Por Jorge A. Chavez Silva, Charro
Los huauqueños son tipos muy especiales. Tienen arraigado el concepto de familia, el amor por su pueblo y sobre todo, el sentido de la economía. La fama de “judios” con que somos conocidos los celendinos, se la debemos mayormente a esos paisanos. La rivalidad con sus vecinos de Huacapampa y Celendín está empedrada de sátiras y burlas sobre la “prodigalidad” proverbial de su gente son lanzadas a diestra y siniestra y celebradas mutuamente.
Encontrábase en Celendín uno de los hijos de la Quintilla, de compras un domingo. Al ingresar a la tienda de don Celestino Aliaga, en la calle del Comercio, se quedó pasmado observando la cantidad y diversidad de artículos que allí se ofertaban. El propietario del establecimiento se ufanaba que en su tienda se vendía desde una aguja hasta un automóvil.
Pero la especialidad de la casa eran indudablemente los relojes: los tenía de todas marcas y modelos, desde un burdo despertador de campanillas, hasta algunas miniaturas, verdaderos prodigios de la sofisticada tecnología suiza.
Don Nazario, que así se llamaba el huauqueño, señalando un reloj circular de campanillas, preguntó:
-¿Cuánto cueshta eshe reloj?
-Diez soles- respondió don Celestino con amabilidad.
El vejete miró y remiró el reloj, preguntándose por qué diablos costaba tan carazo y luego se decidió por otro:
-¿Y éshte?
-Doce soles.
-¿Y aquél?
-Quince soles.
-¿Y eshe verdeshito?
-Dieciocho soles.
El huauqueño se convenció pues, que el primero por el que preguntó era el más barato y aún así le parecía caro… ¡Más caro que un gallo…, qué barbaridad!
-¿Nada menosh? -insistió.
-Diez soles por este reloj está regalado, jué, está baratazo- arguyó don Celestino.
Siguió luego un largo tira y afloja, de oferta y contraoferta. Tras mucho regateo, al fin dijo de propietario:
-Ya, ya… En ocho llévalo.
-Sheish shincuenta ya pué -suplicaba el huauqueño.
-¿No, no! Con ocho soles estoy perdiendo.
Y siguió otro tira y jala más.
Al fin decidido, dijo el vejete:
-Está bien, ocho sholes le voy a pagar…, ¡pero me dashte de yapita este chiquitito que eshtá aquí!
Su índice señalaba un precioso y diminuto reloj “Silvana”, último modelo, para damas.
Pero la especialidad de la casa eran indudablemente los relojes: los tenía de todas marcas y modelos, desde un burdo despertador de campanillas, hasta algunas miniaturas, verdaderos prodigios de la sofisticada tecnología suiza.
Don Nazario, que así se llamaba el huauqueño, señalando un reloj circular de campanillas, preguntó:
-¿Cuánto cueshta eshe reloj?
-Diez soles- respondió don Celestino con amabilidad.
El vejete miró y remiró el reloj, preguntándose por qué diablos costaba tan carazo y luego se decidió por otro:
-¿Y éshte?
-Doce soles.
-¿Y aquél?
-Quince soles.
-¿Y eshe verdeshito?
-Dieciocho soles.
El huauqueño se convenció pues, que el primero por el que preguntó era el más barato y aún así le parecía caro… ¡Más caro que un gallo…, qué barbaridad!
-¿Nada menosh? -insistió.
-Diez soles por este reloj está regalado, jué, está baratazo- arguyó don Celestino.
Siguió luego un largo tira y afloja, de oferta y contraoferta. Tras mucho regateo, al fin dijo de propietario:
-Ya, ya… En ocho llévalo.
-Sheish shincuenta ya pué -suplicaba el huauqueño.
-¿No, no! Con ocho soles estoy perdiendo.
Y siguió otro tira y jala más.
Al fin decidido, dijo el vejete:
-Está bien, ocho sholes le voy a pagar…, ¡pero me dashte de yapita este chiquitito que eshtá aquí!
Su índice señalaba un precioso y diminuto reloj “Silvana”, último modelo, para damas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario