jueves, 16 de julio de 2009

ESTAMPA. Los chuzos prestados

Por Jorge A. Chávez Silva, “Charro”
Cuando era un rapaz, las únicas escuelas primarias de la provincia estaban en la ciudad y en algunas capitales de distrito, por eso los alumnos de los últimos grados venían de diferentes lugares de la provincia, con mucho sacrificio, trayendo en su alforjita los cuadernos, el pizarrín y su ración de cancha con papas sancochadas, único almuerzo del mediodía.
La mayoría de los muchachos íbamos descalzos. No había dinero ni para comer, cuanto menos sería para zapatos, pero, eso sí, íbamos limpios. A las siete y media estábamos en el chorro de la esquina lavándonos las tarjas con un trozo de teja hasta dejarlos rojos. Y así llegábamos a la escuela, descalzos,con patas de pugo, pero limpios.
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Previo al día magno del desfile, había un ensayo general y en él cada Colegio conocía su emplazamiento y el turno de desfile frente a la tribuna. La ocasión era perfecta para “amansar” los zapatos recién comprados. Las burlas a costas de los novatos estaban a la orden del día:
-¡Qué bestia el Jibe, se ampolló! -Se burlaban de los vacilantes pasos de los amansadores.
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Antonio estaba en el último año de primaria y su padre, pobre de solemnidad, no le había comprado zapatos, por eso marchaba descalzo, extremando los cuidados a causa de un pertinaz “cungash” que sufría en ambos pies ¡Qué diferente hubiera sido con un par de “chuzos"! Entonces sabrían quién era él.
Su amigo Romualdo, viéndolo en esos atrenzos, le dijo:
-No te preocupes, hermano, tengo un par que me he puesto tres veces y como me han comprado otros, te los voy a prestar para el desfile.
El día del ensayo, Antonio no cabía en su pellejo. Los zapatos le quedaban justos y el piso retumbaba cuando marchaba.
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Hermosa fotografía de la calle Dos de Mayo, empedrada y con su acequia al centro.

Celendín era entonces una ciudad empedrada con las acequias en medio de las calles por las cuales discurrían las aguas de los pilones de algunas esquinas, llevando los desperdicios al río Chico.
-Cuando hagan pistas en todas las calles no van a encontrar un chungo pa’ rajarle la cabeza al prójimo- decía el maestro “Chusho” pregonando el progreso.
Cuando llegó el tiempo del cemento y de las pistas, se terminó entre otras cosas, el oficio de “sacapastos”, gremio en el que militaba el Berna, marido de la “Pava de Oro”, legendaria mujer pública de antaño. Era el Berna un tonto de capirote, alcohólico por añadidura, enfundado en unos raídos y enormes pantalones de montar, pago de algún cachaco por los favores de la susodicha.
Al final, la belleza bucólica de Celendín pagó caro el progreso. Una muestra de ello es la pavorosa cicatriz de la colina de San Isidro.
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El día del ensayo, dejándose llevar por el patriotismo, Antonio marchó con el corazón, sin tomar en cuenta si en el camino había piedras o charcos. Viendo esto, Romualdo protestó muy enojado:
-¡Ya pues, Antonio, marcha bonito, no te metas en los charcos ni en las piedras, mira que son mis zapatos!
El aludido enrojeció hasta la raíz de los cabellos. Sus compañeros se burlaron de él por los zapatos prestados. Herido en su orgullo se despojó de los zapatos y los devolvió a Romualdo:
-Toma, hermano, tus zapatos y muchas gracias, ya no los necesito. No voy a desfilar- y dando la espalda se marchó, camino de La Alameda.
Pompeyo, el “cabezón”, le ancanzó y palmeándole la espalda, dijo:
-Bien hecho que le devolviste sus zapatos al ridículo del Romualdo. Ven esta tarde a mi casa, te voy a dar unos “linchitos” que me han mandado de Lima.
-Gracias, hermano -respondió Antonio- a ti te hubiera molestado y no al miserable del Romualdo que me ha puesto en ridículo frente a todos.
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Llegó el Día de la Patria y, a las nueve de la mañana, haciendo retumbar la calle con su banda de guerra, bajó el Centro Escolar 81 rumbo a su emplazamiento, arengados por sus maestros. Antonio iba gallardo, delante del batallón.
Con la experiencia de la vez anterior, de reojo miraba al suelo cuidándose de los charcos y piedras y trataba de no pisar fuerte para no maltratar los zapatos.
Pompeyo, notando los remilgos de Antonio, le gritó desde atrás:
-¡Marcha bien, pues, Antonio, así nos van a ganar los potrosos del 85, déjate de vainas y dale duro a los chuzos, mira que yo no soy un ridículo como el Romualdo!

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