Por Crispín Piritaño
Celendín
Cuando queremos definir la alegría, que todos, en algún momento de nuestra vida la sentimos, nos quedamos cortos y no sabemos definirla. Para algunos la alegría sabe a miel, para otros a gloria, para los españoles que aún no se liberan del síndrome de Franco les sabe a hostias. Pero ¿Cómo es la cólera? ¿Como definir este sentimiento que nos lleva a cometer terribles barbaridades?
Una vez le pregunté a mi tío Salomón, arriero por la ruta del oriente durante casi toda su vida, y que fue sabio como su homónimo bíblico ¿Cómo es la cólera?
-La cólera es como comer arena, hijo- contestó con el acento de una sentencia.
Esa sensación debe sufrir Crazy Horse con esta derrota política y económica infligida a manos de nuestros indígenas de la selva, tan insignificantes en apariencia, que él jamás los tomó en cuenta a la hora de decidir por su destino.
Es una contundente derrota, que lo hace huir rabo entre piernas, buscando en un tardío reconocimiento público de sus errores, una tabla de salvación para un pésimo gobierno que se caía a pedazos, avasallado por la tenaz resistencia de los indígenas y por el peso de la opinión nacional e internacional, que veía en estas medidas un exabrupto criminal, producto de su carencia de litio.
Y es también una derrota para un congreso vergonzante, genuflexo ante la megalomanía de Crazy, que, primero, le dio facultades extraordinarias para legislar en materia del futuro de la selva, luego amparó como pudo y le plugo la validez de esos decretos a todas luces inconstitucionales. Hasta que se consumó la tragedia de Bagua en que murieron muchos peruanos del mismo bando: el de los pobres, porque en la masacre hemos perdido los peruanos de abajo, los que militamos en el partido de la miseria. Y cuando el derrumbe se veía venir, el congreso, siempre inclinado a donde sopla el viento, hizo caso de las disculpas públicas de Crazy y votó por la derogatoria de los decretos en contra de los indígenas.
Y decimos que es también una derrota económica, porque se fueron al tacho las concesiones de los recursos de la selva a las multinacionales insaciables, aquellas que motivaron los “faenones” de connotados apristas, que ahora purgan merecida condena en la prisión y callan para que los otros sigan libres.
Pero hay que estar al cuidado de la cólera fría de Crazy Horse, de aquel sentimiento que es producto del ansia derrotada y de la impotencia. Algo terrible debe estarse incubando en la mente de Crazy, alguna venganza contra los peruanos, una actitud típica en él. Por de pronto, ha aceptado a regañadientes su derrota, persiste en su tesis de culpar a “malos peruanos que se aprovecharon de la furia de los indígenas”, a los medios de comunicación que no informaron acerca de las “bondades” de los decretos, por eso ha cancelado la licencia de radio “Utcubamba”, acusándolos de instigar a los indígenas y hasta a países extranjeros –léase Venezuela y Bolivia- como elementos que tuvieron baza en el asunto. Insiste en mantener al gabinete Simon, pese a su responsabilidad en los hechos luctuosos, que en otros lugares y circunstancias hubiese sido desaforado sin contemplaciones.
Mohíno y cabizbajo en apariencia, apaleado por los resultados de las encuestas de aprobación que lo ubican en el último lugar de América Latina, le queda, sin embargo, un sentimiento de amargura contra los peruanos, que tenemos que pagar de alguna forma el desatino de haberlo elegido por segunda vez, pese a los antecedentes de la primera. De eso tenemos que cuidarnos: de su cólera fría y su carencia de litio.
Celendín
Cuando queremos definir la alegría, que todos, en algún momento de nuestra vida la sentimos, nos quedamos cortos y no sabemos definirla. Para algunos la alegría sabe a miel, para otros a gloria, para los españoles que aún no se liberan del síndrome de Franco les sabe a hostias. Pero ¿Cómo es la cólera? ¿Como definir este sentimiento que nos lleva a cometer terribles barbaridades?
Una vez le pregunté a mi tío Salomón, arriero por la ruta del oriente durante casi toda su vida, y que fue sabio como su homónimo bíblico ¿Cómo es la cólera?
-La cólera es como comer arena, hijo- contestó con el acento de una sentencia.
Esa sensación debe sufrir Crazy Horse con esta derrota política y económica infligida a manos de nuestros indígenas de la selva, tan insignificantes en apariencia, que él jamás los tomó en cuenta a la hora de decidir por su destino.
Es una contundente derrota, que lo hace huir rabo entre piernas, buscando en un tardío reconocimiento público de sus errores, una tabla de salvación para un pésimo gobierno que se caía a pedazos, avasallado por la tenaz resistencia de los indígenas y por el peso de la opinión nacional e internacional, que veía en estas medidas un exabrupto criminal, producto de su carencia de litio.
Y es también una derrota para un congreso vergonzante, genuflexo ante la megalomanía de Crazy, que, primero, le dio facultades extraordinarias para legislar en materia del futuro de la selva, luego amparó como pudo y le plugo la validez de esos decretos a todas luces inconstitucionales. Hasta que se consumó la tragedia de Bagua en que murieron muchos peruanos del mismo bando: el de los pobres, porque en la masacre hemos perdido los peruanos de abajo, los que militamos en el partido de la miseria. Y cuando el derrumbe se veía venir, el congreso, siempre inclinado a donde sopla el viento, hizo caso de las disculpas públicas de Crazy y votó por la derogatoria de los decretos en contra de los indígenas.
Y decimos que es también una derrota económica, porque se fueron al tacho las concesiones de los recursos de la selva a las multinacionales insaciables, aquellas que motivaron los “faenones” de connotados apristas, que ahora purgan merecida condena en la prisión y callan para que los otros sigan libres.
Pero hay que estar al cuidado de la cólera fría de Crazy Horse, de aquel sentimiento que es producto del ansia derrotada y de la impotencia. Algo terrible debe estarse incubando en la mente de Crazy, alguna venganza contra los peruanos, una actitud típica en él. Por de pronto, ha aceptado a regañadientes su derrota, persiste en su tesis de culpar a “malos peruanos que se aprovecharon de la furia de los indígenas”, a los medios de comunicación que no informaron acerca de las “bondades” de los decretos, por eso ha cancelado la licencia de radio “Utcubamba”, acusándolos de instigar a los indígenas y hasta a países extranjeros –léase Venezuela y Bolivia- como elementos que tuvieron baza en el asunto. Insiste en mantener al gabinete Simon, pese a su responsabilidad en los hechos luctuosos, que en otros lugares y circunstancias hubiese sido desaforado sin contemplaciones.
Mohíno y cabizbajo en apariencia, apaleado por los resultados de las encuestas de aprobación que lo ubican en el último lugar de América Latina, le queda, sin embargo, un sentimiento de amargura contra los peruanos, que tenemos que pagar de alguna forma el desatino de haberlo elegido por segunda vez, pese a los antecedentes de la primera. De eso tenemos que cuidarnos: de su cólera fría y su carencia de litio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario