Por Rafael Díaz Solis
Hermosa vista, de lente anónimo, del Celendín de fines de los años 50. suponemos. La foto ha sido tomada desde uno de los balcones de la Municipalidad, una mañana luminosa y de poco sol.
¡Que hermoso y apacible era nuestro Celendín, con su plaza armoniosa, engalanada con su modesta pero bella fuente, y, sobre todo, con su mirador natural: la colina de San Isidro!
La colina de San Isidro, la colina de los niños de Celendín, nuestra colina, se ve en todo su esplendor. Nuestra colina, hoy destruida por autoridades criminales y por los afanes "artísticos" de Miguel A. Díaz, un paisano que se pretende escultor y que no vacila en arruinar lo genuino y lo bello.
Allí está San Isidro, tal como la conocimos de pequeños, desde donde elevábamos nuestras cometas, con su capilla modesta pero auténtica, sin la mala, estrafalaria y pretenciosa imitación del Cristo de Rio de Janeiro que "luce" hoy, impuesta sin concurso ni ideas por un alcalde corrupto y por un artista que no sabe, que nunca supo, lo que es respeto por la urbanística genuina de su pueblo ni por el paisaje que enmarca esta urbanística.
Esto puede parecer excesivo con respecto a alguien que trabaja, se supone, al servicio de la cultura y de la belleza, pero qué se puede decir ante las tropelías que comete el señor Díaz. Otra prueba de lo que es capaz es el "sombrerazo" que este Atila del arte ha impuesto en la plaza de Bellavista... Ahora dicen que está "trabajando" en la capilla del Niño Dios de Pumarume. Qué la Virgen nos proteja con su manto...
Pero volvamos a la foto, allí está nuestra colina tal como era entonces, con su cruz delantera de madera y más atrás, la casa de doña Zelfa Díaz, madre del célebre "Patón" Merino, el as del fútbol celendino. Todavía no existía el hueco de la ignominia, ni estaban hollando sus faldas los invasores Tabaco, ni los Castrejones.
Allí está el terreno de nuestros juegos y de nuestros sueños, desde donde contemplábamos nuestra ciudad tranquila, como detenida en espera de mejores tiempos.
Allí está la dura cuesta que conducía a la pequeña capilla original de San Isidro y las rodaderas por las que nos deslizábamos, sentados en una penca, o en cartones, poniendo en riesgo nuestra integridad física y maltratando nuestras ropas modestas. En tan peligrosa aventura, que nos dejaba a salvo o con magulladuras en la zanja que discurría al término de la colina, nuestra infancia se preparaba para la vida.
Y abajo, delante de la vieja Iglesia de la Virgen del Carmen, tenemos, en toda su sencilla magnificencia, a nuestra Plaza de Armas tradicional. ¡Qué bonita era! En primer plano, unos colegiales, del "Javier Prado" seguramente, porque visten uniformes caquis -ya que los niños que íbamos a la escuela lo hacíamos con ropa de calle y con frecuencia sin zapatos- departen trepados en el pedestal del asta de la bandera. En el centro está la pila original, construida en 1940, con su octágono de piedras cinceladas y la estructura de bloques geométricos que caracterizaba sus líneas.
Celendín era, por entonces, un pueblo con personalidad marcada, bello, armonioso, apacible y silencioso. La foto lo dice, hay poquísimos transeúntes en las veredas y sólo unos cuantos vecinos sentados en las antiguas bancas de granito. No se ve ningún carro en sus alrededores.
La Iglesia Matriz de Nuestra Sra. del Carmen, de barro, tal como la construyeron los primeros celendinos que fundaron la ciudad, también brilla con su modesta belleza, antes de que se le encaje torres coronadas con vulgar loseta. Delante está su enrejado, que delimitaba el atrio, y las dos espadañas laterales, una de las cuales era el campanario. Al centro, la puerta principal, con pórtico en relieve y con la rodela encima, que guardaba la imagen de la Patrona de la ciudad.
Desmejora la imagen, a la izquierda, como avisando los desastres que traería el futuro, la típica casa con calaminas oxidadas, ya sin las tejas shilicas pero aún con los balcones originales de madera. Luego, la casa de la familia Chávez Díaz y la tienda de doble puerta de don Manuel Sacramento Díaz. Al lado derecho está la casa de tapia alta, reemplazada hoy por los engendros que conocemos.
