LA MAESTRÍA DE JORGE CHÁVEZ SILVA “CHARRO”
Por Jorge Horna
La más nítida visión que tengo del pintor Jorge Antonio Chávez Silva –aún no éramos amigos- es cuando participó, hace muchísimos años, en un concurso de dibujo y pintura al aire libre en la plaza de armas de Celendín.
Entonces él tendría 13 ó 14 años. En una límpida mañana, instaló una pequeña mesa, con prolijidad ritual colocó sus pinceles y acuarelas, y en un instante trasladó artísticamente a la cartulina el frontis completo de la municipalidad. Hasta ahora permanecen en mis retinas el amarillento pálido de la paredes, lo grisáceo y ocre óxido de las calaminas del techo y los trazos perfilados de las puertas, portones y balcones de aquel vetusto inmueble. Era una réplica abordada por el adolescente artista con una fina sensibilidad y talento.
Después, Jorge Antonio, más reconocido en Celendín y la diáspora como “Charro”, exhibió con soltura su gran oficio en las carátulas de la revista “Marañón” (1970), en cuyas páginas también están sus humorísticas caricaturas, siempre muy cuidadas.
En reciente conversación me contó que él caligrafiaba los carteles que avisaban la exhibición de películas en el cine “El Carmen” durante mucho tiempo, y que eran colocadas diariamente en las dos esquinas (de las casas comerciales de don Santiago Pereyra y de don César Chávez “Chocho”) de calle Dos de Mayo.
“Charro” es un artista plástico nato y autodidacta que llegó a este mundo para asumir una misión trascendente y su alma fue moldeada en el suelo que lo vio nacer, en una entrevista dijo: “Mis primeros dibujos los hice con carbón para plancha en las veredas de mi pueblo; mi padre era sastre y siempre había un carbón a la mano”.
La impronta del pintor Alfredo Rocha, a quien admira como artista y espíritu multifacético entregado a las causas justas del pueblo desde su legendaria publicación “Fuscan”, está presente en su labor pictórica. También abrazó los trayectos de los pintores indigenistas cajamarquinos José Sabogal y Mario Urteaga.
El magistral manejo del óleo fue su siguiente etapa, sus obras están desperdigadas en colecciones particulares, en hogares de Celendín, en el territorio patrio y en el extranjero. Sus óleos muestran a un cuajado pintor que con solvencia siempre recurre al paisaje de su lar de origen y a los personajes campesinos como motivo temático.
En Internet he tenido la satisfacción de ver un conjunto de 14 de sus interesantes y hermosos trabajos; cada cuadro tiene un título, y esas denominaciones van parejas con el intenso amor al terruño y con una postura poética: “La curva de la despedida” es un camino campestre en cuyo recoveco una casa, que es el referente de todo ser humano que llega o se aleja con sus pesares y dichas ante la contemplación de los árboles y arbustos. “La puerta del olvido” es un sugerente título que alude al frontis y a la puerta de ingreso al cementerio de la ciudad.
La asunción como tema, como compromiso estético y social de la exposición de una colectividad está en el cuadro “La niña de los cuatro cocos”: precisamente una niña que cumpliendo obligaciones ajenas para ayudar al sostenimiento del hogar está vendiendo en una manta tendida en el suelo sus productos agrícolas, pero sin perder su natural inquietud lúdica, con una hilacha de lana juega a hacer figuras geométricas, ingenioso entretenimiento extinguido hoy. “Madre campesina”, “La vuelta a casa y la mujer a pie” son alegorías al cotidiano quehacer y refleja la idiosincrasia de los labriegos campesinos.
El óleo “Tres soles le doy, señora” plasma la tragedia ancestral de las mujeres pobres del pueblo que semana a semana ponen el alma y la vida para tejer sombreros, para que mercaderes inescrupulosos les mezquinen el precio que nunca compensa el esfuerzo. Escena de color y denuncia ratificada por la palabra del pintor: “Celendín es para mí una herida abierta en la que el tiempo hurga en vez de cerrar. Es una nostalgia que aumenta con los días. Celendín tiene una sutil riqueza pictórica como que cada retazo de su comarca es un óleo y su gente noble y trabajadora siempre fueron motivo de un hondo sentimiento en el desarrollo de mi trabajo artístico, Puedo decir que crecí desde el color.”
He sido honrado y privilegiado por este extraordinario Maestro de la Pintura, quien con generosidad fraterna y amical permitió que en la carátula del poemario “Árbol de atisbos” que acabo de publicar, esté impreso su impactante óleo que proclama al mundo la belleza natural de la mujer campesina de Celendín.
Mi gratitud, Jorge Antonio, por tanto espíritu dador.
