Por Crispín Piritaño
Celendín
Se consumó el anunciado connubio Gobierno-Newmont-Buenaventura, lesivo para Cajamarca y el planeta entero. En un discurso dubitante, sin la firmeza que debe caracterizar a un gobernante honesto y de principios, Ollanta Humala anunció que el proyecto Conga va, demostrando que en el Perú gobierna la Newmont y sus cómplices, demostrando que el fujimontescinismo embozado, encarnado en el inepto Valdés, le ha metido la mano a la conciencia y le ha hecho olvidar su cacareado nacionalismo, reduciendo sus promesas al pueblo a la condición risible de balandronadas de un payaso de feria. En resumen, hemos asistido a la sepultura de un presidente que abonó las esperanzas del pueblo y hemos asistido a la consagración de un traidor.
Humala ha anunciado, sin ninguna convicción, por supuesto, que el Estado garantizará que Yanacocha cumpla con las recetas prescritas por el peritaje amañado que pretendió parchar el EIA hecho por Newmont y que avaló, entre medianoche y gallos, en su últimos días de gobierno, el otro gran corrupto y corruptor que ha hundido a la patria: Alan García. Es ingenuo pensar que Yanacocha cumplirá con sus promesas de cuidar el medio ambiente y el agua. Humala no es ingenuo, sabe que está mintiendo, pero lo hace, mimando una firmeza que no tiene. Los cajamarquinos conocemos ya lo que ocurrirá, sabemos desde hace veinte años como actúan ciertos ambiciosos sin escrúpulos, ávidos de riquezas sin importar a quien atropellan, como son los directivos de Newmont y sus socios y cómplices peruanos.
Los cajamarquinos estamos pues solos frente a un adversario todopoderoso, que ha comprado a la autoridad del Estado, que debía protegernos. Una lección que nos renueva la Historia: no contar sino con nuestras fuerzas, que son las fuerzas del pueblos peruano. ¿Qué podíamos esperar de un pusilánime, de un mentiroso, que cambia su discurso sin cesar y que hoy sólo se cuadra ante el espectro del fujimontescinismo representado por el torvo Valdés? Como alumno aprovechado de Montesinos, el actual premier le aconseja sin empacho al presidente que no cumpla con las promesas electorales, que traicione al pueblo, y el presidente se queda callado, tan pancho, bendiciendo que lo embarren con semejante lodo. Como se recordará, esto de desdecirse lo hizo en su momento el corrupto Fujimori, que juró que no iba a proceder al paquetazo que anunciaba Vargas Llosa y al final lo aplicó sin misericordia. Dos generaciones de peruanos han sufrido ya esa fatal determinación.
Frente a la desvergüenza de nuestros gobernantes, que todo el planeta condena, los cajamarquinos han reaccionado más fuertes y unidos que nunca, rechazando con firmeza el intentos de imponernos la expoliación de los recursos de Minas Conga a manos de la Newmont Mining y sus cómplices de Buenaventura. El pueblo ha salido a protestar en las calles y plazuelas, y está dispuesto a no ceder en sus justas y vitales aspiraciones, manteniéndose en la lucha hasta el final.
En medio del fragor de la batalla social y cívica, sin embargo, surge un clamor, junto al reclamo de unidad y de organicidad para el movimiento popular: hay que cambiar la Constitución. Este reclamo cristaliza en el pedido que hacen nuestros dirigentes al pueblo, fuente de legitimidad y democracia: hay que forzar e imponer una nueva Carta. Hoy es más urgente y vital que nunca sustituir la Constitución írrita de 1993, surgida de las cloacas de la dictadura, que privilegia más a los ricos y condena a grandes mayorías a la miseria y a la contaminación, por una Carta que nos abra las puertas del futuro. De allí la urgencia del cambio. Los cajamarquinos se han impuesto el reto de conseguir cinco millones de firmas para precipitar ese cambio y posibilitar un nuevo orden en el Perú.
La Constitución del 1993, concebida en la matriz del fujimontescinismo inmundo, tiró abajo la de 1979, promulgada por la Asamblea Constituyente y preparada por auténticos representantes del pueblo, entre los que había juristas de reconocido prestigio, que hicieron de ella un instrumento que debía regir los destinos de la patria en el siglo XXI. La Constitución del 1993, hecha con intención nefanda y con nombre propio, para permitir la re-re-reelección del dictador nipón, es apócrifa y venenosa. Ha servido para enriquecer a sátrapas como Fujimori y Alan García, y a vendepatrias como Montesinos, Hermoza Ríos, Joy Way, Yoshiyama, León Alegría, Quimper, Del Castillo y muchos más, vía la corrupción generalizada que impuso en sus respectivos gobiernos. Las ingentes riquezas soterradas que poseen estos delincuentes son una prueba inobjetable de los vacíos que tiene ese documento, manoseado con las interpretaciones "auténticas" a que fue sometido para que los robos, desfalcos y asaltos a la voluntad popular alcancen cifras siderales.
