Por Jorge A. Chávez Silva, “Charro”
El barrio de San Cayetano, junto con El Cumbe y el Rosario son los barrios más tradicionales de Celendín. En estos barrios nacían las fiestas y el Carnaval y las jaranas que se armaban por esos lares quedaron para la historia.
San Cayetano era un barrio de sastres, carniceros, talabarteros, tejedores, músicos y coheteros, el barrió de los Silva, Gómez, Solís, Cachay y de los Vargas. Se dice que fue la familia Solís la que introdujo la manufactura de sombreros en Celendín a través de una sonada historia de amor que unió a una celendina con un joven ecuatoriano que finalmente se casó con ella. El ecuatoriano enseñó el arte de hacer el sombrero que tanta fama y desventuras trajo a Celendín.
De allí bajaban los juegos pirotécnicos para las vísperas de la Virgen del Carmen, al son de la Banda Municipal que dirigía el maestro Galarreta. Y es que allí vivía don Mario Gómez, el pirotécnico del pueblo, a quien todos conocían como “Don Mario cuetero”. Era un tipo enorme con el rostro renegrido como un minero, producto de su contacto con la pólvora y la cera negra que usaba para encerar del cañamo con que amarraba los carrizos y lucía además, como galardones propios de su oficio, varios dedos mutilados.
Allí vivió don Juanito Vargas, célebre violinista que hizo las delicias de nuestros antepasados, animando las jaranas, culpables de tantos romances y matrimonios. Lo conocí casi ciego, acompañado siempre de algún amigo que hacía de lazarillo, camino a alguna fiesta en donde sus valses, polcas y pasillos le ponían esa sal a las antiguas jaranas tan elogiadas por los celendinos de antaño.
Era un barrio de calles tortuosas, al que había que llegar atravesando dos puentes precarios y peligrosos: el del Jr. Dos de Mayo que a cada momento se caía y el de Ayacucho que escondía la amenaza de cualquier despistado que diera un paso en falso en la oscuridad se diera un chapuzón inopinado en la poza de abajo el puente.
Subiendo una pequeña cuesta se llegaba a la plazuela de San Cayetano, que era una pampa con su pequeña capilla en el encuentro de las calles Dos de Mayo y Ayacucho, en donde se ubicaba el único pilón del barrio. Allí nacían los chismes, dimes y diretes de todo el vecindario, alimentados por la ironía y enjundia de los sastres del barrio que a esa hora salían a prender su plancha.
Fue el barrio del maestro Saúl Silva, conocido y celebrado por su éxito con el bello sexo y por la sapiencia sarcástica de sus asertos en materia de política y de gobierno del pueblo. Justamente de él recuerdo haber visto una caricatura del artista Garrido. Estaba plasmado en el cuadro el barrio con don Saúl en su puerta dándole una propina a su hijo el ñato, mientras se distraía mirando las hermosas piernas de una profesora que vivía en las inmediaciones. Caricatura idiosincrásica, sin duda, que transuntaba el espíritu del barrio. Esta obra de arte, como tantas, se perdió en los vericuetos del olvido.
Allí vivieron los Silva, dueños de hermosos caballos de paso, como don Geonías, que heredó la afición a sus hijos. Don Geonías, protagonizaba duelos de ingenio cotidianos con su vecino, el maestro Saúl. Y allí vivió sus años de gloria mi tío Gonzalo Araujo, “El Picarito”, famoso por sus hazañas e historias de bohemia.
La foto que acompaña a esta crónica corresponde a los años cincuenta y los niños que posan en la pampa son los hijos del célebre médico celendino Horacio Cachay Díaz, que vivían en Lima. El doctor Cachay Díaz fue el primer director del Hospital del Niño y actualmente una calle de Lima lleva su nombre. Detrás de los niños se ve la antigua capilla con sus dos campanarios y con las cornisas características de la arquitectura celendina de entonces. En el pequeño recinto interior, en un modesto altar de factura anónima, estaba la efigie del patrón del barrio: San Cayetano.
