Por Jorge A. Chávez Silva, “Charro”
Esta hermosa fotografía rescatada de los anaqueles del tiempo nos transporta a las primeras décadas del siglo XX. 1921, aproximadamente, basándonos en la versión de Manuel Silva Rabanal, quien en su libro “Folclor vivo de mi pueblo” nos dice que su abuelo, don Santiago H. Rabanal, alcalde de 1920 a 1930, mandó construir la rotonda con ocasión de celebrarse el Centenario de la Proclamación de la Independencia en Celendín (5 de enero de 1821).
La rotonda servía como mirador de la plaza de armas, preferido de las damitas de entonces y como podio para la banda de músicos en las retretas que sacaban de la monotonía a la apacible vida del pueblo. Esta rotonda fue derruida en 1940 cuando se remodeló la plaza de armas, se hicieron las veredas de cemento y se inauguró la hermosa pileta de piedras geométricas por obra del alcalde Aureliano Rabanal Pereyra, hijo de don Santiago Hache Rabanal.
Entonces no existía la carretera que hoy nos une a Cajamarca y a la costa. Los viajes se hacían en caravanas y duraban dos días, pues se hacía pascana en la hacienda Polloc de Julio Cacho Gálvez. Las caravanas se organizaban para protegerse de los bandoleros que esperaban al acecho en las jalcas de Sendamal (Senda del mal). La carretera recién se construyó en 1930 mediante la Ley de Conscripción Vial dada por el Presidente Augusto B. Leguía y llevada a la práctica por don Santiago Hache cuando fenecía su ejercicio de alcalde.
Un josegalvino de apellido Díaz, de la familia de los Chospes, hombre que había recorrido mundo, como lo prueba cierto poema satírico que alguna vez leí: “Un Chospe en París”, aficionado a los automóviles, para más señas, tuvo la audaz idea de llevarse un automóvil a Celendín.
Empresa difícil para la época pues era imposible traerlo manejando. Entonces tuvo la idea de desarmarlo y transportarlo a lomo de mula para volverlo a armar en Celendín. El automóvil ,un Studebaker de color rojo, con manivela y capot plegable, causó sensación entre la población de entonces que gustosa pagaba veinte centavos por pasear alrededor de la plaza de armas.
En la foto podemos apreciar el desfile alegórico de una belleza desconocida, seguramente con ocasión de la primavera, el chofer, presumiblemente el tal Chospe, luce el casco de cuero y los anteojos que usaban los conductores de entonces, el fondo de la Iglesia del Carmen es magnífico pues se aprecia los detalles de la construcción: La efigie de la Virgen del Carmen sobre el pórtico, que, a propósito, ¿Dónde estará?, las espadañas que albergaban a las dos campanas que llamaban a los fieles a la misa y otras particularidades más, como el hecho de la pintura original de la foto.
Lo que llama poderosamente la atención es la elegancia de los celendinos en torno a la rotonda, todos lucen sombreros y algunos trajes con chaleco y corbata y en el otro extremo los campesinos ataviados con sus ponchos. ¿Será una prueba de la antigua dicotomía citadino-campesino que reinaba por entonces? Los shilicos de entonces eran racistas y a todo aquel prójimo nacido fuera de los límites de la ciudad le endilgaban el despectivo de “estanciero”, cuando no "indio". Así era la cosa.
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Esta hermosa fotografía rescatada de los anaqueles del tiempo nos transporta a las primeras décadas del siglo XX. 1921, aproximadamente, basándonos en la versión de Manuel Silva Rabanal, quien en su libro “Folclor vivo de mi pueblo” nos dice que su abuelo, don Santiago H. Rabanal, alcalde de 1920 a 1930, mandó construir la rotonda con ocasión de celebrarse el Centenario de la Proclamación de la Independencia en Celendín (5 de enero de 1821).
El primer carro pasea triunfal por la plaza de armas (Foto cortesía del Prof. Rubil Escalante García)
La rotonda servía como mirador de la plaza de armas, preferido de las damitas de entonces y como podio para la banda de músicos en las retretas que sacaban de la monotonía a la apacible vida del pueblo. Esta rotonda fue derruida en 1940 cuando se remodeló la plaza de armas, se hicieron las veredas de cemento y se inauguró la hermosa pileta de piedras geométricas por obra del alcalde Aureliano Rabanal Pereyra, hijo de don Santiago Hache Rabanal.
Entonces no existía la carretera que hoy nos une a Cajamarca y a la costa. Los viajes se hacían en caravanas y duraban dos días, pues se hacía pascana en la hacienda Polloc de Julio Cacho Gálvez. Las caravanas se organizaban para protegerse de los bandoleros que esperaban al acecho en las jalcas de Sendamal (Senda del mal). La carretera recién se construyó en 1930 mediante la Ley de Conscripción Vial dada por el Presidente Augusto B. Leguía y llevada a la práctica por don Santiago Hache cuando fenecía su ejercicio de alcalde.
Un josegalvino de apellido Díaz, de la familia de los Chospes, hombre que había recorrido mundo, como lo prueba cierto poema satírico que alguna vez leí: “Un Chospe en París”, aficionado a los automóviles, para más señas, tuvo la audaz idea de llevarse un automóvil a Celendín.
Empresa difícil para la época pues era imposible traerlo manejando. Entonces tuvo la idea de desarmarlo y transportarlo a lomo de mula para volverlo a armar en Celendín. El automóvil ,un Studebaker de color rojo, con manivela y capot plegable, causó sensación entre la población de entonces que gustosa pagaba veinte centavos por pasear alrededor de la plaza de armas.
En la foto podemos apreciar el desfile alegórico de una belleza desconocida, seguramente con ocasión de la primavera, el chofer, presumiblemente el tal Chospe, luce el casco de cuero y los anteojos que usaban los conductores de entonces, el fondo de la Iglesia del Carmen es magnífico pues se aprecia los detalles de la construcción: La efigie de la Virgen del Carmen sobre el pórtico, que, a propósito, ¿Dónde estará?, las espadañas que albergaban a las dos campanas que llamaban a los fieles a la misa y otras particularidades más, como el hecho de la pintura original de la foto.
Lo que llama poderosamente la atención es la elegancia de los celendinos en torno a la rotonda, todos lucen sombreros y algunos trajes con chaleco y corbata y en el otro extremo los campesinos ataviados con sus ponchos. ¿Será una prueba de la antigua dicotomía citadino-campesino que reinaba por entonces? Los shilicos de entonces eran racistas y a todo aquel prójimo nacido fuera de los límites de la ciudad le endilgaban el despectivo de “estanciero”, cuando no "indio". Así era la cosa.
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2 comentarios:
Una hermosa foto y una estupenda crónica, escrita en forma amena, cuidada, elegante, como sólo usted puede hacerlo cuando se lo propone, profesor Charro.
Gracias, su sobrina lejana.
Ma. Lourdes Silva
Un relato que contribuye a la reelaboración auténtica de nuestra historia local. A la luz de la verdad, las estampas de la tierra que Jorge Antonio rescata permanentemente están llenas de hechos, personajes y entornos del ayer; es impresionante la forma detalladamente expresada y que sensibiliza nuestros sentidos.
Siendo Jorge Antonio mi amigo, en reiteradas ocasiones le he dicho que si esos relatos los organiza en libro daría cobertura a una época del esplendor de celendín.
Jorge Horna.
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