Por Ulises Marañón
Continuando con el tema de la acentuación del analfabetismo funcional en Celendín, es indudable que uno de los trastornos que acarrea el mal uso de la informática es la aparición de este fenómeno deformador del lenguaje que es el "chat". Varios estudiosos ya se han interesado en esta especie de calé o jerga que hace tabla rasa de la gramática y ortografía. Sus efectos son desoladores. Los cultures del "chat" terminan "nivelándose" todos, por lo bajo, en cuanto a "riqueza" expresiva. Hoy, la mayoría de nuestros jóvenes, haciendo gala de un lenguaje criptográfico permutan unas grafías por otras (v. g. “K” por “Q”), suprimen algunas letras de las palabras e insertan vocablos de otros idiomas, principalmente del inglés colonialista, para expresarse. Esto es ahora la norma, lo "normal". Y nadie protesta.Es más, el cáncer mental cunde por todo sitio, incluso dentro de las entidades oficiales y privadas, donde las secretarias y demás encargados de la correspondencia importante incurren alegremente en este tipo de "redacción" sin que a sus superiores les importe ni nadie reaccione. Esta situación dice mucho del precipicio, del despeñe cultural en que hemos caído.
Y esto es desmoralizador para toda la sociedad. Cuando un joven ve ciertos excesos es normal que se haga preguntas sobre si debe o no estudiar a fondo y con responsabilidad. Viendo los altos cargos que ostentan algunos ignorantes es normal que dude del futuro que le espera. ¿Cómo es posible que en el portal web de la Municipalidad de Celendín aparezca con caracteres destacados la palabra conozca, pero escrita así: CONOSCA, o que para referirse a la remodelación de la Casa de la Cultura alguien haya puesto “Se reavilitará la Casa de la Cultura"? Hay muchas preguntas frente a este panorama, pero una que sale del alma es: ¿Qué están haciendo los maestros de la provincia de Celendín para contrarrestar esta debacle?
En un medio como el celendino, delegar la enseñanza del lenguaje a la cultura del "chat" nos parece irresponsable y criminal, en momentos en que todos deberíamos estar empeñados en lograr una plena conciencia de la identidad shilica, basándonos en gran medida en los moldes culturales nuestros, que en el pasado ya demostraron que servían para configurar personalidades y una cultura sui géneris, brillante. Es hora, pues, de reaccionar.
Para comenzar, y esperando que los maestros asuman de nuevo su rol eminente y esencial de formadores del hombre del mañana, ahora es necesario que todos actuemos con lucidez, vigilancia y responsabilidad. Las autoridades, por ejemplo, deben velar para que la contratación de personal para asuntos de redacción se haga estrictamente por méritos y conocimientos antes que por amiguismo o compadrería. No se puede delegar funciones de este tipo a un personal improvisado, pues ello redunda de inmediato, y muy negativamente, en la imagen de la institución a la que representan. El ejemplo es esencial y debe ir de arriba hacia abajo. La corrección debe provenir en primer lugar de las entidades oficiales que están en la obligación de respetar al público y a la cultura.
Hay que decir también que, desgraciadamente, tal vez ya es tarde para que ciertos funcionarios, de esos que escriben incorrectamente, intenten atrapar el tiempo perdido, porque la ortografía y la buena redacción no se adquieren en manuales, ni en cartillas, ni siquiera memorizando y practicando las reglas ortográficas. Eso ayuda, ya lo hemos dicho, pero la base es otra. Y esto lo saben bien los buenos maestros, de hoy y de siempre.
El secreto es simple: el buen decir y el buen escribir es la resultante del hábito inveterado de la lectura..., desde la infancia. Toda persona que lee correctamente, escribe y habla correctamente. Fatalmente las generaciones actuales han dejado de lado los libros por la televisión 'basura" y el internet, y las consecuencias las estamos viendo, sufriendo ahora. Los maestros celendinos, los buenos maestros, deben lanzar cuanto antes una campaña perentoria entre los niños y jóvenes: ¡CADA MES UN LIBRO!
Este es el único camino de salvación para el alma celendina.
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