Manipulando a la opinión pública. |
Tras el desastre que significó el primer gobierno de García, el país se enfrentaba a su hora más crucial en lo que iba del final del siglo XX: el peligro real de la debacle económica que nos ponía en situación muy vulnerable frente a ala voracidad de algunos países vecinos y empresas transnacionales que ansiaban nuestros recursos.
Frente a esto surgieron movimientos que anunciaban el sinceramiento de la economía a través de un shock devastador como única terapia salvadora. Entonces surgió un oscuro candidato de origen japonés que propuso otra alternativa para tratar el problema económico, enarbolando la bandera del no shock y, lógicamente, un pueblo aterrado y quebrantado por las penurias que sufrió durante el nefasto gobierno aprista, apostó por él, encargándole la dirección del gobierno.
Es muy conocido que una vez en el poder, Fujimori hizo exactamente lo mismo que propugnaba Vargas Llosa: lanzar el temido shock que causó la ruina de miles de familias peruanas que nunca pudieron recuperarse. A continuación y demostrando que carecía totalmente de planes de gobierno, empezó a vender todas las empresas estatales para lanzarse a una tarea que la mayoría de peruanos anhelábamos: la lucha contra el terrorismo que se había entronizado en las zonas central y sur del país.
Bajo este pretexto se tejió una red para favorecer al japonés que tenía otros planes más siniestros. El principal: perpetuarse en el poder sin importar los medios, lo importante era el fin. El primer paso era liminar al congreso opositor y en 1992 se dio el autogolpe a la democracia con la fatídica frase “Disolver, disolver…” A partir de entonces empezó la desgracia del Perú. Se instauró una época de terror y de cinismo, se abría paso a las violaciones de los derechos humanos, hechos execrables que hasta la iglesia se empeñaba en ocultar y, para garantizar la reelección del dictador, se daba la Constitución del 93 que tan nefasta resultó para todos los peruanos, en especial para los cajamarquinos que, como un castigo inmerecido, empezamos a sufrir las abusos de Yanacocha.
Sobrevinieron más desastres, empezó el saqueo del país, los secuestros a connotados opositores, se creó el grupo Colina, se capturó a la prensa, a los congresistas y la corrupción se tornó cada vez más cínica y generalizada hasta que se develó el misterio: el pueblo estupefacto pudo observar como, en la famosa salita del SIN, Montesinos, corrompía a congresistas, periodistas, políticos, cómicos, charlatanes, deportistas, etc., con el dinero del pueblo. Develado el maquiavélico plan, al dictador no le quedó otra que huir cobardemente y renunciar por fax.
En el autoexilio intentó de todo para evadir a la justicia, se proclamó ciuddano japonés, quiso hacerse congresista del parlamento japonés, se casó con una empresaria y finalmente viajó a Chile para probar si desde allí podía manipular la política peruana, pero no contó con que el gobierno de ese país lo enviaría a prisión y aceptara su extradición al Perú para someterse a juicio por sus crímenes y múltiples tropelías.
En un juicio considerado por la opinión especializada como ejemplar, fue condenado a 25 años de prisión, pero no fue a San Jorge, ni a Piedras Gordas, ni a ninguna prisión a donde confinan al común de los peruanos, sino que se le creó una prisión especial en donde disfruta de múltiples gollerías que enrojecen de vergüenza a la justicia peruana.
Desde allí ahora pretende obtener al indulto presidencial aduciendo una enfermedad terminal, que el propio director del Hospital de enfermedades neoplásicas ha desmentido. El gobierno, en una prueba más de su falsía pretende darle un giro político a la situación: indulto a cambio del apoyo de la bancada fujimontescinista.
El primer paso es enviar a los canes de la prensa parametrada para que manipulen a la opinión pública anunciando que el país se encuentra dividido en dos bandos, la mitad a favor del indulto y la otra en contra. Nada más falso. Casi la totalidad de los peruanos estamos porque el reo condenado por múltiples causas entre ellas el saqueo, admitido por él, el secuestro y los crímenes de lesa humanidad, pague su cuenta. No en un afán de venganza, porque nada nos devolverá la vida de las víctimas de su ambición de poder, sino por la salud de nuestra propia justicia y de nuestra personalidad como país. Indultarlo sería perdonar los exabruptos que cometió contra los peruanos. Ay de los pueblos que olvidan su historia. Ni olvido ni perdón, solo justicia.
