Por Constante Vigil
Celendin
Celendin
Desde que al patriarca Noé se le ocurrió celebrar con zumo de parra su llegada a buen puerto con todos sus animalitos, el alcoholismo es una de las plagas más terribles que azotan al género humano y es, de acuerdo a las frías estadísticas, mucho más letal que las tres plagas históricas de la humanidad: hambre, peste y guerra. El alcoholismo mata más que el hambre y la peste, mata más que la guerra y hace mucho más que matar, degrada y deshonra. El alcoholismo es tan antiguo que Plutarco, el escritor griego, ha dicho con marcada dureza que “el borracho no engendra nada que valga”
En nuestra provincia el problema es sumamente grave y nuestras autoridades poco o nada hacen para frenar tan seria amenaza. Si bien nuestro ordenamiento legal no tipifica como delito el alcoholismo, todos deberiamos abocarnos a hallar alternativas de solución. No podemos permanecer indolentes ante este problema que sale a nuestro paso en las calles, donde vemos tirados a las víctimas de esta enfermedad con grave riesgo de sus vidas, pues entre otras cosas podrían morir aplastados por los vehículos que circulan a velocidad.
Las estadísticas revelan que el alcoholismo es uno de los principales problemas psiquiátricos que padece el Perú, ya que afecta a un 15% de la población ayacuchana, seguida de Iquitos (con 9.8%), Pucallpa (8.2%), Cajamarca (8%), Huaraz (6.7%), Tarapoto (6.4%) y Lima (5.3%). Al respecto, el Dr. Tulio Quevedo, miembro del equipo técnico de la Estrategia Sanitaria Nacional de Salud Mental y Cultura de Paz del Minsa, indicó que las señales de alerta de esta enfermedad están caracterizadas por dos puntos importantes; la incapacidad de abstenerse de ingerir alcohol (falta de capacidad para decir no) y la incapacidad de detenerse (cuando se inicia el consumo no se puede parar). Advirtió que el alcoholismo está frecuentemente asociado a otras enfermedades (comorbilidad), siendo los más frecuentes los trastornos depresivos y de ansiedad, que en muchos casos es el resultado de la pobreza que agobia a la mayoría de los peruanos.
En el contexto de Cajamarca, tenemos que reconocer con pesar, que Celendín es una de las provincias donde más se consume alcohol, mediante el aguardiente de caña, cuyas denominaciones forman parte del argot de los bebedores que lo llaman “cañazo”, “llonque”, “guashpay”, etc. Siendo nuestro departamento, y especialmente en la zona de los valles interandinos, gran productor de aguardiente, el consumo alcanza niveles masivos.
En Celendín, en los últimos años, han proliferados un tipo de cantinas llamadas “cámaras de gas”, en las cuales los consuetudinarios beben a cualquier hora del día, brindando un espectáculo nada edificante para nuestra niñez, que observa a los alcohólicos, degradados, imbecilizados, tirados en las calles, alejados literalmente del mundo real. De esas cantinas las más mentadas son las de los señores Vanish Ortíz y la del señor Guevara, a las cuales el pueblo las ha bautizado como la “antesala del infierno” o como “un paso al cielo”. Pero la que tiene la fama más siniestra es “La ventanita”, antro en el que, como en el infierno del Dante, existen diversos círculos de degradación. En el último de los círculos uno tiene que andar con cuidado, no vaya a ser que tropice con un cadáver aún fresco. Lo de fresco es un decir...
Lo del terrible del caso es que, a pesar de que la producción de aguardiente es barata, según versiones de conocedores estos señores tenderían irresponsable y criminalmente a alterarlo, agregándole sustancias tóxicas, como lejía, úrea, detergentes y otras sustancias cuyas consecuencias son graves para las víctimas de esta enfermedad, que en la mayoría de los casos mueren de cáncer al hígado. De ser cierto, que mejor demostración del aserto de que la borrachera es una enfermedad inculcada, alimentada por vampiros. En la cadena de degradación, la primera víctima es el bebedor y luego, tras él, va toda su familia.