¡Preservemos la urbanística propia de Celendín!
¡Todavía podemos salvar lo hermoso que queda de nuestro pueblo!
¡Que hermoso y apacible era nuestro Celendín, con su plaza armoniosa, engalanada con su modesta pero bella fuente, y, sobre todo, con su mirador natural: la colina de San Isidro!
La colina de San Isidro, la colina de los niños de Celendín, nuestra colina, se ve en todo su esplendor. Nuestra colina, hoy destruida por autoridades criminales y por los afanes "artísticos" de Miguel A. Díaz, un paisano que se pretende escultor y que no vacila en arruinar lo genuino y lo bello.
Allí está San Isidro, tal como la conocimos de pequeños, desde donde elevábamos nuestras cometas, con su capilla modesta pero auténtica, sin la mala, estrafalaria y pretenciosa imitación del Cristo de Rio de Janeiro que "luce" hoy, impuesta sin concurso ni ideas por un alcalde corrupto y por un artista que no sabe, que nunca supo, lo que es respeto por la urbanística genuina de su pueblo ni por el paisaje que enmarca esta urbanística.
Esto puede parecer excesivo con respecto a alguien que trabaja, se supone, al servicio de la cultura y de la belleza, pero qué se puede decir ante las tropelías que comete el señor Díaz. Otra prueba de lo que es capaz es el "sombrerazo" que este Atila del arte ha impuesto en la plaza de Bellavista... Ahora dicen que está "trabajando" en la capilla del Niño Dios de Pumarume. Qué la Virgen nos proteja con su manto...
Pero volvamos a la foto, allí está nuestra colina tal como era entonces, con su cruz delantera de madera y más atrás, la casa de doña Zelfa Díaz, madre del célebre "Patón" Merino, el as del fútbol celendino. Todavía no existía el hueco de la ignominia, ni estaban hollando sus faldas los invasores Tabaco, ni los Castrejones.
Allí está el terreno de nuestros juegos y de nuestros sueños, desde donde contemplábamos nuestra ciudad tranquila, como detenida en espera de mejores tiempos.
Allí está la dura cuesta que conducía a la pequeña capilla original de San Isidro y las rodaderas por las que nos deslizábamos, sentados en una penca, o en cartones, poniendo en riesgo nuestra integridad física y maltratando nuestras ropas modestas. En tan peligrosa aventura, que nos dejaba a salvo o con magulladuras en la zanja que discurría al término de la colina, nuestra infancia se preparaba para la vida.
Y abajo, delante de la vieja Iglesia de la Virgen del Carmen, tenemos, en toda su sencilla magnificencia, a nuestra Plaza de Armas tradicional. ¡Qué bonita era! En primer plano, unos colegiales, del "Javier Prado" seguramente, porque visten uniformes caquis -ya que los niños que íbamos a la escuela lo hacíamos con ropa de calle y con frecuencia sin zapatos- departen trepados en el pedestal del asta de la bandera. En el centro está la pila original, construida en 1940, con su octágono de piedras cinceladas y la estructura de bloques geométricos que caracterizaba sus líneas.
Celendín era, por entonces, un pueblo con personalidad marcada, bello, armonioso, apacible y silencioso. La foto lo dice, hay poquísimos transeúntes en las veredas y sólo unos cuantos vecinos sentados en las antiguas bancas de granito. No se ve ningún carro en sus alrededores.
La Iglesia Matriz de Nuestra Sra. del Carmen, de barro, tal como la construyeron los primeros celendinos que fundaron la ciudad, también brilla con su modesta belleza, antes de que se le encaje torres coronadas con vulgar loseta. Delante está su enrejado, que delimitaba el atrio, y las dos espadañas laterales, una de las cuales era el campanario. Al centro, la puerta principal, con pórtico en relieve y con la rodela encima, que guardaba la imagen de la Patrona de la ciudad.
Desmejora la imagen, a la izquierda, como avisando los desastres que traería el futuro, la típica casa con calaminas oxidadas, ya sin las tejas shilicas pero aún con los balcones originales de madera. Luego, la casa de la familia Chávez Díaz y la tienda de doble puerta de don Manuel Sacramento Díaz. Al lado derecho está la casa de tapia alta, reemplazada hoy por los engendros que conocemos.
¡Preservemos la urbanística propia de Celendín!
¡Todavía podemos salvar lo hermoso que queda de nuestro pueblo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario