Por Jorge A. Chávez Silva
Ayer por la tarde caminaba por una de las avenidas principales de San Juan de Lurigancho, precisamente en la zona comercial que está frente a Metro. Unos pasos más adelante iba una hermosa muchacha conversando alegremente con su móvil. De repente, de entre la multitud surgieron dos hampones que sin más, la apretaron del cuello, le quitaron su bolso y su celular y tranquilamente, como si con ellos no fuera la cosa, se alejaron a paso rápido. Esto no tendría nada de raro en una ciudad tan desguarnecida como nuestra capital. Lo extraño del caso es que todo esto sucedía en las narices de una pareja de policías que resguardaban un casino que hay en esa avenida.
La recepción de coimas, una triste imagen cotidiana que habla elocuentemente de la moral de la policía. |
Así como lo lee, amigo lector, dos policías uniformados y con su arma de reglamento, cuidando un local que, como todos sabemos, pertenece a mafias internacionales, cuya ocupación es esquilmar miserablemente a millones de ludópatas irreductibles, con las consecuencias familiares que se derivan de su enfermedad y que en la mayoría de los casos utilizan estos luminosos locales como fachada para lavado de activos y otros actos delincuenciales por el estilo.
Cuando indignado por la impasibilidad de los policías ante este hecho delictivo, les increpé su falta de acción, me respondieron muy sueltos de huesos que ellos no estaban de servicio y que hiciera como si no estuvieran. Incrédulo ante el cinismo que esgrimían estos sujetos, me fijé en sus placas para memorizar sus apellidos y denunciarlos, pero no tenían ninguna identificación; mientras tanto, la víctima de la tropelía se debatía en una crisis de nervios, siendo auxiliada por unas señoras que se compadecieron de su situación.
Este hecho me ha llevado a meditar hasta qué grado de desprestigio ha llegado nuestra policía nacional, de la desconfianza que su presencia suscita entre las personas honestas y del beneplácito que manifiestan los delincuentes ante su cercanía, exactamente como si se hallaran ante amigos y eventuales cómplices. He escuchado atentamente el discurso de despedida del renunciante general Salazar, un personaje ensoberbecido y prepotente, cuyos actos dudosos seguramente han generado esta actitud en sus subalternos.
En Cajamarca, por ejemplo, los delincuentes han tomado la ciudad por asalto y se suceden los atracos y muertes de personas indefensas, mientras la policía se encuentra protegiendo a Yanacocha de las justas protestas de miles de peruanos humildes, cuyo único anhelo es que los dejen vivir en paz. La policía se encarga, por ejemplo, de cuidar las cercas que coloca Yanacocha en las carreteras para que la gente del lugar no circule por algunas vías, por así se les antoja a los mineros. Esto, aparte de irracional y abusivo, es inconstitucional. Una compañía extranjera no puede privar a los peruanos del derecho de libre tránsito por cualquier lugar de la república.
Los policías honestos tienen que reaccionar ante esta mala imagen que la ciudadanía tiene de quienes están obligados a cuidar el orden y los derechos humanos. El policía peruano no debe servir los intereses subalternos de los enemigos del Perú. Nuestros policías no pueden ser sinónimo de robo institucionalizado, de coimas, de encubrimiento, ni de equivocados sentimientos de cuerpo Un verdadero policía no puede estar mendigando propinas ni cometiendo actos viles como apalear campesinos o trabajadores, ni pateando ollas comunes, ni mentándole la madre a humildes campesinas. Al policía honesto se le respeta… ¿y al corrupto?
1 comentario:
Si es muy cierto la actitud y modus operandi de la PNP ; Pero no seamos ciegos la inmoralidad es de ambos del personal PNP o cualquier autoridad de una parte y de nosotros lo ciudadanos ; No existe uno sin el otro
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