Celendín, con sus encantos paisajísticos y humanos, siempre se hizo querer por propios y extraños, una prueba de ello es esta evocación de un maestro ejemplar, que sin ser celendino supo adentrarse en el espíritu celendino, entenderlo y emprender juntos una época de cambios para nuestro pueblo que siempre se recuerda con admiración. El colegio mejorado amorosamente del que habla el doctor Arriola fue el antiguo "Javier Prado", el que luego destruyeron las hordas fujimoristas. LA REDACCION
Dulce y necesaria evocación
Por Eloy Arriola Senisse
Reflexiones y recuerdos de un maestro. Dedicadas con especial afecto a la brillante Promoción “Artemio R. Tavera”, del Colegio Nacional de Celendín. Están ya por cumplirse 40 años de aquel momento que me señaló el destino para enrumbar mis pasos hacia Celendín, tierra de ensueño, de hombres y mujeres laboriosos y nobles. Fue un 25 de agosto de 1954.
Soy maestro, y como tal, fui siempre sujeto de órdenes que traté de cumplir explicando que la vida de un buen maestro es, en muchos casos, como la vida de un buen soldado: cumplir con su deber ahí donde la patria demande sus servicios. Principio que, con otros de la misma índole, inculqué en el alma de mis alumnos a lo largo de 50 años de vida profesional. No buscar la prebenda fácil, ni el acomodo barato, sino cumplir con el deber, por más ingrato y duro que fuere, siempre que fuera justo y honesto hacerlo.
A mí me parece, sin embargo, que la isocranía del tiempo ha detenido momentáneamente sus pasos y que una mañana cualquiera volveremos a encontrarnos en el patio de honor del siempre añorado Colegio “Javier Prado”. Entonamos el Himno Nacional. Damos lectura al noticiero escolar, los 300 alumnos y alumnas, en impecable formación escuchan las breves exhortaciones de su Director. Luego, la grave voz del Brigadier General, alumno Camacho, “El Bárbaro”, restalla como un cohete:
-“¡Asusaulas, columna de a uno!”
Desde la fecha inicial hasta mi despedida, han transcurrido apenas quince meses, ni siquiera año y medio.
¿Cuántas obras realizamos juntos en ese breve tiempo? En verdad no las recuerdo, ni quién o quiénes las hicieron. Fueron sin duda ellos, mis alumnos quienes animados de ese élan vital del que hablaba Bergson, pusieron la vida y su ideal en la obra. Pero lo hicieron con pasión, con amorosa pasión y entrega, pensando quizá que el tiempo iba a resultar corto para cumplir con lo previsto. Mucho y bueno se hizo y mucho quedó por hacer. Pero quedó el ejemplo de almas confundidas en un solo quehacer, impregnadas de un ideal común. ¿Cómo olvidarlo? Ahí está todavía el duro cemento de nuestro moderno campo de básquet, fraguado al amoroso calor de las manos del querido maestro Gonzalo, padre de familia y amigo ejemplar. Le dimos luz a la sombra y a la noche, inaugurando un potente grupo electrógeno que alcanzó a la ciudad ¡Y para su instalación no contábamos con presupuesto alguno! No nos ensuciábamos las manos amasando el barro para los adobes; las dignificábamos, honrándolas a base de sudor y esfuerzo, mezclando alegrías y esperanzas.
Así reconstruimos con Javier Tavera y otros el salón de actos, la biblioteca, la caseta para el grupo electrógeno. Alquilábamos películas. ¿Cómo dejar en el olvido los afanes idealistas y vehementes de Javo Tavera, el ímpetu generoso de “Gallito” Tirado, las palomilladas de “Panamo”, las canciones mejicanas de Emilio Moscoso, la proverbial circunspección de los Aliaga, los Camacho, Jorge Silva Merino, Jaime Silva Pereyra, Ibo Sánchez, aparte de la escogida y hermosa legión femenina, las chicas Pereyra, Inga y tantas otras?
¿Cómo olvidar, igualmente, a ese selecto grupo de profesores: Don Artemio, Aureliano Rabanal, Ariche (Arístides) Merino, el padre Quiroz, don Alfonso Peláez, los docentes Rojas, Fernández, Fulvia Sánchez, Carmela Pérez, Ulita Silva?
Vale expresar también, como colofón de estas improvisadas notas, que impulsamos el arte, el periodismo escolar, organizamos el primer Consejo Estudiantil y le dimos sustancial apoyo al deporte, dando preferencia al fútbol, básquetbol, voleibol, atletismo. Realizamos una mini maratón de Huacapampa a Celendín y logramos el campeonato departamental de fútbol. ¿Cómo no estar orgullosos, entonces?
Me honro, pues, de haber sido maestro y, sobre todo, amigo cabal de esta pléyade de hombres y mujeres, buenos a carta cabal, a tiempo completo.
