CELENDIN PUEBLO. Celendín es sencillamente una perla enclavada en los Andes, nacida al conjuro de las contingencias históricas y de la benignidad del clima, es, místicamente hablando, un edén encantado donde la miseria es poesía y la vida piadosa oración. Celendín emerge de una profunda tradición mochica hecha carne y tierra en el valle diáfano. Dimana del mestizaje violento, de la colonización incaica hecha sangre y gloria, también de la bienaventurada política colonial española que se nutre de un humanismo cristiano depurado, nunca entendido por colonos y encomenderos. El pueblo es sucedáneo y fruto de esas contingencias que dieron a su ser: alma y razón de su existencia. El pueblo, racialmente, es una mezcla de judíos apátridas que se encaminaron a este lugar del mundo, en aquella peregrinación incesante que es la diáspora, designio divino, consecuente de la aversión a la profética visión de Cristo.
Los judíos aquí establecidos recibieron el perdón de la Corona Española, fundando una villa con el auspicio de Baltazar Jaime Martínez de Compañón, obispo de Trujillo, quien echó las bases de la Villa Amalia de Celendín, integrándose luego a las escasa familias españolas de la comarca.
Mochicas, indios, judíos y españoles han dado fisonomía racial al pueblo, en el que no escasean cientos de narices judaicas, apellidos españoles, portugueses de origen judío, tradiciones quechuas y la imborrable huella de la toponimia mochica que es lo que pasma y admira, porque los incas no fueron capaces de borrarla, Celendín palabra derivada del mochica Chilindrín.
EL PAISAJE. Imponente en esencia, colinas suaves y arroyos cristalinos configurados en el lecho de una gran laguna cuyos vestigios subsisten, dan a la planicie y un perfil gravoso y pintoresco, su cerro levantino, erosionado y carcomido custodia la entrada al Marañón, dándole al valle un destino mesiánico.
Esta belleza está engalanada con lo benigno del clima, que en verano es lluvioso primaveral y en invierno es seco y otoñal, aparte de la diafanidad del cielo, sus noches estrelladas y de luna llena, sus vientos suaves y refrescantes, rápidos en agosto imitando la presteza de las manos celendinas en el tejido del sombrero o en moldear las humitas de fresco maíz.
EL HOMBRE. En todas partes del mundo, el hombre no es más que la perpetración de la vida a través del tiempo y el espacio; es la cristalización de la vida, con ciertas características que hacen del celendino un ser agradable y digno de aprecio.El poeta Julio Garrido Malaver ha descrito la trascendencia y dimensión del hombre de estas tierras, dice garrido con esa vocación metafísica y trascendente, refiriéndose a su padre:
MI PADRE
Cuando se fue mi madre aprendí a conocerlo más íntimamente.
Antes él trabajaba día y noche para darnos el pan.
Ahora su trabajo era oración cotidiana
de homenaje a la ausente.
Desde que ella murió, las manos de mi padre
parecían rezar cuando abría la tierra.
Las manos de mi padre rezaban en los surcos
al encargarles la sublime esperanza de las nuevas semillas…
Muchas veces le vi arrodillado
junto a las plantas acabadas de nacer.
Le oi pronunciar palabras tan dulces
que repetían las flores y eran por eso cada vez
más bellas y perfumadas.
Una y otra vez lo sorprendí,
junto al arroyo cristalino,diciéndole tales cosas
que hacían de sus aguas
la música soñada por la tierra.
¡Mi padre recogía las cosechas
Como si se tratara de los frutos de Dios!
Alfonso Peláez Bazán, define y perfila la idiosincrasia del pueblo, al que homenajeamos con el más grande cariño de sus personajes:
“Todavía camina, os decía, unos viejos casi esqueletizados, de aspecto un tanto fantasmal, que vienen jalando desde bien atrás del siglo pasado: Son dos viejos que siguen viviendo como si la muerte se hubiera olvidado de ellos. Son como la herrumbre del tiempo. O como extraños guarismos de la vida y la muerte…” (“Cuando recién se hace santo”)
¡SOLANO OYARCE, DEVUELVE LA CALLE QUE LE ROBASTE A CELENDIN!
Los judíos aquí establecidos recibieron el perdón de la Corona Española, fundando una villa con el auspicio de Baltazar Jaime Martínez de Compañón, obispo de Trujillo, quien echó las bases de la Villa Amalia de Celendín, integrándose luego a las escasa familias españolas de la comarca.
Mochicas, indios, judíos y españoles han dado fisonomía racial al pueblo, en el que no escasean cientos de narices judaicas, apellidos españoles, portugueses de origen judío, tradiciones quechuas y la imborrable huella de la toponimia mochica que es lo que pasma y admira, porque los incas no fueron capaces de borrarla, Celendín palabra derivada del mochica Chilindrín.
EL PAISAJE. Imponente en esencia, colinas suaves y arroyos cristalinos configurados en el lecho de una gran laguna cuyos vestigios subsisten, dan a la planicie y un perfil gravoso y pintoresco, su cerro levantino, erosionado y carcomido custodia la entrada al Marañón, dándole al valle un destino mesiánico.
Esta belleza está engalanada con lo benigno del clima, que en verano es lluvioso primaveral y en invierno es seco y otoñal, aparte de la diafanidad del cielo, sus noches estrelladas y de luna llena, sus vientos suaves y refrescantes, rápidos en agosto imitando la presteza de las manos celendinas en el tejido del sombrero o en moldear las humitas de fresco maíz.
EL HOMBRE. En todas partes del mundo, el hombre no es más que la perpetración de la vida a través del tiempo y el espacio; es la cristalización de la vida, con ciertas características que hacen del celendino un ser agradable y digno de aprecio.El poeta Julio Garrido Malaver ha descrito la trascendencia y dimensión del hombre de estas tierras, dice garrido con esa vocación metafísica y trascendente, refiriéndose a su padre:
Cargador en el mercado, fascies típica del poblador celendino. (foto cortesía de Javier Chávez Silva)
MI PADRE
Cuando se fue mi madre aprendí a conocerlo más íntimamente.
Antes él trabajaba día y noche para darnos el pan.
Ahora su trabajo era oración cotidiana
de homenaje a la ausente.
Desde que ella murió, las manos de mi padre
parecían rezar cuando abría la tierra.
Las manos de mi padre rezaban en los surcos
al encargarles la sublime esperanza de las nuevas semillas…
Muchas veces le vi arrodillado
junto a las plantas acabadas de nacer.
Le oi pronunciar palabras tan dulces
que repetían las flores y eran por eso cada vez
más bellas y perfumadas.
Una y otra vez lo sorprendí,
junto al arroyo cristalino,diciéndole tales cosas
que hacían de sus aguas
la música soñada por la tierra.
¡Mi padre recogía las cosechas
Como si se tratara de los frutos de Dios!
Alfonso Peláez Bazán, define y perfila la idiosincrasia del pueblo, al que homenajeamos con el más grande cariño de sus personajes:
“Todavía camina, os decía, unos viejos casi esqueletizados, de aspecto un tanto fantasmal, que vienen jalando desde bien atrás del siglo pasado: Son dos viejos que siguen viviendo como si la muerte se hubiera olvidado de ellos. Son como la herrumbre del tiempo. O como extraños guarismos de la vida y la muerte…” (“Cuando recién se hace santo”)
¡SOLANO OYARCE, DEVUELVE LA CALLE QUE LE ROBASTE A CELENDIN!
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