Por Jorge Chávez Silva, “Charro”
En la época en que en Celendín no había agua potable, ni desagüe, era el río “Grande” el que permitía a la gente lavar la ropa y eventualmente darse un chapuzón en el agua. Lavar la ropa era toda una aventura campestre que implicaba llevar vituallas y utensilios para hacer el almuerzo. Si uno paseaba a inmediaciones del río al medio día o en horas de la tarde, podía apreciar el colorido de las ropas secándose encima de las pencas que orillaban los caminos y las chacras, el fogón humeante y las ollas trasminando a comida casera.
Los muchachos de entonces nos tirábamos la vaca para ir al río, aprovechando cualquier remanso para construir nuestra poza, cuando no íbamos a las tradicionales que existían a disfrutar de un refrescante baño. Los jóvenes de generaciones anteriores contaban que existía una poza en la quebrada Dungull conocida como “La Campana” en donde se bañaban. En nuestra época esa quebrada era muy exigua y sus aguas no servían para el caso, porque se estancaban y tomaban una coloración verde que producía ronchas en la piel.
Mozalbetes gozando de una tarde soleada en el río Grande. Foto Charro.
A lo largo del río Grande existían muchas pozas frecuentadas por los muchachos de los diferentes barrios: a la “Poza del cura” iban los del barrio de San Cayetano y la Alameda; los del barrio central nadábamos en el “Remolino” y “Las tres sillas”, y los de Colpacucho preferían “La poza del Salas”. En esos lugares, inocentes como éramos, nos bañábamos tal como vinimos al mundo, despu{es de un buen chapuzón tendíamos nuestra ropa en cualquier pampita para tirarnos cuan largos éramos a mashaquear, mientras cometíamos el pecadillo de fumarnos un cigarro de anisquehua o de zarzamora seca. La vida era una delicia.
La mayoría de mozalbetes de esa época aprendimos a nadar arrastrándonos por el lecho de filudas piedras que lastimaban nuestras rodillas. Después de algunos días de práctica ya chapoteábamos precariamente en el “nado de perro”, para después aventurarnos en el estilo libre y luego en el buceo. Los más avezados se lucían en extravagancias como el estilo “mariposa” y el nado de peje.
Al finalizar la tarde regresábamos con las sombras alargadas por el ocaso del sol a enfrentar las iras paternas.¿De dónde derivaban los peregrinos nombres de las principales pozas que hicieron las delicias de nuestra niñez? La “poza del cura”, llevaba ese nombre porque en su caudal se realizaba el bautizo de los adventistas, secta que por entonces se había instalado en la provincia. “El Remolino”, nuestra poza preferida, se llamaba así porque quedaba en un recodo amplio del río que formaba un remolino. Para hacerla más honda cada uno de nosotros traía cualquier herramienta de su casa, picos, lampas, barretas y machetes para cortar varas y magueyes para represar el agua. Todo aquel que no cooperaba estaba prohibido de ingresar en la poza.
Río abajo del remolino había un sauce llorón cuyo tronco tenía tres recovecos que simulaban tres sillas en donde nos sentábamos a jugar. Esa circunstancia dio nombre a la poza que se originaba en ese sector del río. Allí ocurrió el percance de Mario Chávez Gil, nuestro querido “Marrón”. Sucedió cuando corríamos a las ganadas para ver quien rompía el queso, mientras nos desvestíamos a volandas. Mario, zanquilargo como era, llegó primero y se tiró una tremenda lisa, mientras nosotros terminábamos de quitarnos las ropas para hacer lo mismo. Emergió sangrante, advirtiéndonos:
-No se tiren, hermanitos, hay un tronco sumergido.
La hermosa poza del Salas, tal como se ve hoy. Foto "Charro"
La última poza, la del Salas, llevaba ese nombre porque al llegar el tiempo de la siembra sus aguas servían para irrigar el fundo que poseía don Francisco de Sales Chávez, propiedad que después perteneció al INA 38. Esa poza era la más honda y larga, y allí solo se aventuraban los expertos nadadores, en su mayoría jóvenes de secundaria.
La instalación de duchas y caños en los hogares mató a la costumbre de nadar en el río, ahora lo hacen en piscinas. A propósito de éstas, los muchachos de ahora, por un sentido de amor a la ciudad y a la justicia, no deben acudir a la piscina construida en la calle que le robó a Celendín Solano Oyarce, quien, en el colmo de la desfachatez, sigue siendo regidor del municipio, representando al más corrupto gobierno de la historia: el fujimontesinismo.
¡SOLANO OYARCE, DEVUELVE LA CALLE QUE LE ROBASTE A CELENDIN!
1 comentario:
Estimado Charro : En realidad he realizado un viaje imaginario por las riveras del rio grande ; En verdad es maravilloso y dulce poder recordar esas vivencias que deliciosamente nos has recordado.
Una vez más estrecho esa mano maestra (imaginariamente)
atte.
Luis Rojas
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