Apasionado por la literatura y la cultura de mi pueblo, en la última Feria Internacional del Libro asistí a la presentación de las obras de dos paisanos ("Extraños frutos", de Alfredo Pita, y "Un beso del infierno", de José de Piérola). Era casi una obligación moral, en esta hora aciaga por la que atraviesa nuestra santa tierra. Quería resarcirme de la depresión que la destrucción de mi pueblo me causa refugiándome en el talento de dos escritores celendinos y lo que encontré, realmente, fue el agua clara del manantial de la creatividad, que me ha devuelto la fe en el destino de Celendín, al tiempo que pude ver, con pena, la subcultura en que se debate el Perú, en especial una cierta juventud.
El día inaugural de la FIL presentaron sus obras dos autores muy diferentes: nuestro paisano Alfredo Pita y el comentarista televisivo y también escritor Jaime Bayly, quien aprovechando su coyuntural éxito televisivo promociona sus libros, tal como en su momento lo hicieron Laura Bozzo, la agente de Montesinos, o Magaly Medina, cuando sintió que debía narrar sus desventuras presidiarias.
Érase de ver la cantidad de público que acudió al "stand" habilitado para Bayly y la modestia del otro, donde se exponía la obra de nuestro autor. Y era fácilmente advertible la catadura o talante cultural del público que asistía a ambos eventos: por un lado una juventud frívola, que estaba allí sin saber por qué. O sabiendo: para hacer cola para lograr un autógrafo de la estrella de nuestra pobre televisión y así participar, de algún modo, de su execrable figuretismo.
Y por otro, en la colmada sala José María Arguedas, un público entendido, que devoraba con fruición cada palabra de los críticos y editores, de personas cuyos rostros denotaban mil batallas por la cultura de nuestro país, mientras por los altavoces llegaban difusas las palabras subidas de tono del aflautado Bayly, y las estrepitosas carcajadas de sus "fans", que le coreaban cada chiste. Nada de esto, sin embargo, nos distraía a los que asistíamos, silentes e hipnotizados, a la vigorosa escenificación de un conmovedor cuento de Pita, a cargo del actor Nerit Olaya. Era una situación como para meditarla.
Estábamos ante dos aspectos de cómo se promueve la literatura entre nosotros, ante dos caras distintas de la moneda cultural, digamos. Pero había algo raro. Esa situación, que debía incomodarme en principio, extrañamente me satisfacía, sin que de inmediato supiera por qué. Ese algo terminó evidenciarse cuando rememoré unas palabras de mi padre, en sus lecciones de vida: "Lo ordinario viene así, siempre en cantidad, nunca en calidad". En otras palabras, era cierto aquello de que los perfumes más caros vienen en frasco pequeño.
Leyendo las pocas críticas que en general la prensa dedicó a ese magno y variopinto evento cultural, me topé con un artículo de la agencia española Efe, publicado en La República, que definía a Alfredo Pita como "un autor de culto", expresión nueva para mí, en verdad, que me llevó a indagar por su significado, para ver si en algo conjugaba con mis impresiones. Con frecuencia me ocurre que me acerco, o llego, al meollo del asunto, pero sin terminar de expresarlo, y cuando lo expreso a veces encuentro que alguien más locuaz o elocuente se me ha adelantado y ya ha dicho lo que pensé.
Este fue el caso. Buscando en la gran telaraña cultural encontré la frase y el sentido que escondía esa expresión. Un "escritor de culto" es aquel que es seguido con fervor por un grupo en general reducido pero informado de lectores, los que respetan y hasta idolatran su obra. En general, se dice que alguien es un "escritor de culto" cuando está en la antesala de la consagración definitiva. De Cervantes nadie diría que es un "escritor de culto" porque ya es un dios. Pero durante mucho tiempo, los lectores de Borges, de Cortázar o de Vallejo, eran como los primeros catecúmenos cristianos, que escondían su fe y se reconocían por señales.
Un escritor de estas características no es pues un "bestseller" y es probable que nunca lo sea, a no ser, como ocurre de tanto en tanto, que llegue a las librerías no empujado por la parafernalia publicitaria ni por la ola de la televisión chabacana, sino por ese de boca en boca que consolida y lleva al lugar que merece al "autor de culto". Este sería el caso, pues, de nuestro paisano, según el artículo citado. Mi descubrimiento me dejó pasmado y satisfecho.
Pensando en Alfredo Pita me dije que, en efecto, por su tratamiento de la palabra es uno de esos escritores con el cual nos gustaría quedarnos siempre, así las modas, las críticas especializadas, muestren caminos distintos a los suyos; así las mafias capitalinas pretendan ignorarlos... A autores como ellos, por lo general, sólo después de muertos se les concede el valor altamente merecido que no recibieron en tiempo justo. Pero este no es el caso de nuestro escritor. De él, el crítico y profesor español Dámaso Vicente Blanco no ha dudado en destacar que "habrá un día en que se hablará de los cuentos de Pita como de obras claves en la literatura peruana y en la literatura en castellano".
Esto es, en verdad, lo que durante la presentación del libro de Alfredo Pita, pese al ambiente reinante en aquel primer día de la Feria, me hizo sentirme en el fondo como alegre. Estaba seguro del valor de la literatura de nuestro paisano y me sentía feliz de saberlo alguien tan cercano y leal a nuestra tierra. ¿Autor de culto, dicen? ¿Ya ven? Lo que sucede, como decía antes, es que a veces alguien se me adelanta con la definición de lo que siento y pienso. Lo que me tiene, en este caso, muy contento.
El día inaugural de la FIL presentaron sus obras dos autores muy diferentes: nuestro paisano Alfredo Pita y el comentarista televisivo y también escritor Jaime Bayly, quien aprovechando su coyuntural éxito televisivo promociona sus libros, tal como en su momento lo hicieron Laura Bozzo, la agente de Montesinos, o Magaly Medina, cuando sintió que debía narrar sus desventuras presidiarias.
Érase de ver la cantidad de público que acudió al "stand" habilitado para Bayly y la modestia del otro, donde se exponía la obra de nuestro autor. Y era fácilmente advertible la catadura o talante cultural del público que asistía a ambos eventos: por un lado una juventud frívola, que estaba allí sin saber por qué. O sabiendo: para hacer cola para lograr un autógrafo de la estrella de nuestra pobre televisión y así participar, de algún modo, de su execrable figuretismo.
Alfredo Pita con su maestro, Julio Ramón Ribeyro, en París, 1992. Mucho de su estilo diáfano nuestro paisano se lo debe seguramente a las conversaciones que sostuvo al respecto con el gran cuentista peruano.
Estábamos ante dos aspectos de cómo se promueve la literatura entre nosotros, ante dos caras distintas de la moneda cultural, digamos. Pero había algo raro. Esa situación, que debía incomodarme en principio, extrañamente me satisfacía, sin que de inmediato supiera por qué. Ese algo terminó evidenciarse cuando rememoré unas palabras de mi padre, en sus lecciones de vida: "Lo ordinario viene así, siempre en cantidad, nunca en calidad". En otras palabras, era cierto aquello de que los perfumes más caros vienen en frasco pequeño.
Leyendo las pocas críticas que en general la prensa dedicó a ese magno y variopinto evento cultural, me topé con un artículo de la agencia española Efe, publicado en La República, que definía a Alfredo Pita como "un autor de culto", expresión nueva para mí, en verdad, que me llevó a indagar por su significado, para ver si en algo conjugaba con mis impresiones. Con frecuencia me ocurre que me acerco, o llego, al meollo del asunto, pero sin terminar de expresarlo, y cuando lo expreso a veces encuentro que alguien más locuaz o elocuente se me ha adelantado y ya ha dicho lo que pensé.
Este fue el caso. Buscando en la gran telaraña cultural encontré la frase y el sentido que escondía esa expresión. Un "escritor de culto" es aquel que es seguido con fervor por un grupo en general reducido pero informado de lectores, los que respetan y hasta idolatran su obra. En general, se dice que alguien es un "escritor de culto" cuando está en la antesala de la consagración definitiva. De Cervantes nadie diría que es un "escritor de culto" porque ya es un dios. Pero durante mucho tiempo, los lectores de Borges, de Cortázar o de Vallejo, eran como los primeros catecúmenos cristianos, que escondían su fe y se reconocían por señales.
Un escritor de estas características no es pues un "bestseller" y es probable que nunca lo sea, a no ser, como ocurre de tanto en tanto, que llegue a las librerías no empujado por la parafernalia publicitaria ni por la ola de la televisión chabacana, sino por ese de boca en boca que consolida y lleva al lugar que merece al "autor de culto". Este sería el caso, pues, de nuestro paisano, según el artículo citado. Mi descubrimiento me dejó pasmado y satisfecho.
Pensando en Alfredo Pita me dije que, en efecto, por su tratamiento de la palabra es uno de esos escritores con el cual nos gustaría quedarnos siempre, así las modas, las críticas especializadas, muestren caminos distintos a los suyos; así las mafias capitalinas pretendan ignorarlos... A autores como ellos, por lo general, sólo después de muertos se les concede el valor altamente merecido que no recibieron en tiempo justo. Pero este no es el caso de nuestro escritor. De él, el crítico y profesor español Dámaso Vicente Blanco no ha dudado en destacar que "habrá un día en que se hablará de los cuentos de Pita como de obras claves en la literatura peruana y en la literatura en castellano".
Esto es, en verdad, lo que durante la presentación del libro de Alfredo Pita, pese al ambiente reinante en aquel primer día de la Feria, me hizo sentirme en el fondo como alegre. Estaba seguro del valor de la literatura de nuestro paisano y me sentía feliz de saberlo alguien tan cercano y leal a nuestra tierra. ¿Autor de culto, dicen? ¿Ya ven? Lo que sucede, como decía antes, es que a veces alguien se me adelanta con la definición de lo que siento y pienso. Lo que me tiene, en este caso, muy contento.
1 comentario:
No sabía que al amigo Alfredo Pita lo tenían en tan alta estima en su país, pero me alegra mucho. Su novela, la del premio, en todo caso, está entre las lecturas latinoamericanas que más me han gustado en los últimos años. No conozco, sin embargo, sus cuentos. Me alegro, otra vez, y enhorabuena.
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