El escenario bien podría parecerse a un territorio en guerra tras un inclemente bombardeo aéreo. Si en carnavales, los vándalos pintados de negro hicieron destrozos en la plaza de armas, ahora hay que señalar a un solo culpable, a un forajido con vistas palaciegas. Lo ocurrido es un acto delincuencial atribuible a un foráneo que detesta nuestra bella villa. Lo que puede verse podría ser la escena de un filme basado en la segunda guerra mundial, pero no lo es. Es nuestra plaza de armas, rota, desfigurada, herida y en agonía. El trato fue cerrado entre el corrupto municipio y una empresaria española que apetece crear un céntrico hotel, a todo precio, sin importarle demoler una de las primeras casonas que se contruyó en Celendín.
¡Pobre Celendin, será un pueblo más de la sierra, sin personalidad! Una terrible imagen de la destrucción vandálica, cometida por un municipio corrupto e ignorante (Foto F. Sánchez).
Bien vistas las cosas ahora vemos lo evidente, lo que nunca se pudo camuflar: la repugnancia que le tenía y le tiene a nuestro pueblo la actual alcaldía. Las razones son misteriosas, pero también evidentes: se trata del rencor propio de personas acomplejadas, de los que justificada o injustificadamente siempre se sintieron postergados por no ser CELENDINOS. Ni siquiera el

Hoy, 26 de febrero de 2010, por la tarde, se comenzó a demoler lo que quizá era el último bastión del recuerdo del Celendín antiguo, la última gran casona en cuyo frontispicio se podía ver detalles coloniales, y de cuyas paredes derrumbadas ahora emana un espantoso efluvio del antaño muerto mezclado con el hedor del porvenir corrupto.
La hora en que cayó la morada antigua, una dolorosa polvareda nubló la vista de todos los indignados testigos de la cuadra, muchos de ellos ancianos que derramaron lágrimas. La construcción fue cayendo casi con letargo, ante la impotencia de todos, incluída la mía, mientras en mis sesos la escena aniquilaba a golpes memorias ya vagas de mi infancia, cuando esperábamos al carro de la Atahualpa en aquella desgraciada esquina.
Nos ha dolido, me ha dolido ver todo esto. Mientras esperabamos un milagro, tal vez la llegada de una especie de súper héroe que detuviera el derrumbe de nuestra historia, una de las paredes se vino abajo, arrastrando con ella las redes de electricidad, teléfono y televisión por cable. Al mismo tiempo que un poste se doblaba como haciendo una reverencia de despedida al monumento bastardo que dejaban los destructores.
Los vecinos protestaron, dejaron sentir su malestar, pero ningún medio recogió sus impresiones. Unicamente un reportero de Celendín Pueblo Mágico se preguntaba en ese instante: Y, ahora, ¿en dónde está lo mágico? Al tiempo que se respondía: se acaba de ir.
Al cierre del informe, sigo esperando el súper héroe de Celendín, y sé que no lo encontraré por estos lares, que no tiene ni capa, ni espada, mucho menos sombrero. El héroe de Celendín no sale con pancartas y banderolas ufanándose de defenderla, a ella, a la ciudad que en realidad destruye. A Celendín sólo puedo salvarla su pueblo, pero su pueblo está adormecido, narcotizado, neutralizado, enfermo. Mientras tanto, esta tierra bendecida y maldita, tanto por las acciones de sus habitantes como por el curso que le han trazado a su destino las actitudes furcias de sus gobernantes comechados, no le queda otra cosa que seguir muriéndose. De su cadáver seguirán mordiendo y engullendo los corruptos que tienen hambre y más hambre de poder, y que todos identificamos fácilmente, por sus enormes hocicos.
¡SOLANO OYARCE, DEVUELVE LA CALLE QUE LE ROBASTE A CELENDIN!