Ya es tiempo que nuestras autoridades le bajen el dedo a este negocio tan criminal y peligroso socialmente hablando, que tanto mal le hace a nuestro pueblo, que degenera, que siembra la irresponsabilidad en los consumidores, que por estar inmersos en el vicio abandonan a sus familias condenándolas al hambre y, lo que es más grave aún, que terminan procreando una prole proclive al mismo vicio. Nada hay más certero que ese antiguo dicho “De tal palo, tal astilla”, que aplicado al problema del alcoholismo y sumado a la miseria en que vive un alto porcentaje de peruanos, alcanza ribetes de espeluznante hecatombe.
Las estadísticas revelan que el alcoholismo es uno de los principales problemas psiquiátricos que padece el Perú, ya que afecta a un 15% de la población ayacuchana, seguida de Iquitos (con 9.8%), Pucallpa (8.2%), Cajamarca (8%), Huaraz (6.7%), Tarapoto (6.4%) y Lima (5.3%). Al respecto, el Dr. Tulio Quevedo, miembro del equipo técnico de la Estrategia Sanitaria Nacional de Salud Mental y Cultura de Paz del Minsa, indicó que las señales de alerta de esta enfermedad están caracterizadas por dos puntos importantes; la incapacidad de abstenerse de ingerir alcohol (falta de capacidad para decir no) y la incapacidad de detenerse (cuando se inicia el consumo no se puede parar). Advirtió que el alcoholismo está frecuentemente asociado a otras enfermedades (comorbilidad), siendo los más frecuentes los trastornos depresivos y de ansiedad, que en muchos casos es el resultado de la pobreza que agobia a la mayoría de los peruanos.
En el contexto de Cajamarca, tenemos que reconocer con pesar, que Celendín es una de las provincias donde más se consume alcohol, mediante el aguardiente de caña, cuyas denominaciones forman parte del argot de los bebedores que lo llaman “cañazo”, “llonque”, “guashpay”, etc. Siendo nuestro departamento, y especialmente en la zona de los valles interandinos, gran productor de aguardiente, el consumo alcanza niveles masivos.
En Celendín, en los últimos años, han proliferados un tipo de cantinas llamadas “cámaras de gas”, en las cuales los consuetudinarios beben a cualquier hora del día, brindando un espectáculo nada edificante para nuestra niñez, que observa a los alcohólicos, degradados, imbecilizados, tirados en las calles, alejados literalmente del mundo real. De esas cantinas las más mentadas son las de los señores Vanish Ortíz y la del señor Guevara, a las cuales el pueblo las ha bautizado como la “antesala del infierno” o como “un paso al cielo”. Pero la que tiene la fama más siniestra es “La ventanita”, antro en el que, como en el infierno del Dante, existen diversos círculos de degradación. En el último de los círculos uno tiene que andar con cuidado, no vaya a ser que tropice con un cadáver aún fresco. Lo de fresco es un decir...
Lo del terrible del caso es que, a pesar de que la producción de aguardiente es barata, según versiones de conocedores estos señores tenderían irresponsable y criminalmente a alterarlo, agregándole sustancias tóxicas, como lejía, úrea, detergentes y otras sustancias cuyas consecuencias son graves para las víctimas de esta enfermedad, que en la mayoría de los casos mueren de cáncer al hígado. De ser cierto, que mejor demostración del aserto de que la borrachera es una enfermedad inculcada, alimentada por vampiros. En la cadena de degradación, la primera víctima es el bebedor y luego, tras él, va toda su familia.
Ya es tiempo que nuestras autoridades le bajen el dedo a este negocio tan criminal y peligroso socialmente hablando, que tanto mal le hace a nuestro pueblo, que degenera, que siembra la irresponsabilidad en los consumidores, que por estar inmersos en el vicio abandonan a sus familias condenándolas al hambre y, lo que es más grave aún, que terminan procreando una prole proclive al mismo vicio. Nada hay más certero que ese antiguo dicho “De tal palo, tal astilla”, que aplicado al problema del alcoholismo y sumado a la miseria en que vive un alto porcentaje de peruanos, alcanza ribetes de espeluznante hecatombe.
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