Celendín era un pueblo con una personalidad muy definida. Su calles rectas y sus casas blancas, sus muros hechos con adobe, sus techos cubiertos con tejas coloradas, le daban a nuestra ciudad un aire de serenidad e invitaban a una vida apacible bajo nuestro cielo azul.
Todo esto lo están destruyendo ahora los bárbaros, los fanáticos del ladrillo, el cemento y la calamina, que no se dan cuenta que están asesinando no sólo el espíritu del pueblo sino al pueblo mismo. Y esto ante la indiferencia, o con la complicidad, de los diferentes Concejos Municipales que se han sucedido en treinta años. Ahora, esperemos que las nuevas autoridades edilicias se hagan cargo cuanto antes de este asunto y detengan el desastre.
Cualquier persona sensata sabe que, para un pueblo como el nuestro, además de las actividades agropecuarias y ganaderas, el futuro pasa por el turismo cultural y ecológico. Celendín siempre fue un punto de paso hacia el oriente y esto nos hizo importantes en una época. Lo seremos de nuevo, si queremos. Si somos conscientes de que los viajeros de hoy se dirigen, en todo el mundo, a los pueblos que han sabido preservar su personalidad, no a los que han vendido su alma y se han convertido en un mamarracho que imita malamente las feas ciudades de la costa.
Cualquier persona sensata sabe que, para un pueblo como el nuestro, además de las actividades agropecuarias y ganaderas, el futuro pasa por el turismo cultural y ecológico. Celendín siempre fue un punto de paso hacia el oriente y esto nos hizo importantes en una época. Lo seremos de nuevo, si queremos. Si somos conscientes de que los viajeros de hoy se dirigen, en todo el mundo, a los pueblos que han sabido preservar su personalidad, no a los que han vendido su alma y se han convertido en un mamarracho que imita malamente las feas ciudades de la costa.
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