“Maestros, los de antes”, se escucha con frecuencia decir a los mayores, con un dejo de orgullo y añoranza, acaso recordando a aquel o aquella voz que como a Lázaro, les dijera “Levántate y anda”.Indudablemente eran otros tiempos aquellos en que el maestro se revestía de un halo de dignidad y se le nombraba simple y llanamente como “maestro” o “maestra” y no “profe” o “miss” como se estila hogaño.
El maestro de antaño era decente en todos los aspectos de su vida, tanto en la ciudad como en el campo, en cualquier rincón olvidado de la provincia, tan famosos en su lejanía como Musadén y Canden en el norteño distrito de Cortegana, o en las alturas de Piobamba en Oxamarca, en donde, aparte de la imposibilidad de ver a los suyos en la provincia, corría el riesgo de ser absorbido culturalmente por el medio.
Los maestros de antaño iban a su escuela, a pie o a caballo, en duras jornadas jalonadas por desgracias y anécdotas, sobre todo en los meses de marzo y abril, que era la temporada de lluvias y los caminos de herradura se tornaban intransitables. Esos héroes anónimos iban muchas veces con su familia a cuestas y eran en el lugar de su magisterio el cura, el médico, el compadre y el consejero de su población.
La labor del maestro no se circunscribía a las aulas, trascendía a la comunidad y siempre estaba bien preparado para aportar una enseñanza o corregir un error por nimio que fuera, por eso era respetado y homenajeado a su paso. Sus enseñanzas y correcciones quedaban como huella en el corazón de sus alumnos.
Conversando alguna vez con mi primo Wálter, con quien compartimos las enseñanzas del maestro Alfonso Rojas Chávez, “Chusho”, recordábamos claramente una mañana en que nos enseñaba la dureza de la tibia como el hueso más resistente del cuerpo humano y sus exageradas comparaciones. Nos decía que ese hueso aguanta panzas como las de don Cesar Chocho y don Sebastián Horna. Lo recordábamos tan claramente como si sucediera en este instante.
En este día del maestro, en que el docente se ve acorralado por los chantajes del gobierno de turno, quiero rendir homenaje a mis maestros y maestras que forjaron en mi corazón un irreductible amor por lo celendino, a quienes recuerdo con verdadero orgullo: Rosa García de Bazán, Juan Chávez Sánchez, Malena Peláez Pérez, Alfonso Rojas Chávez, Orestes Tavera Quevedo, Moisés Ortíz Huamán, José Bazán Silva, César Paredes Canto, Manuel de Piérola Castro, Raúl Brandon Zucchetti, Aureliano Rabanal Pereyra, Manuel Silva Rabanal, César Díaz Dávila, Julio Díaz Dávila, Pedro Pereyra Zelada y a todos aquellos que alguna vez me dieron un consejo.
Cuantas veces he reclamado a las autoridades edilicias actuales el cambio de nombre de algunas calles que no tienen ningún significado para Celendín por el de estos nombres epónimos que sí son un ejemplo para la juventud. Sería un acto de verdadera justicia para con su memoria y la dignificación de un municipio amnésico e inconsecuente con los valores celendinos.
No con esto quiero desmerecer la valía de los maestros actuales que también tienen su mérito, pero insistimos en que su docencia debe incluir el amor a lo nuestro y la disposición a cuidarlo, respetarlo y protestar cuando se atente contra nuestra historia y tradición. Celendín necesita de sus hijos y son los maestros los responsables de su formación.
¡SOLANO OYARCE, DEVUELVE LA CALLE QUE LE ROBASTE A CELENDIN!
El maestro de antaño era decente en todos los aspectos de su vida, tanto en la ciudad como en el campo, en cualquier rincón olvidado de la provincia, tan famosos en su lejanía como Musadén y Canden en el norteño distrito de Cortegana, o en las alturas de Piobamba en Oxamarca, en donde, aparte de la imposibilidad de ver a los suyos en la provincia, corría el riesgo de ser absorbido culturalmente por el medio.
Los maestros de antaño iban a su escuela, a pie o a caballo, en duras jornadas jalonadas por desgracias y anécdotas, sobre todo en los meses de marzo y abril, que era la temporada de lluvias y los caminos de herradura se tornaban intransitables. Esos héroes anónimos iban muchas veces con su familia a cuestas y eran en el lugar de su magisterio el cura, el médico, el compadre y el consejero de su población.
Lucrecia Merino Collantes, Amalia Cachay Chávez, Grancisca Aliaga Chávez, Bertha Quiroz Amayo y "Meña" Pereyra Rabanal, profesoras del 82 en 1960(Foto Archivo CPM)
La labor del maestro no se circunscribía a las aulas, trascendía a la comunidad y siempre estaba bien preparado para aportar una enseñanza o corregir un error por nimio que fuera, por eso era respetado y homenajeado a su paso. Sus enseñanzas y correcciones quedaban como huella en el corazón de sus alumnos.
Conversando alguna vez con mi primo Wálter, con quien compartimos las enseñanzas del maestro Alfonso Rojas Chávez, “Chusho”, recordábamos claramente una mañana en que nos enseñaba la dureza de la tibia como el hueso más resistente del cuerpo humano y sus exageradas comparaciones. Nos decía que ese hueso aguanta panzas como las de don Cesar Chocho y don Sebastián Horna. Lo recordábamos tan claramente como si sucediera en este instante.
Wilson Sánchez, Telmo Horna, Aníbal Rodríguez y Wilder Pereira Horna, en señando con el ejemplo (Foto archivo CPM)
En este día del maestro, en que el docente se ve acorralado por los chantajes del gobierno de turno, quiero rendir homenaje a mis maestros y maestras que forjaron en mi corazón un irreductible amor por lo celendino, a quienes recuerdo con verdadero orgullo: Rosa García de Bazán, Juan Chávez Sánchez, Malena Peláez Pérez, Alfonso Rojas Chávez, Orestes Tavera Quevedo, Moisés Ortíz Huamán, José Bazán Silva, César Paredes Canto, Manuel de Piérola Castro, Raúl Brandon Zucchetti, Aureliano Rabanal Pereyra, Manuel Silva Rabanal, César Díaz Dávila, Julio Díaz Dávila, Pedro Pereyra Zelada y a todos aquellos que alguna vez me dieron un consejo.
Cuantas veces he reclamado a las autoridades edilicias actuales el cambio de nombre de algunas calles que no tienen ningún significado para Celendín por el de estos nombres epónimos que sí son un ejemplo para la juventud. Sería un acto de verdadera justicia para con su memoria y la dignificación de un municipio amnésico e inconsecuente con los valores celendinos.
No con esto quiero desmerecer la valía de los maestros actuales que también tienen su mérito, pero insistimos en que su docencia debe incluir el amor a lo nuestro y la disposición a cuidarlo, respetarlo y protestar cuando se atente contra nuestra historia y tradición. Celendín necesita de sus hijos y son los maestros los responsables de su formación.
¡SOLANO OYARCE, DEVUELVE LA CALLE QUE LE ROBASTE A CELENDIN!
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