos descendientes seguramente viven bien, fueron actores en complicidad con el hacendado en mención, de los grandes negociados que perjudicaron a los postergados de Celendín, que veían con tristeza la carencia de medicinas en el hospital que don Augusto fundó, a donde concurrían con el vano anhelo de encontrar cura para sus males. Finalmente la Reforma Agraria de Velasco afectó lo poco que quedaba del predio a favor de los trabajadores A través de los años, muchos de los personajes que fungieron de directores de la Beneficencia se hicieron ricos y dilapidaron, cuando no robaron, los bienes que les fueron confiados. Salvo algunas honrosas excepciones, los demás fueron de la ralea de Caco y Gestas.
Parecería cosa de fábula, si no existiesen documentos probatorios, el cuantioso legado de don Augusto a la tierra que lo vio nacer. Hacemos una ligera lista de los bienes que dejó y de los cuales no queda ninguna huella. Esa riqueza merece bien el título que Margareth Mitchell el puso a su novela: "Lo que el viento se llevó".
- 72 solares en Llanguat, La Toma y La Culebra.
- Hacienda Guayabamba (Chota) y anexos Palenque y Catagón.
- Local del Hospital de Celendín.
- Local IEP “Pedro Paula y Augusto G. Gil (Centro Base, ex Escuela Prev. de Varones N° 81) .
- Local “Coronel Cortegana”.
- La Breña.
- Cementerio Antiguo (Hoy barrio Augusto G. Gil).
- Otras propiedades dentro del casco urbano de la ciudad.
La generosidad de don Augusto G. Gil Velásquez es una demostración contundente de cómo se debe amar al pueblo que nos vio nacer. Él destinó su riqueza al consuelo de los más pobres y buscó el progreso de Celendín, preocupándose por la educación de los jóvenes, siendo dadivoso cuando de solucionar algún problema se trataba. Y la conducta de Alfredo Rocha Zegarra, del artista vigilante de su deber cívico, que intentó que las riquezas legadas al pueblo no fueran dilapidadas y robadas, es otro ejemplo en que deberían contemplarse todos los celendinos que pretenden manejar ideas y tener principios. A ambos, a estos seres tan dispares, pero ejemplares en su amor por la tierra, Celendín Pueblo Mágico les rinde el homenaje que merecen. Celendinos como ellos necesita nuestro pueblo hoy más que nunca.
En esta extraordinaria fotografía que data de 1933 y que elocuentemente ilustra esta crónica, vemos en el centro a Don Augusto G. Gil Velásquez, con la mano en el corazón y el gesto alegre de haber colocado su sombrero sobre el bastón y en el entorno hemos podido reconocer al Dr. Ruperto Pimentel Ortiz, Juez de 1° Instancia, al cura José Cabello, al Dr. Humberto Pereyra Pinedo, Porfirio Díaz Carranza, César Pereira Chávez, Julio Merino Bazán, Saúl Silva Sánchez, Francisco Chávez Bazán y a muchos jóvenes de la época que asistieron al momento histórico.
Alfredo Rocha Zegarra fue un artista que entendió perfectamente el papel que le cupo como protagonista de la historia de Celendín. Su fuerte temperamento -que los incomodados por sus críticas catalogaban de desvaríos- lo encaminó a la defensa de los desposeídos, de los explotados, a combatir la injusticia, poniendo siempre el dedo en el punto neurálgico de la sinrazón.
Su lucha lo llevó a escribir diferentes gacetillas mimeografiadas, en las que criticaba a los que, por amor al dinero y no por vocación de servicio, dirigían las instituciones benéficas de la provincia, como es la Beneficencia Pública de Celendín, beneficiaria y administradora de los cuantiosos bienes que el filántropo Augusto G. Gil Velásquez legó a Celendín.
Hemos seguido la impronta de Alfredo -prueba de ello es que hemos resucitado FUSCÁN- y obra en nuestro archivo cuanta panfleto publicó.
Así vemos que entre sus más ácidas críticas figuran las que dirigió contra los diversos presidentes de la Beneficencia, sobre todo en la época en que era propietaria de la hacienda Guayabamba y la arrendaba al hacendado cajamarquino José Miguel Rosell.
Alfredo jamás temió lo que pudiera sucederle, de allí su triste final, víctima de un "accidente" que hasta ahora nadie se ha dado el trabajo de esclarecer en forma convincente. Nuestro artista acusaba directamente, y con pruebas, mientras los demás eran indiferentes, y señalaba el enriquecimiento ilícito de muchos personajes, a quienes caricaturizó con pelambre y cola de ratas.
Esos señores, cuyos descendientes seguramente viven bien, fueron actores en complicidad con el hacendado en mención, de los grandes negociados que perjudicaron a los postergados de Celendín, que veían con tristeza la carencia de medicinas en el hospital que don Augusto fundó, a donde concurrían con el vano anhelo de encontrar cura para sus males. Finalmente la Reforma Agraria de Velasco afectó lo poco que quedaba del predio a favor de los trabajadores A través de los años, muchos de los personajes que fungieron de directores de la Beneficencia se hicieron ricos y dilapidaron, cuando no robaron, los bienes que les fueron confiados. Salvo algunas honrosas excepciones, los demás fueron de la ralea de Caco y Gestas.
Parecería cosa de fábula, si no existiesen documentos probatorios, el cuantioso legado de don Augusto a la tierra que lo vio nacer. Hacemos una ligera lista de los bienes que dejó y de los cuales no queda ninguna huella. Esa riqueza merece bien el título que Margareth Mitchell el puso a su novela: "Lo que el viento se llevó".
- 72 solares en Llanguat, La Toma y La Culebra.
- Hacienda Guayabamba (Chota) y anexos Palenque y Catagón.
- Local del Hospital de Celendín.
- Local IEP “Pedro Paula y Augusto G. Gil (Centro Base, ex Escuela Prev. de Varones N° 81) .
- Local “Coronel Cortegana”.
- La Breña.
- Cementerio Antiguo (Hoy barrio Augusto G. Gil).
- Otras propiedades dentro del casco urbano de la ciudad.
La generosidad de don Augusto G. Gil Velásquez es una demostración contundente de cómo se debe amar al pueblo que nos vio nacer. Él destinó su riqueza al consuelo de los más pobres y buscó el progreso de Celendín, preocupándose por la educación de los jóvenes, siendo dadivoso cuando de solucionar algún problema se trataba. Y la conducta de Alfredo Rocha Zegarra, del artista vigilante de su deber cívico, que intentó que las riquezas legadas al pueblo no fueran dilapidadas y robadas, es otro ejemplo en que deberían contemplarse todos los celendinos que pretenden manejar ideas y tener principios. A ambos, a estos seres tan dispares, pero ejemplares en su amor por la tierra, Celendín Pueblo Mágico les rinde el homenaje que merecen. Celendinos como ellos necesita nuestro pueblo hoy más que nunca.