El tiempo resulta corto y avaro el papel para hilvanar ordenadamente mis recuerdos acerca de esta dorada época de mi vida de maestro, en la que más que discípulos encontré hijos espirituales, a quienes sigo queriendo con toda la dimensión de mi espíritu y auténtica devoción de un padre.
Soy maestro, y como tal, fui siempre sujeto de órdenes que traté de cumplir explicando que la vida de un buen maestro es, en muchos casos, como la vida de un buen soldado: cumplir con su deber ahí donde la patria demande sus servicios. Principio que, con otros de la misma índole, inculqué en el alma de mis alumnos a lo largo de 50 años de vida profesional. No buscar la prebenda fácil, ni el acomodo barato, sino cumplir con el deber, por más ingrato y duro que fuere, siempre que fuera justo y honesto hacerlo.
A mí me parece, sin embargo, que la isocranía del tiempo ha detenido momentáneamente sus pasos y que una mañana cualquiera volveremos a encontrarnos en el patio de honor del siempre añorado Colegio “Javier Prado”. Entonamos el Himno Nacional. Damos lectura al noticiero escolar, los 300 alumnos y alumnas, en impecable formación escuchan las breves exhortaciones de su Director. Luego, la grave voz del Brigadier General, alumno Camacho, “El Bárbaro”, restalla como un cohete:
-“¡Asusaulas, columna de a uno!”
Desde la fecha inicial hasta mi despedida, han transcurrido apenas quince meses, ni siquiera año y medio.
¿Cuántas obras realizamos juntos en ese breve tiempo? En verdad no las recuerdo, ni quién o quiénes las hicieron. Fueron sin duda ellos, mis alumnos quienes animados de ese élan vital del que hablaba Bergson, pusieron la vida y su ideal en la obra. Pero lo hicieron con pasión, con amorosa pasión y entrega, pensando quizá que el tiempo iba a resultar corto para cumplir con lo previsto. Mucho y bueno se hizo y mucho quedó por hacer. Pero quedó el ejemplo de almas confundidas en un solo quehacer, impregnadas de un ideal común. ¿Cómo olvidarlo? Ahí está todavía el duro cemento de nuestro moderno campo de básquet, fraguado al amoroso calor de las manos del querido maestro Gonzalo, padre de familia y amigo ejemplar. Le dimos luz a la sombra y a la noche, inaugurando un potente grupo electrógeno que alcanzó a la ciudad ¡Y para su instalación no contábamos con presupuesto alguno! No nos ensuciábamos las manos amasando el barro para los adobes; las dignificábamos, honrándolas a base de sudor y esfuerzo, mezclando alegrías y esperanzas.
Así reconstruimos con Javier Tavera y otros el salón de actos, la biblioteca, la caseta para el grupo electrógeno. Alquilábamos películas. ¿Cómo dejar en el olvido los afanes idealistas y vehementes de Javo Tavera, el ímpetu generoso de “Gallito” Tirado, las palomilladas de “Panamo”, las canciones mejicanas de Emilio Moscoso, la proverbial circunspección de los Aliaga, los Camacho, Jorge Silva Merino, Jaime Silva Pereyra, Ibo Sánchez, aparte de la escogida y hermosa legión femenina, las chicas Pereyra, Inga y tantas otras?
¿Cómo olvidar, igualmente, a ese selecto grupo de profesores: Don Artemio, Aureliano Rabanal, Ariche (Arístides) Merino, el padre Quiroz, don Alfonso Peláez, los docentes Rojas, Fernández, Fulvia Sánchez, Carmela Pérez, Ulita Silva?
Vale expresar también, como colofón de estas improvisadas notas, que impulsamos el arte, el periodismo escolar, organizamos el primer Consejo Estudiantil y le dimos sustancial apoyo al deporte, dando preferencia al fútbol, básquetbol, voleibol, atletismo. Realizamos una mini maratón de Huacapampa a Celendín y logramos el campeonato departamental de fútbol. ¿Cómo no estar orgullosos, entonces?
Me honro, pues, de haber sido maestro y, sobre todo, amigo cabal de esta pléyade de hombres y mujeres, buenos a carta cabal, a tiempo completo.
El tiempo resulta corto y avaro el papel para hilvanar ordenadamente mis recuerdos acerca de esta dorada época de mi vida de maestro, en la que más que discípulos encontré hijos espirituales, a quienes sigo queriendo con toda la dimensión de mi espíritu y auténtica devoción de un padre.
(Escrita para la Promoción PARTA 56, en 1994)
1 comentario:
YO SOY EL NIETO DE ELOY ARRIOLA SENISSE Y ME ORGULLESE ESTAS PALABRAS SE TODO LO QUE A SEMBRADO MI ABUELO "PAPITO BECO"QUE CON GRAN AFECTO LES AGRADEZCO QUE RECUERDEN A MI ABUELO POR SUS ACTOS BUENOS QUE LES A SEMBRADO BUENO Y ME DESPIDO .MI NOMBRE ES JUAN ELOY ARRIOLA
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