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El barrio de San Cayetano, junto con El Cumbe y el Rosario son los barrios más tradicionales de Celendín. En estos barrios nacían las fiestas y el Carnaval y las jaranas que se armaban por esos lares quedaron para la historia.
San Cayetano era un barrio de sastres, carniceros, talabarteros, tejedores, músicos y coheteros, el barrió de los Silva, Gómez, Solís, Cachay y de los Vargas. Se dice que fue la familia Solís la que introdujo la manufactura de sombreros en Celendín a través de una sonada historia de amor que unió a una celendina con un joven ecuatoriano que finalmente se casó con ella. El ecuatoriano enseñó el arte de hacer el sombrero que tanta fama y desventuras trajo a Celendín.
Los hijos del doctor Horacio Cachay Díaz, primer director deñ Hospital del Niño, en Lima, ante la antigua y original capilla de San Cayetano (Foto, archivo de la familia Pita Chávez).
De allí bajaban los juegos pirotécnicos para las vísperas de la Virgen del Carmen, al son de la Banda Municipal que dirigía el maestro Galarreta. Y es que allí vivía don Mario Gómez, el pirotécnico del pueblo, a quien todos conocían como “Don Mario cuetero”. Era un tipo enorme con el rostro renegrido como un minero, producto de su contacto con la pólvora y la cera negra que usaba para encerar del cañamo con que amarraba los carrizos y lucía además, como galardones propios de su oficio, varios dedos mutilados.
Allí vivió don Juanito Vargas, célebre violinista que hizo las delicias de nuestros antepasados, animando las jaranas, culpables de tantos romances y matrimonios. Lo conocí casi ciego, acompañado siempre de algún amigo que hacía de lazarillo, camino a alguna fiesta en donde sus valses, polcas y pasillos le ponían esa sal a las antiguas jaranas tan elogiadas por los celendinos de antaño.
Era un barrio de calles tortuosas, al que había que llegar atravesando dos puentes precarios y peligrosos: el del Jr. Dos de Mayo que a cada momento se caía y el de Ayacucho que escondía la amenaza de cualquier despistado que diera un paso en falso en la oscuridad se diera un chapuzón inopinado en la poza de abajo el puente.
Subiendo una pequeña cuesta se llegaba a la plazuela de San Cayetano, que era una pampa con su pequeña capilla en el encuentro de las calles Dos de Mayo y Ayacucho, en donde se ubicaba el único pilón del barrio. Allí nacían los chismes, dimes y diretes de todo el vecindario, alimentados por la ironía y enjundia de los sastres del barrio que a esa hora salían a prender su plancha.
Fue el barrio del maestro Saúl Silva, conocido y celebrado por su éxito con el bello sexo y por la sapiencia sarcástica de sus asertos en materia de política y de gobierno del pueblo. Justamente de él recuerdo haber visto una caricatura del artista Garrido. Estaba plasmado en el cuadro el barrio con don Saúl en su puerta dándole una propina a su hijo el ñato, mientras se distraía mirando las hermosas piernas de una profesora que vivía en las inmediaciones. Caricatura idiosincrásica, sin duda, que transuntaba el espíritu del barrio. Esta obra de arte, como tantas, se perdió en los vericuetos del olvido.
Allí vivieron los Silva, dueños de hermosos caballos de paso, como don Geonías, que heredó la afición a sus hijos. Don Geonías, protagonizaba duelos de ingenio cotidianos con su vecino, el maestro Saúl. Y allí vivió sus años de gloria mi tío Gonzalo Araujo, “El Picarito”, famoso por sus hazañas e historias de bohemia.
La foto que acompaña a esta crónica corresponde a los años cincuenta y los niños que posan en la pampa son los hijos del célebre médico celendino Horacio Cachay Díaz, que vivían en Lima. El doctor Cachay Díaz fue el primer director del Hospital del Niño y actualmente una calle de Lima lleva su nombre. Detrás de los niños se ve la antigua capilla con sus dos campanarios y con las cornisas características de la arquitectura celendina de entonces. En el pequeño recinto interior, en un modesto altar de factura anónima, estaba la efigie del patrón del barrio: San Cayetano.
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