CARTA PÓSTUMA AL MAESTRO ALFONSO ROJAS CHAVEZ
Por Jorge A. Chávez Silva
Querido Maestro:
Con profundo dolor, pero sin sorpresa, porque, paradójicamente, la muerte es parte escencial de la vida, me enteré ayer de su sensible deceso y no he podido menos que recordar aquellos días dorados que pasamos en nuestra aula del “A” en la querida Escuela Nº 85. Aun puedo percibir, apelando a los resquicios de la memoria, cómo había dispuesto Ud. el aula. A la izquierda de la puerta de ingreso su gran escritorio, que tenía para mí mucho de barroco, en donde estaban en desorden, seguramente lógico para Ud., sus libros de consulta, el registro de asistencia y evaluación abierto y listo para la menor anotación. A continuación la gran pizarra y frente a su mirada, los compañeros más traviesos: Walter Mori, el Pinushpa, Carlitos Carrión y Eugenio Pereyra, que era además el encargado de llamar lista diariamente. Los demás amigos en el resto del espacio, divididos en tres filas de carpetas bipersonales.
La promoción 1959 de la Escuela Nº 85, con el maestro Alfonso Rojas Chávez, "Chusho" |
¿Cómo olvidar su bonachona severidad ante cualquier intento de desvío por parte nuestra? Indudablemente eran otros tiempos y la educación tenía otra filosofía, pero, estoy seguro, que de sus lecciones, los que tuvimos el privilegio de tenerlo como maestro, no nos olvidaremos nunca. La clase que nos dio acerca de la solidez de la tibia, permanece indeleble en mi memoria: ¿Han visto –nos indicó Ud.- que hay hombres tremendamente gordos como don Sebastián Horna?, pues esos pesos, y mucho más, aguanta la tibia, por eso es el hueso más duro del esqueleto humano.
En mis momentos de soliloquio rememoro su figura y su afán eterno de hacernos cantar en coro, a dos y tres voces, y me llegan las canciones: “¡Muchachada del 85…!, ¡Con las alas abiertas avanzan…!, ¡Kikirikikikiki, ya canta el gallo por aquí…! Y tantas otras que cantan claramente de su afición por la música, de ese gusto especial por desarrollar el compañerismo a través de las canciones.
Nunca olvidaré su empeño en que me afirmara en el arte de la pintura, ni la cariñosa deferencia que tenía para conmigo, seguramente por la amistad que lo unía a mi padre, y que motivaba que mis compañeros afirmaran soterradamente que yo era uno de sus engreídos.
En cierta oportunidad estábamos en Lima con varios ex condiscípulos en el local de la AC y Gualberto Bazán Vila, con quien nos veíamos de muchos años, me preguntó: ¿Y el Chusho, qué será del maestro? Justo en ese momento ingresaba Ud. al local institucional. Allí está, míralo. Lo extraordinario era que su figura era la misma que atesorábamos en la memoria. Entonces, aprovechamos la ocasión para fotografiarnos con nuestro maestro varios de sus ex alumnos, entre los cuales estaban: Abdón Villar Guerra, Jorge Cachay Muñoz, Eugenio Pereyra Muñoz, Luis Aliaga Bardales, Juan Gualberto Bazán Vila y yo. Grato momento que no se repetirá más.
En la retrospectiva de nuestra vida, querido profesor, nos cabe reflexionar sobre si cumplimos o no el cometido para el que nos envió la vida. Y en ese recuento estoy seguro que Ud. superó largamente su misión como maestro de vocación, profesión de fe que muchos de sus alumnos, entre los cuales me apunto, podemos corroborar con orgullo.
Muchas gracias por sus enseñanzas y su ejemplo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario