Por Jorge A. Chávez Silva, “Charro”
El sábado por la noche nos dejó un combatiente auténtico que, a despecho de su origen, dedicó su vida de político al servicio de los desposeídos y vivió en una lucha tenaz contra la corrupción que, como un cáncer, carcome las bases más nobles de nuestra nación. ¡Javier Diez Canseco ha muerto! ¡Viva Javier!
¿Cómo no recordar su magra y característica figura encabezando las marchas populares contra las mafias enquistadas en el gobierno y contra la corrupción? ¿Cómo olvidar su consecuencia con sus ideales y su defensa cerrada de los intereses de los pobres? Pese a que muchas veces fue detenido, apaleado, además de dinamitarle su casa, ametrallar a su auto y amenazarlo con secuestrar a sus hijos, nunca se arrodilló ante el sátrapa de turno, ni ante el prepotente, dando una verdadera lección de entereza moral en todos sus actos.
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Fue autor de muchas leyes a favor de los disminuidos físicos, ya que él también tuvo la desgracia de padecer un ataque de poliomielitis a la edad de un año, circunstancia que labró su sólida personalidad, y de otras a favor de los despedidos injustamente durante el nefasto régimen de Fujimori. Últimamente estuvo acompañándonos en nuestra lucha contra la poderosa Yanacocha en sus intentos de seguir depredando a Cajamarca. Él mismo narró en una oportunidad acerca de cómo, los maracanases de la minería lo visitaron para torcer sus convicciones a cambio de fortunas, y él, contestando con serenidad estoica, que se habían equivocado de oficina. Así de macizo era Javier. Su partida no solo es una gran pérdida para su familia, sino para el Perú y la democracia mundial. Los pobres y amenazados del mundo lloramos su partida, pero nos quedamos con su ejemplo.
En un país que tiene la desgracia de poseer un congreso vergonzante, lleno de incapaces, mentirosos, audaces, tránsfugas y hasta delincuentes, Javier era un congresista de lujo. Uno de los pocos que salvaba de la ignominia y la mediocridad al hemiciclo legislativo, el único que era consecuente con sus principios y que jamás votaba por consignas partidarias, ni faltaba a las discusiones y votaciones en las que se decidían asuntos importantes para el desarrollo de la democracia en el Perú.
Naturalmente que este hombre íntegro avergonzaba a las cucarachas políticas y fariseos que han cundido en el congreso, para quienes, en su estrechez mental y podredumbre moral, ser honesto y consecuente es imperdonable, por eso lo acusaron, juzgaron y condenaron injustamente, como en los tiempos bíblicos. Su muerte es un baldón en lo poco que les queda de conciencia, pero estamos seguros que eso no les impedirá dormir tranquilos porque saben que el pueblo peruano, en su ignorancia, olvida a los hombres íntegros y cede ante los bellacos por un plato de lentejas.
Los 55 “congresistas” que lo condenaron están vetados, como debe ser, para participar en su sepelio y deben estarlo para siempre en la conciencia del pueblo. Todos tienen rabo de paja y no pueden exhibir la limpieza de Diez Canseco. El pueblo debe conocerlos y castigarlos para que nunca más ensucien el recinto parlamentario. Entre ellos están ¡Cómo no va a ser! Algunas perlas como Alejandro Aguinaga, el de las esterilizaciones forzadas; Luísa María Cuculiza, que intentó sacar rédito político sugiriendo que lo perdonen, Kenji Fujimori, el de los 100 kilios de cocaína y los cambiazos de aparatos electrónicos; Julio Gagó, que ha tenido la insolencia de afrancesar su apellido, cuando todo el mundo sabe que es Gago, Octavio Salazar, el crédulo de los pishtacos; Ana Jara, la ministra que avaló el apaleamiento de celendinas, monseñor Humberto Lay, el Caifás de la comisión de ética, entre otros, de triste recordación.
Descansa en paz Javier, los hombres como tú son inolvidables y tienen un lugar bien ganado en el Panteón de honor de la Patria.
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El sábado por la noche nos dejó un combatiente auténtico que, a despecho de su origen, dedicó su vida de político al servicio de los desposeídos y vivió en una lucha tenaz contra la corrupción que, como un cáncer, carcome las bases más nobles de nuestra nación. ¡Javier Diez Canseco ha muerto! ¡Viva Javier!
¿Cómo no recordar su magra y característica figura encabezando las marchas populares contra las mafias enquistadas en el gobierno y contra la corrupción? ¿Cómo olvidar su consecuencia con sus ideales y su defensa cerrada de los intereses de los pobres? Pese a que muchas veces fue detenido, apaleado, además de dinamitarle su casa, ametrallar a su auto y amenazarlo con secuestrar a sus hijos, nunca se arrodilló ante el sátrapa de turno, ni ante el prepotente, dando una verdadera lección de entereza moral en todos sus actos.
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Un congresista de lujo en medio de la mediocridad. |
En un país que tiene la desgracia de poseer un congreso vergonzante, lleno de incapaces, mentirosos, audaces, tránsfugas y hasta delincuentes, Javier era un congresista de lujo. Uno de los pocos que salvaba de la ignominia y la mediocridad al hemiciclo legislativo, el único que era consecuente con sus principios y que jamás votaba por consignas partidarias, ni faltaba a las discusiones y votaciones en las que se decidían asuntos importantes para el desarrollo de la democracia en el Perú.
Naturalmente que este hombre íntegro avergonzaba a las cucarachas políticas y fariseos que han cundido en el congreso, para quienes, en su estrechez mental y podredumbre moral, ser honesto y consecuente es imperdonable, por eso lo acusaron, juzgaron y condenaron injustamente, como en los tiempos bíblicos. Su muerte es un baldón en lo poco que les queda de conciencia, pero estamos seguros que eso no les impedirá dormir tranquilos porque saben que el pueblo peruano, en su ignorancia, olvida a los hombres íntegros y cede ante los bellacos por un plato de lentejas.
Los 55 “congresistas” que lo condenaron están vetados, como debe ser, para participar en su sepelio y deben estarlo para siempre en la conciencia del pueblo. Todos tienen rabo de paja y no pueden exhibir la limpieza de Diez Canseco. El pueblo debe conocerlos y castigarlos para que nunca más ensucien el recinto parlamentario. Entre ellos están ¡Cómo no va a ser! Algunas perlas como Alejandro Aguinaga, el de las esterilizaciones forzadas; Luísa María Cuculiza, que intentó sacar rédito político sugiriendo que lo perdonen, Kenji Fujimori, el de los 100 kilios de cocaína y los cambiazos de aparatos electrónicos; Julio Gagó, que ha tenido la insolencia de afrancesar su apellido, cuando todo el mundo sabe que es Gago, Octavio Salazar, el crédulo de los pishtacos; Ana Jara, la ministra que avaló el apaleamiento de celendinas, monseñor Humberto Lay, el Caifás de la comisión de ética, entre otros, de triste recordación.
Descansa en paz Javier, los hombres como tú son inolvidables y tienen un lugar bien ganado en el Panteón de honor de la Patria.
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¡FUERA YANACOCHA DE CELENDÍN! ¡CONGA NO VA, Y NO VA!
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