Por Crispín Piritaño
Celendín
La primera mitad del siglo pasado fue fructífera para los músicos populares: acordeonistas, concertinistas, guitarristas, violinistas y cuanta orquesta se formó estuvieron de plácemes porque tuvieron trabajo continuo. Entonces no existían los aparatos de sonido de hoy y cualquier celebración y jolgorio necesariamente tenía que contar con el concurso de estos virtuosos de la música. Celendín, tierra de artistas, tuvo grandes músicos como “Los Copochos”, don Clemente Rodríguez, don Juanito Vargas, el insigne ciego de San Cayetano, don Pancho Cortegana, etc.Celendín
Sorochuco tuvo en don Juanito Vílchez la máxima expresión del violín y era quien ponía la nota de sabor con sus interpretaciones de huaynos, cashuas, marineras, tristes y pasillos. Su presencia en todo acontecimiento o celebración era obligada. La época que más trabajo tenía don Juanito con las cuerdas y el arco era en las celebraciones del Padre Eterno, Patrón de Sorochuco. Fiesta grande a la que acuden devotos desde Chota, Bambamarca, San Marcos Y Celendín. En la liturgia religiosa don Juanito hacía la banda sonora en la misa grande en honor al Patrón.
Para esa festividad se reservan los matrimonios, bautizos, landarutos, bota lutos, noviazgos y todo acontecimiento que merezca alguna celebración y la animación del músico y su hijo, violinista como él, era de cajón. Lógicamente, don Juanito, en esas fiestas, comía y bebía con profusión, por eso no era raro verle achispado día y noche, en una sola bomba, como decimos campechanamente. Paraba de fiesta en fiesta y de comilona en comilona. ¡Dichosa vida la de los músicos de ese tiempo! Seguramente don Juanito inspiró aquel dicho de:
-¡Qué bestia, come y chupa como músico!
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Como el músico andaba en una especie de limbo durante toda la semana, pasando de un cumpleaños a un bota luto, de un matrimonio a un bautizo; de un landaruto a una serenata y así por el estilo. Para que acompañara a la misa había que ubicarlo y sacarlo de una de esas fiestas, casi siempre en estado calamitoso.
En la celebración de la misa central, no se sabe con precisión, si fue el olor del incienso o los muchos kirie eleisson que traía la misa, lo cierto es que don Juanito, ubicado en un rincón estratégico, se quedó dormido con el violín en ristre. Llegado el momento de su intervención, su hijo lo despertó sacudiéndolo mientras le decía en tono perentorio:
-¡Papa, papá, ya!
Don Juanito, que había perdido totalmente la noción del lugar donde se encontraba, supuso que se encontraba en una jarana de medio pelo, de esas de rompe y roja en las que todos los gatos son pardos y nadie se adivina la suerte porque todos son gitanos; atacó con brío aquella famosa cashua cuya letra dice:
“Y como pué me decías
que estabas sola,
que estabas sola…”
Ante el justo escándalo y asombro de la devota feligresía que no atinaba a explicarse tal sacrilegio, su hijo, en tono de reproche, bajando la voz, le increpó:
-¡Papá, estamos en la misa!
Poniéndose a derecho, respondió a los acordes del violín, con una entonación dulce y angelical:
-¡AMEEENNNNNN!
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