Frente a esto surgieron movimientos que anunciaban el sinceramiento de la economía a través de un shock devastador como única terapia salvadora. Entonces surgió un oscuro candidato de origen japonés que propuso otra alternativa para tratar el problema económico, enarbolando la bandera del no shock y, lógicamente, un pueblo aterrado y quebrantado por las penurias que sufrió durante el nefasto gobierno aprista, apostó por él, encargándole la dirección del gobierno.
Es muy conocido que una vez en el poder, Fujimori hizo exactamente lo mismo que propugnaba Vargas Llosa: lanzar el temido shock que causó la ruina de miles de familias peruanas que nunca pudieron recuperarse. A continuación y demostrando que carecía totalmente de planes de gobierno, empezó a vender todas las empresas estatales para lanzarse a una tarea que la mayoría de peruanos anhelábamos: la lucha contra el terrorismo que se había entronizado en las zonas central y sur del país.
Bajo este pretexto se tejió una red para favorecer al japonés que tenía otros planes más siniestros. El principal: perpetuarse en el poder sin importar los medios, lo importante era el fin. El primer paso era liminar al congreso opositor y en 1992 se dio el autogolpe a la democracia con la fatídica frase “Disolver, disolver…” A partir de entonces empezó la desgracia del Perú. Se instauró una época de terror y de cinismo, se abría paso a las violaciones de los derechos humanos, hechos execrables que hasta la iglesia se empeñaba en ocultar y, para garantizar la reelección del dictador, se daba la Constitución del 93 que tan nefasta resultó para todos los peruanos, en especial para los cajamarquinos que, como un castigo inmerecido, empezamos a sufrir las abusos de Yanacocha.
Sobrevinieron más desastres, empezó el saqueo del país, los secuestros a connotados opositores, se creó el grupo Colina, se capturó a la prensa, a los congresistas y la corrupción se tornó cada vez más cínica y generalizada hasta que se develó el misterio: el pueblo estupefacto pudo observar como, en la famosa salita del SIN, Montesinos, corrompía a congresistas, periodistas, políticos, cómicos, charlatanes, deportistas, etc., con el dinero del pueblo. Develado el maquiavélico plan, al dictador no le quedó otra que huir cobardemente y renunciar por fax.
En el autoexilio intentó de todo para evadir a la justicia, se proclamó ciuddano japonés, quiso hacerse congresista del parlamento japonés, se casó con una empresaria y finalmente viajó a Chile para probar si desde allí podía manipular la política peruana, pero no contó con que el gobierno de ese país lo enviaría a prisión y aceptara su extradición al Perú para someterse a juicio por sus crímenes y múltiples tropelías.
En un juicio considerado por la opinión especializada como ejemplar, fue condenado a 25 años de prisión, pero no fue a San Jorge, ni a Piedras Gordas, ni a ninguna prisión a donde confinan al común de los peruanos, sino que se le creó una prisión especial en donde disfruta de múltiples gollerías que enrojecen de vergüenza a la justicia peruana.
Desde allí ahora pretende obtener al indulto presidencial aduciendo una enfermedad terminal, que el propio director del Hospital de enfermedades neoplásicas ha desmentido. El gobierno, en una prueba más de su falsía pretende darle un giro político a la situación: indulto a cambio del apoyo de la bancada fujimontescinista.
El primer paso es enviar a los canes de la prensa parametrada para que manipulen a la opinión pública anunciando que el país se encuentra dividido en dos bandos, la mitad a favor del indulto y la otra en contra. Nada más falso. Casi la totalidad de los peruanos estamos porque el reo condenado por múltiples causas entre ellas el saqueo, admitido por él, el secuestro y los crímenes de lesa humanidad, pague su cuenta. No en un afán de venganza, porque nada nos devolverá la vida de las víctimas de su ambición de poder, sino por la salud de nuestra propia justicia y de nuestra personalidad como país. Indultarlo sería perdonar los exabruptos que cometió contra los peruanos. Ay de los pueblos que olvidan su historia. Ni olvido ni perdón, solo justicia.
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