viernes, 3 de mayo de 2013

SIN TAPUJOS: Las razones de la cultura celendina

Por Jorge A. Chávez Silva, "Charro"
Las costumbres de un pueblo, labradas a través de toda su historia, constituyen su más preciado tesoro cultural. Son parte del folclor que marca el sello personal de los pueblos y los diferencia de los demás. En un país pluricultural como el nuestro, en que por efectos de la globalización y la filosofía egoísta del neoliberalismo, las culturas regionales se extinguen sin que nadie proteste, ni haga ningún intento por preservar tan valioso legado de nuestros antepasados.  Es legítimo, entonces,  que los celendinos  que nos preciamos de intelectuales o militamos en el plano artístico, nos preocupemos por cuidar este tesoro.
Celendín, lo hemos repetido una y mil veces, es una ciudad única y original en todo el Perú, por muchas razones: el misterio de su origen y la confluencia de las etnias y culturas que configuraron su personalidad, la belleza de su paisaje, el eterno azul turquesa de su cielo, el aliento cálido que sube desde los valles del Marañón, la riqueza y variedad de nuestras comidas, el tejido de sombreros, los carnavales y la Feria del Carmen, son parte de nuestro acervo cultural y las razones del eterno volver de los celendinos que, por una u otra razón, vivimos exilados de nuestra ciudad de origen.
He notado la preocupación de muchos amigos celendinos, ansiosos de volver al terruño añorado, por la realización de la Fiesta del Carmen en este julio y agosto próximos. Fiesta que, por razones muy poderosas y tristes, no se verificó el año pasado. La muerte de cuatro hermanos celendinos fue un motivo de fuerza mayor para que esto suceda así, además de que el gobierno insensible y principal culpable de esta desgracia, declaró el estado de emergencia en la zona. Aún así, hubo celendinos insensibles que pugnaron porque la fiesta vaya, sí o sí, al más puro y burdo estilo humalista ("Conga va, si o sí").
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La feria que todo el pueblo espera.
Las razones de nuestra protesta contra las mineras irresponsables, son desde todo punto de vista justas y razonables. Tenemos todo el derecho del mundo,  y muchas organizaciones mundiales reconocen esto, a cuidar de nuestros recursos y no permitir desastres de los cuales tengamos que responder ante el dedo acusador de las futuras generaciones. Para esto el pueblo se ha organizado y ha elegido a sus representantes, quienes deben canalizar , dirigir y sustentar las razones de nuestra lucha y, salvo apetencias políticas personales, creemos que están cumpliendo con el encargo de la población.
Pero, que estos dirigentes pretendan modular la vida de la población, nos parece fuera de lugar y peligroso. Estamos seguros que ni su función, ni su jurisdicción, alcanzan hasta allí. Nadie puede erigirse en el árbitro de las expresiones culturales de un pueblo. Pretender prohibir por ejemplo, las fiestas de San Isidro, en Sucre; la devoción del pueblo sorochuquino por el Padre Eterno o la Feria Taurina en honor de la Virgen del Carmen en Celendín u otras fiestas patronales, constituye un exceso censurable y atentatorio contra las libertades individuales de los celendinos en general.
Muchas razones podríamos argüir para respaldar esto, pero bástenos apelar al derecho de los pueblos a mantener viva su cultura y a las necesidades de mucha gente cuya economía gira en torno a la realización de estas fiestas, entre ellas los artesanos, los constructores de palcos, los negocios dedicados a la hostelería y comidas, los productores agrícolas y pecuarios, los artistas y mucha gente que vive en la miseria y gana algún dinero en estas festividades.
Atentar contra las creencias y la economía de los pueblos es muy peligroso. A nadie se le puede negar el derecho a ser como lo modelaron las costumbres de su pueblo y a ganar el pan cotidiano con un trabajo que es más activo en estas ocasiones. Luchar contra la corriente es letal para la imagen de los dirigentes, porque los convierte en una especie de dictadorzuelos atrabiliarios y mella irreparablemente la credibilidad de su prédica en la defensa de nuestra integridad.  Posiciones irrazonables como ésta le hacen mucho mal a nuestra protesta.
Finalmente, una recomendación para los amigos dirigentes: no se hagan mala imagen, ni malgasten el potencial que significa una fuerza popular que, además de protestar contra los jinetes apocalípticos, ávidos de oro, quieren mantener  su identidad celendina, sus tradiciones y cultura. Hacerles el juego a los enemigos de la causa, que aluden a estas intransigencias para mostrarnos como enemigos del pueblo, puede ser autogol que nos elimine de la contienda. Nos vemos en julio en La Feliciana.

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