Por Jorge Horna
La más nítida visión que tengo del pintor Jorge Antonio Chávez Silva –aún no éramos amigos- es cuando participó, hace muchísimos años, en un concurso de dibujo y pintura al aire libre en la plaza de armas de Celendín.
Entonces él tendría 13 ó 14 años. En una límpida mañana, instaló una pequeña mesa, con prolijidad ritual colocó sus pinceles y acuarelas, y en un instante trasladó artísticamente a la cartulina el frontis completo de la municipalidad. Hasta ahora permanecen en mis retinas el amarillento pálido de la paredes, lo grisáceo y ocre óxido de las calaminas del techo y los trazos perfilados de las puertas, portones y balcones de aquel vetusto inmueble. Era una réplica abordada por el adolescente artista con una fina sensibilidad y talento.
Después, Jorge Antonio, más reconocido en Celendín y la diáspora como “Charro”, exhibió con soltura su gran oficio en las carátulas de la revista “Marañón” (1970), en cuyas páginas también están sus humorísticas caricaturas, siempre muy cuidadas.
En reciente conversación me contó que él caligrafiaba los carteles que avisaban la exhibición de películas en el cine “El Carmen” durante mucho tiempo, y que eran colocadas diariamente en las dos esquinas (de las casas comerciales de don Santiago Pereyra y de don César Chávez “Chocho”) de calle Dos de Mayo.
“Charro” es un artista plástico nato y autodidacta que llegó a este mundo para asumir una misión trascendente y su alma fue moldeada en el suelo que lo vio nacer, en una entrevista dijo: “Mis primeros dibujos los hice con carbón para plancha en las veredas de mi pueblo; mi padre era sastre y siempre había un carbón a la mano”.
La impronta del pintor Alfredo Rocha, a quien admira como artista y espíritu multifacético entregado a las causas justas del pueblo desde su legendaria publicación “Fuscan”, está presente en su labor pictórica. También abrazó los trayectos de los pintores indigenistas cajamarquinos José Sabogal y Mario Urteaga.
El magistral manejo del óleo fue su siguiente etapa, sus obras están desperdigadas en colecciones particulares, en hogares de Celendín, en el territorio patrio y en el extranjero. Sus óleos muestran a un cuajado pintor que con solvencia siempre recurre al paisaje de su lar de origen y a los personajes campesinos como motivo temático.
En Internet he tenido la satisfacción de ver un conjunto de 14 de sus interesantes y hermosos trabajos; cada cuadro tiene un título, y esas denominaciones van parejas con el intenso amor al terruño y con una postura poética: “La curva de la despedida” es un camino campestre en cuyo recoveco una casa, que es el referente de todo ser humano que llega o se aleja con sus pesares y dichas ante la contemplación de los árboles y arbustos. “La puerta del olvido” es un sugerente título que alude al frontis y a la puerta de ingreso al cementerio de la ciudad.
La asunción como tema, como compromiso estético y social de la exposición de una colectividad está en el cuadro “La niña de los cuatro cocos”: precisamente una niña que cumpliendo obligaciones ajenas para ayudar al sostenimiento del hogar está vendiendo en una manta tendida en el suelo sus productos agrícolas, pero sin perder su natural inquietud lúdica, con una hilacha de lana juega a hacer figuras geométricas, ingenioso entretenimiento extinguido hoy. “Madre campesina”, “La vuelta a casa y la mujer a pie” son alegorías al cotidiano quehacer y refleja la idiosincrasia de los labriegos campesinos.
El óleo “Tres soles le doy, señora” plasma la tragedia ancestral de las mujeres pobres del pueblo que semana a semana ponen el alma y la vida para tejer sombreros, para que mercaderes inescrupulosos les mezquinen el precio que nunca compensa el esfuerzo. Escena de color y denuncia ratificada por la palabra del pintor: “Celendín es para mí una herida abierta en la que el tiempo hurga en vez de cerrar. Es una nostalgia que aumenta con los días. Celendín tiene una sutil riqueza pictórica como que cada retazo de su comarca es un óleo y su gente noble y trabajadora siempre fueron motivo de un hondo sentimiento en el desarrollo de mi trabajo artístico, Puedo decir que crecí desde el color.”
He sido honrado y privilegiado por este extraordinario Maestro de la Pintura, quien con generosidad fraterna y amical permitió que en la carátula del poemario “Árbol de atisbos” que acabo de publicar, esté impreso su impactante óleo que proclama al mundo la belleza natural de la mujer campesina de Celendín.
Mi gratitud, Jorge Antonio, por tanto espíritu dador.
Callao, 10 de diciembre de 2008
1 comentario:
Mis felicitaciones a este gran compatriota por expresar su arte. He observado detenidamente sus pinturas y no hay nada más bello que dar a conocer la forma de vida de las personas de Celendín, Cajamarca, su tierra natal.
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