Soy hincha de la “U” desde que mi padre me llevaba de la mano a escuchar los partidos en una tienda de la Calle del Comercio en donde había una radio. En la década del cincuenta se podían contar con la mano las personas que tenían un receptor. Por eso, cada que había fútbol, algún discurso político u otro acontecimiento importante, la gente se agolpaba en las tiendas para escuchar.
Coleccionaba las fotos del equipo que obteníamos en suerte de un tipo que vendía barritas de caramelo en la escuela con un cupón envuelto para canjear por la foto de nuestra artista favorita, de los jugadores o del equipo completo. Los nombres de Lolo Fernández, Terry, la “Lora” Gutiérrez, Jacinto Villalba, me eran familiares.
Las primeras veces que vine a Lima fui como un hincha más a la tribuna Norte o a Oriente donde se ubicaban los parciales de la “garra crema”. Íbamos con nuestras tablitas unidas con una bisagra para hacer el clásico redoble de ¡Y dale “U”, clap, clap, clap, clan. No existía la “Trinchera Norte” ni ninguno otro alias para las barras. La barra de cada equipo tenía su propia ubicación dentro del estadio, Sur para Alianza, un extremo de Oriente para Cristal, otro para el Muni, etc.
Pese a los desastres que hubo en esos años, ir al estadio era una de las grandes distracciones que brindaba la capital. Muchos iban con sus familias. Era como pasar un día de campo, en el estadio se podía comer bien, barato y con toda comodidad.
Dejé de asistir desde aquella vez que en un clásico “U”-Alianza, estaba como siempre ubicado en la tribuna alentando a mi equipo cuando de repente sentí un garrotazo en la cabeza que casi me descalabra. Chorreante de sangre, me pregunté ¿Qué pasó? No me había percatado de mi cercanía a la tribuna Sur, los rivales tradicionales habían abierto un forado en la malla de separación e ingresaron a mansalva a agredir a quienes solo alentábamos a nuestros equipos.
Entonces, como mala copia de las taras del fútbol argentino, aparecieron las barras bravas, con nombres que incitaban a la violencia: “Trinchera Norte”, “Comando Sur”, “Extremo Celeste”. Esta nueva ralea de hinchas no iba a aplaudir y alentar a sus ídolos, iban a desparramar violencia en las tribunas, exacerbados por el alcohol y las drogas que consumían a vista y paciencia de la policía.
Desde entonces el fútbol se convirtió en un peligro potencial. Las broncas entre barras, los daños a la propiedad ajena, los robos, violaciones, saqueos y hasta asesinatos fueron el pan de cada día, mientras que, pésimos periodistas y diarios deportivos amarillos se encargaban de magnificarlos en primeras planas. Surgieron seudo periodistas que se metían en la vida privada de los futbolistas y dirigentes, buscando el lado oscuro de sus vidas para exacerbar la grita de estos malos hinchas.
Pero lo sucedido en la última semana rebasa todos los límites: la muerte de María Paola Vargas, una joven contadora, inocente de todo lo malo que acontece en el fútbol, que sólo cosecha violencia mas no resultados positivos, solo derrotas y frustraciones, constituye un hecho que jamás debe suceder.
Ante tanta barbarie nos preguntamos indignados ¿Quiénes son los culpables? Indudablemente los que figuran en la lista:
-Los malos dirigentes que propiciaron la aparición de estas barras, otorgándoles entradas gratis, pasajes cuando el equipo juega en el interior y otras gollerías.
-La prensa amarilla que magnifica lo malo como ejemplo.
-La policía que se limita a escoltar a las barras bravas permitiendo sus desmanes.
Estos siniestros personajes que cometen toda suerte de tropelías escudándose en los colores de un equipo no son hinchas, son mercenarios. Tan iguales como las lloronas que describe Palma, que competían para ver quién hablaba más lisuras por dinero. Estos mal llamados hinchas compiten en quién comete más desmanes por lo mismo.
Los verdaderos hinchas fuimos los que pagamos nuestro dinero para alentar a nuestra “U”, para gozar con sus triunfos y sufrir con sus derrotas sin exigir nada a cambio.
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Coleccionaba las fotos del equipo que obteníamos en suerte de un tipo que vendía barritas de caramelo en la escuela con un cupón envuelto para canjear por la foto de nuestra artista favorita, de los jugadores o del equipo completo. Los nombres de Lolo Fernández, Terry, la “Lora” Gutiérrez, Jacinto Villalba, me eran familiares.
Las primeras veces que vine a Lima fui como un hincha más a la tribuna Norte o a Oriente donde se ubicaban los parciales de la “garra crema”. Íbamos con nuestras tablitas unidas con una bisagra para hacer el clásico redoble de ¡Y dale “U”, clap, clap, clap, clan. No existía la “Trinchera Norte” ni ninguno otro alias para las barras. La barra de cada equipo tenía su propia ubicación dentro del estadio, Sur para Alianza, un extremo de Oriente para Cristal, otro para el Muni, etc.
Pese a los desastres que hubo en esos años, ir al estadio era una de las grandes distracciones que brindaba la capital. Muchos iban con sus familias. Era como pasar un día de campo, en el estadio se podía comer bien, barato y con toda comodidad.
Dejé de asistir desde aquella vez que en un clásico “U”-Alianza, estaba como siempre ubicado en la tribuna alentando a mi equipo cuando de repente sentí un garrotazo en la cabeza que casi me descalabra. Chorreante de sangre, me pregunté ¿Qué pasó? No me había percatado de mi cercanía a la tribuna Sur, los rivales tradicionales habían abierto un forado en la malla de separación e ingresaron a mansalva a agredir a quienes solo alentábamos a nuestros equipos.
Entonces, como mala copia de las taras del fútbol argentino, aparecieron las barras bravas, con nombres que incitaban a la violencia: “Trinchera Norte”, “Comando Sur”, “Extremo Celeste”. Esta nueva ralea de hinchas no iba a aplaudir y alentar a sus ídolos, iban a desparramar violencia en las tribunas, exacerbados por el alcohol y las drogas que consumían a vista y paciencia de la policía.
Desde entonces el fútbol se convirtió en un peligro potencial. Las broncas entre barras, los daños a la propiedad ajena, los robos, violaciones, saqueos y hasta asesinatos fueron el pan de cada día, mientras que, pésimos periodistas y diarios deportivos amarillos se encargaban de magnificarlos en primeras planas. Surgieron seudo periodistas que se metían en la vida privada de los futbolistas y dirigentes, buscando el lado oscuro de sus vidas para exacerbar la grita de estos malos hinchas.
Pero lo sucedido en la última semana rebasa todos los límites: la muerte de María Paola Vargas, una joven contadora, inocente de todo lo malo que acontece en el fútbol, que sólo cosecha violencia mas no resultados positivos, solo derrotas y frustraciones, constituye un hecho que jamás debe suceder.
Ante tanta barbarie nos preguntamos indignados ¿Quiénes son los culpables? Indudablemente los que figuran en la lista:
-Los malos dirigentes que propiciaron la aparición de estas barras, otorgándoles entradas gratis, pasajes cuando el equipo juega en el interior y otras gollerías.
-La prensa amarilla que magnifica lo malo como ejemplo.
-La policía que se limita a escoltar a las barras bravas permitiendo sus desmanes.
Estos siniestros personajes que cometen toda suerte de tropelías escudándose en los colores de un equipo no son hinchas, son mercenarios. Tan iguales como las lloronas que describe Palma, que competían para ver quién hablaba más lisuras por dinero. Estos mal llamados hinchas compiten en quién comete más desmanes por lo mismo.
Los verdaderos hinchas fuimos los que pagamos nuestro dinero para alentar a nuestra “U”, para gozar con sus triunfos y sufrir con sus derrotas sin exigir nada a cambio.
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