Por Jorge A. Chávez Silva
A lo largo de la historia de Celendín hubo épocas signadas por el quehacer preponderante, aparte de la industria casera del sombrero cuyos orígenes permanecen difusos, pese a que hay versiones que señalan un comienzo, nosotros creemos que es parte de muestra herencia muchik.
Hasta que en 1933 se construyera la carretera que inició la diáspora de los celendinos en masa, el transporte se hacía en base al arrieraje por todas las rutas que comunicaban a Celendín. Recuas de acémilas transportaban la carga que venía de occidente hacia el oriente.
Celendín era una de las puertas de entrada hacia el alto Marañón, la otra era la ciudad de Bellavista en Jaén, hasta que en 1950 entró en funcionamiento el puente Corral Quemado, dejando a trasmano a Bellavista e infligiendo grave daño a la economía celendina. Muchos cabezas de familia se dedicaban a esta aventurada y peligrosa labor. Uno nunca sabía qué podría ocurrir en el camino. Según el Dr. Manuel Pita Díaz, Celendín vivía el esplendor de su época caballar. Las dos terceras partes del valle estaban sembradas de alfalfa y los corrales no se daban abasto para alojar a tal cantidad de acémilas.
Parte del orgullo de los celendinos era la tenencia de un buen caballo, un poncho de aguas y un sombrero fino Shilico. Se contaban por cientos los caballos de paso que marchaban airosos por las calles empedradas de Celendín, haciendo tronar y sacando chispas de las herraduras recién colocadas por el “Picarito” en la herrería del “gringo” Lucho.
Todos los caminos que comunicaban a Celendín con sus distritos y caseríos eran de herradura y los caballos los únicos medios de transporte para pasajeros y carga. Oficios afines a esta especie de caballería, proliferaban y era común ver talleres de talabartería y carpintería dedicados a la tarea de hacer monturas, bridas y estribos, en tanto que los zapateros se esmeraban en la confección de botas de montar para los caballeros. Los sombreros de paja toquilla son parte infaltable del atuendo de los chalanes.Los caminos de entonces, hechos por la “República”, rezago comunitario de la ley de conscripción vial se llenaban de fangos durante la temporada de lluvias y era común ver algún animal caído, aprisionado para siempre en esa trampa de piedras y lodo que había en ciertas partes de los caminos.
De esa estirpe de recios caballeros, desciende en línea recta don Francisco “Pancho” Izquierdo Díaz, estampa característica en hermosos alazanes y canelos por las calles del pueblo y en el coso taurino durante la fiesta patronal, acaudillando a finos caballeros como fiel expresión de las costumbres del Perú.
"Don Pancho Izquierdo a caballo" óleo por "Charro" (2m X 1,50 m)
¿Quién no recuerda el spot de Foptur que proclamaba “Celendin, tierra de chalanes y sombreros” con la imagen de don Pancho trotando en un fino potro por la calle del Comercio?
A raíz de pintarle el retrato que acompaña este testimonio en 1985, gozo de su amistad y de su cálida hospitalidad en su hermosa casa ubicada en el barrio de Bello Horizonte, aquel del panteón viejo, camino de los fieles del Niño de Pumarume. Don Pancho es pionero de la formación de ese barrio.
Recientemente estuve en su casa a raíz de la fundación de la Asociación de Propietarios y Criadores de Caballo de Paso de Celendín, entidad que tiene la finalidad de propiciar la cría y participación de estos nobles animales en las festividades tradicionales de nuestra provincia. Donde don Pancho es el tesorero además de oficiar de anfitrión de los aficionados que se dieron cita en aquella oportunidad.
Don Pancho Izquierdo es nuestro más caracterizado chalán porque encarna en cierto modo el espíritu celendino con su conocida generosidad y don de gentes. Celendín tiene en él al típico caballero shilico que aún trota por las calles a lomos de sus bellos animales.
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