jueves, 3 de enero de 2008

NASHERIAS: Un literato

Por Crispín Piritaño
Celendín
Érase un profesor de nombre pomposo y sonoro: Rosemberg. En la institución del distrito donde laboramos, él, que trabajaba en el nivel secundario, siempre se cuidó de poner distancia con los lagarpejos primariosos como nos llamaba despectivamente.
A medida que ahondaba en su ciencia su fisonomía iba cambiando, se dejó una barba prolijamente descuidada, a lo Unamuno, lucía suéteres cuello de tortuga y encima de la manga derecha, como para demostrar puntualidad, su reloj digital, maravilla de la tecnología japonesa.

Una en un millón de palabras...
Unos desteñidos pantalones tejanos, deshilachados en los botapiés y los llanques que calzaba con medias escrupulosamente limpias completaban su atuendo. Pocos años después, unos diminutos espejuelos dorados cabalgando sobre su impertinente nariz respingada le dieron ese aire de intelectual. Entonces su hablar se hizo castizo y siempre nos reprendía las maneras como maltratábamos el divino idioma de Cervantes. Quizás por eso gustaba conversar con el cura del pueblo, un español que había venido a hacernos cholitos con diezmos y limosnas.
En nuestro último intento de tenerlo en nuestras reuniones de bohemia nos dijo cortante:
-Perdería mi precioso tiempo en bohemias insulsas con vosotros.
Sólo alternaba con el director, el susodicho cura, el médico de la posta y otros personajes seráficos de hablar apretado.
Siempre se le vio deambular por el colegio con un libro distinto cada día al sobaco, hecho que le otorgó fama de “lector empedernido”, dueño de vasta cultura, erudito en muchos campos del saber humano.
-Me equivoco una en un millón de palabras –solía decir cuando se hablaba de ortografía, por ejemplo.
Aspiraba en el futuro a desparramar su ciencia en cátedras universitarias o, mínimo, como Director, por eso se licenció en literatura y, no contento con eso, se hizo máster, logros que lo convirtieron en un ser inalcanzable para los lagarpejos de primaria.
Ese año celebrábamos las Bodas de Plata del colegio y el director impulsó a todo el personal para celebrarlo en grande. Parte del programa, por sugerencia del profesor Rosemberg, fue la realización de los I Juegos Florales Estudiantiles en el que participarían todos los alumnos que desearan en poesía, cuento, novela corta, ensayo, etc. El Jurado estaría presidido por el Párroco en calidad de hijo de la península, por el Director de la Institución y un profesor invitado de la provincia, eminencia comparable al profesor Rosemberg, naturalmente que él se encargaría de la selección previa de los trabajos.
Terminaba el recreo y me dirigía a mi aula, cuando me topé de casualidad con él. Venía feliz, con un papel en la mano. Conocedor de mi modesta afición literaria, me dijo muy ufano:
-Mira, Crispín, estoy seguro que éste será el trabajo ganador. A esto quería llegar con mis alumnos. Cuando logres algo similar con los tuyos puedes morir satisfecho, y decir que has sido mi amigo -me entregó la composición..
Me quedé perplejo cuando leí:

“Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando…”

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