La revolución aprista de Trujillo, en 1932, triunfal en sus inicios, liberó al joven Ciro Alegría el día 7 de julio. Fracasada la revuelta se inició una brutal persecución de los militantes apristas, en toda la región, por parte del ejército y la policía. Entre los perseguidos se encontraban el futuro gran escritor y su hermano Néstor, quienes huyeron buscando la cuenca del Marañón, en un vano intento por ganar la frontera con Ecuador.
Tras mucho caminar y con los cancerberos siguiéndoles los pasos, llegaron a las alturas de Celendín, a la hacienda de Tinkat (Huauco) en donde recibieron la ayuda de tres celendinos que cubrieron la huida de los Alegría; ellos fueron el hacendado de Tinkat, don David Reyna Rojas, Máximo Aliaga, que ofició de mensajero y guía y el agricultor Hipólito Malaver Calla, que alojó a los fugitivos en su choza de la jalca.
La guardia civil que tenía sospechas que los fugitivos andaban en la zona, capturaron al mercachifle Melquíades Horna, quien manifestó que, efectivamente, a su paso por esa hacienda había visto a dos hombres que se ajustaban a las características de los buscados. Con la certeza de capturar a los prófugos, el subprefecto Vásquez que participaba en la persecución se dirigió a Celendín en donde solicitó como refuerzos al cabo Manuel Roncal y a los guardias Eduardo Quea, Víctor Pajares y Anaximandro Cáceres.
Los policías llegaron sigilosamente, ocultándose en los matorrales hasta rodear la casa de Hipólito Malaver en el sitio denominado Guangazanga y luego de convencerse que los personajes que buscaban estaban allí, dispararon a matar sin dar la voz de alto. La confusión y el nerviosismo fueron bien aprovechados por los hermanos Alegría que sabían de los que se trataba y huyeron hacia la quebrada “Suiturumi”, mientras el campesino Hipólito, por cubrirlos, fue herido de bala en una pierna, a consecuencia de la cual quedó cojo por el resto de su vida.
La expresión de su rostro, la desesperación de su familia, su herida sangrante y sus argumentos que “dando comida y hospedaje al prójimo solo cumplía con su deber cristiano, ya que de política no sabía nada”, convencieron a los guardias de su inocencia e impidieron que se lo llevaran como cómplice.
Finalmente capturados los fugitivos, se despidieron de quien tan humanamente les había ayudado y fuertemente atados fueron caminando rumbo al Huauco, a donde llegaron a la medianoche y luego a Celendín a las tres de la madrugada del día siguiente, en donde el subprefecto dispuso que se los fusilara sumariamente.
Allí se puso de manifiesto el tradicional espíritu solidario de los celendinos que movieron influencias y argumentos a fin de que no los mataran. A raíz de esta captura Ciro Alegría fue deportado a Chile en donde escribió su galardonada novela El mundo es ancho y ajeno.
Esta versión, por supuesto, difiere del parte oficial que firmó el Cabo Julio Cáceres Montalbán el 26 de setiembre de 1932 y que tenemos en archivo, pero, como en todo tiempo y lugar, los policías tuvieron razones de peso para ocultar la verdad de los hechos.
Esta circunstancia motivó que nuestro gran escritor Alfonso Pelaéz Bazán dijera de Ciro Alegría: “No es celendino, pero volvió a nacer allí” y el gran escritor dejó constancia de ello en su autobiografía que tituló "Mucha suerte con harto palo".
La experiencia vivida a través de todo el tiempo de persecución y su conocimiento de la zona en momentos tan álgidos, lo llevaron a describir magistralmente los valles de la “Serpiente de oro” y sus gentes, de suyo tan hospitalarias, y por supuesto, teniendo como personajes característicos a los celendinos como comerciantes reputados en todo el norte: “Los más fregaos son los celendinos. ¡Ah, condenaos cristianos! Esos shilicos po vendele sus sombreros a tuel mundo siandan más sea con tuel invierno encima”
Tras mucho caminar y con los cancerberos siguiéndoles los pasos, llegaron a las alturas de Celendín, a la hacienda de Tinkat (Huauco) en donde recibieron la ayuda de tres celendinos que cubrieron la huida de los Alegría; ellos fueron el hacendado de Tinkat, don David Reyna Rojas, Máximo Aliaga, que ofició de mensajero y guía y el agricultor Hipólito Malaver Calla, que alojó a los fugitivos en su choza de la jalca.
La guardia civil que tenía sospechas que los fugitivos andaban en la zona, capturaron al mercachifle Melquíades Horna, quien manifestó que, efectivamente, a su paso por esa hacienda había visto a dos hombres que se ajustaban a las características de los buscados. Con la certeza de capturar a los prófugos, el subprefecto Vásquez que participaba en la persecución se dirigió a Celendín en donde solicitó como refuerzos al cabo Manuel Roncal y a los guardias Eduardo Quea, Víctor Pajares y Anaximandro Cáceres.
Los policías llegaron sigilosamente, ocultándose en los matorrales hasta rodear la casa de Hipólito Malaver en el sitio denominado Guangazanga y luego de convencerse que los personajes que buscaban estaban allí, dispararon a matar sin dar la voz de alto. La confusión y el nerviosismo fueron bien aprovechados por los hermanos Alegría que sabían de los que se trataba y huyeron hacia la quebrada “Suiturumi”, mientras el campesino Hipólito, por cubrirlos, fue herido de bala en una pierna, a consecuencia de la cual quedó cojo por el resto de su vida.
La expresión de su rostro, la desesperación de su familia, su herida sangrante y sus argumentos que “dando comida y hospedaje al prójimo solo cumplía con su deber cristiano, ya que de política no sabía nada”, convencieron a los guardias de su inocencia e impidieron que se lo llevaran como cómplice.
Finalmente capturados los fugitivos, se despidieron de quien tan humanamente les había ayudado y fuertemente atados fueron caminando rumbo al Huauco, a donde llegaron a la medianoche y luego a Celendín a las tres de la madrugada del día siguiente, en donde el subprefecto dispuso que se los fusilara sumariamente.
Allí se puso de manifiesto el tradicional espíritu solidario de los celendinos que movieron influencias y argumentos a fin de que no los mataran. A raíz de esta captura Ciro Alegría fue deportado a Chile en donde escribió su galardonada novela El mundo es ancho y ajeno.
Esta versión, por supuesto, difiere del parte oficial que firmó el Cabo Julio Cáceres Montalbán el 26 de setiembre de 1932 y que tenemos en archivo, pero, como en todo tiempo y lugar, los policías tuvieron razones de peso para ocultar la verdad de los hechos.
Esta circunstancia motivó que nuestro gran escritor Alfonso Pelaéz Bazán dijera de Ciro Alegría: “No es celendino, pero volvió a nacer allí” y el gran escritor dejó constancia de ello en su autobiografía que tituló "Mucha suerte con harto palo".
La experiencia vivida a través de todo el tiempo de persecución y su conocimiento de la zona en momentos tan álgidos, lo llevaron a describir magistralmente los valles de la “Serpiente de oro” y sus gentes, de suyo tan hospitalarias, y por supuesto, teniendo como personajes característicos a los celendinos como comerciantes reputados en todo el norte: “Los más fregaos son los celendinos. ¡Ah, condenaos cristianos! Esos shilicos po vendele sus sombreros a tuel mundo siandan más sea con tuel invierno encima”
No hay comentarios:
Publicar un comentario