Por Jorge A. Chávez Silva, “Charro”
Esta hermosa casa, diferente de todas las de la población en cuanto a concepción arquitectónica, perteneció a don Santiago Pereyra, y actualmente, creo, a sus descendientes. Su forma hexagonal difiere del resto de expresiones de la arquitectura celendina que usualmente tiene zaguanes, patios, habitaciones en torno a estos, cocina y comedor interiores y, eventualmente el tradicional corral para la crianza de diversos animales.El Dr. Ignacio De La Riva y Dr. Homero Horna Gil en la Felicicana (Foto cortesía de Magda Aliaga Bardales)
La casa fue diseñada como refugio campestre, un lugar para el descanso y la meditación, lejos de lo que podría significar el ruido de la incipiente población. En esos años en que la ciudad aún no había transpuesto el área que originalmente trazaron los fundadores, estaba enclavada en un idílico paisaje y se convirtió en parte del conjunto de La Feliciana y sus tradiciones ganaderas y taurinas. La construcción y el bosquecillo cercano enmarcaron las tardes taurinas de más recuerdo en nuestra tradición, aquellas en que la plaza estaba intacta y todavía no ejercía el funesto alcalde que la mutiló para que se construyera el local de la dotación policial y los problemas que se generaron a raíz de esto.
Su originalidad reside en el plano hexagonal, el hermoso y largo balcón circundante con escalera de acceso al costado y la profusión de rosales y enredaderas que originalmente engalanaron su entorno. Hasta había una lagunita en sus inmediaciones a la que la creencia popular atribuía propiedades mágicas de fertilidad para el ganado. Por eso los ganaderos que mercaban en la plaza de ganado llevaban a los animales en celo para que procrearan en sus inmediaciones para obtener mejores productos.Paseo a La Concertina el día de la fundación del Colegio "Celendín" (Foto Magda Aliaga Bardales)
El zumbón pueblo shilico la bautizó como “La Concertina” por su semejanza con ese instrumento musical, familia de los acordeones, de uso popular en la época para acompañar valses criollos y aires arrabaleros llegados del Río de La Plata, muy de moda por entonces.En las décadas de los treinta y cuarenta vivió su apogeo, convirtiéndose en el lugar obligado de cuanta reunión hubiera. Lo prueban numerosas fotografías de celendinos que gozaron gratos momentos, amparados por el celaje azul y el alcanfor de los bosques circundantes y perpetuaron ese acontecer en magníficas fotografías, algunas de las cuales publicamos en CPM.
En el inicio de su decadencia se tejieron historias siniestras en torno a ella y la casa fue gradualmente abandonada hasta devenir en el estado deplorable en que actualmente navega. Parece un barco escorando, cercano al naufragio, sin la arboladura de sus balaustres, ni el velamen de sus rosales. Hasta se ha trazado una calle en las cercanías con el nombre del ex alcalde Adolfo Aliaga Apaéstegui ¿Hasta allí llega la inmodestia?
Cuando la casa finalmente se hunda se habrá perdido para siempre la imagen del tradicional barrio de la Feliciana, con su tradición taurina, sus chinganas humeantes, sus ricos tamales lengua de gato y sus cecinas colgando al sol.
Es hora que la casa de la cultura y el municipio tomen cartas en el asunto. No podemos permitir que se siga deteriorando el perfil arquitectónico de nuestra ciudad. Es necesario recuperar este monumento. Que no corra la funesta suerte del Colegio “Javier Prado” y del 82. Debemos salvar a “La Concertina” para que siga el carnaval.
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