En medio de esa Constitución está el óvulo fecundando por el monstruo de la avidez imperial, el óvulo que ha terminado dando a luz a la criminal Ley de Minería, que da visos de legalidad al despojo de tierras a miles de campesinos y nativos, y encima los somete, a ellos y sus hijos, como para que en dos o tres generaciones no sobrevivan para contarlo, a la contaminación irreversible del medio ambiente. Esto lo saben a fondo los cajamarquinos, pues es lo que ha ocurrido con los pueblos aledaños a la explotación de la voraz Yanacocha. Este crimen ha ocurrido en el Perú y ha contado con la cómplice bendición de los Fujimori, Toledo, García y, ahora, Humala. El mundo entero condena prácticas bárbaras como la lixiviación del cianuro y toda explotación a tajo abierto en la que se haga uso de explosivos altamente radiactivos que inutilizan los terrenos para la agricultura. En el Perú, todo esto es agua de borrajas, y nuestros gobernantes mienten y traicionan con cara de palo. Lo esencial es que las billeteras engorden y que los amos verdaderos estén contentos. Qué importan los cholos, cuya única virtud es votar cada cinco años y a los que fácilmente se engaña.
Esta claro que no nos queda otra. Entre las tareas de limpieza histórica que debemos asumir los cajamarquinos y los peruanos en general, está el cambio urgente de Constitución. Así que ya lo sabemos. Si queremos cambiar el actual y vergonzoso estado de cosas, debemos firmar por una nueva Constitución que proteja la vida y el agua, y castigue a los políticos que se valen de mentiras para llegar al poder y después apuñalan al pueblo con tembloroso pero criminal gesto. Así no debe jugar Perú.
Celendín
Se consumó el anunciado connubio Gobierno-Newmont-Buenaventura, lesivo para Cajamarca y el planeta entero. En un discurso dubitante, sin la firmeza que debe caracterizar a un gobernante honesto y de principios, Ollanta Humala anunció que el proyecto Conga va, demostrando que en el Perú gobierna la Newmont y sus cómplices, demostrando que el fujimontescinismo embozado, encarnado en el inepto Valdés, le ha metido la mano a la conciencia y le ha hecho olvidar su cacareado nacionalismo, reduciendo sus promesas al pueblo a la condición risible de balandronadas de un payaso de feria. En resumen, hemos asistido a la sepultura de un presidente que abonó las esperanzas del pueblo y hemos asistido a la consagración de un traidor.
Humala ha anunciado, sin ninguna convicción, por supuesto, que el Estado garantizará que Yanacocha cumpla con las recetas prescritas por el peritaje amañado que pretendió parchar el EIA hecho por Newmont y que avaló, entre medianoche y gallos, en su últimos días de gobierno, el otro gran corrupto y corruptor que ha hundido a la patria: Alan García. Es ingenuo pensar que Yanacocha cumplirá con sus promesas de cuidar el medio ambiente y el agua. Humala no es ingenuo, sabe que está mintiendo, pero lo hace, mimando una firmeza que no tiene. Los cajamarquinos conocemos ya lo que ocurrirá, sabemos desde hace veinte años como actúan ciertos ambiciosos sin escrúpulos, ávidos de riquezas sin importar a quien atropellan, como son los directivos de Newmont y sus socios y cómplices peruanos.
La mentira y la traición se están haciendo de un nuevo rostro. |
Frente a la desvergüenza de nuestros gobernantes, que todo el planeta condena, los cajamarquinos han reaccionado más fuertes y unidos que nunca, rechazando con firmeza el intentos de imponernos la expoliación de los recursos de Minas Conga a manos de la Newmont Mining y sus cómplices de Buenaventura. El pueblo ha salido a protestar en las calles y plazuelas, y está dispuesto a no ceder en sus justas y vitales aspiraciones, manteniéndose en la lucha hasta el final.
En medio del fragor de la batalla social y cívica, sin embargo, surge un clamor, junto al reclamo de unidad y de organicidad para el movimiento popular: hay que cambiar la Constitución. Este reclamo cristaliza en el pedido que hacen nuestros dirigentes al pueblo, fuente de legitimidad y democracia: hay que forzar e imponer una nueva Carta. Hoy es más urgente y vital que nunca sustituir la Constitución írrita de 1993, surgida de las cloacas de la dictadura, que privilegia más a los ricos y condena a grandes mayorías a la miseria y a la contaminación, por una Carta que nos abra las puertas del futuro. De allí la urgencia del cambio. Los cajamarquinos se han impuesto el reto de conseguir cinco millones de firmas para precipitar ese cambio y posibilitar un nuevo orden en el Perú.
La Constitución del 1993, concebida en la matriz del fujimontescinismo inmundo, tiró abajo la de 1979, promulgada por la Asamblea Constituyente y preparada por auténticos representantes del pueblo, entre los que había juristas de reconocido prestigio, que hicieron de ella un instrumento que debía regir los destinos de la patria en el siglo XXI. La Constitución del 1993, hecha con intención nefanda y con nombre propio, para permitir la re-re-reelección del dictador nipón, es apócrifa y venenosa. Ha servido para enriquecer a sátrapas como Fujimori y Alan García, y a vendepatrias como Montesinos, Hermoza Ríos, Joy Way, Yoshiyama, León Alegría, Quimper, Del Castillo y muchos más, vía la corrupción generalizada que impuso en sus respectivos gobiernos. Las ingentes riquezas soterradas que poseen estos delincuentes son una prueba inobjetable de los vacíos que tiene ese documento, manoseado con las interpretaciones "auténticas" a que fue sometido para que los robos, desfalcos y asaltos a la voluntad popular alcancen cifras siderales.
En medio de esa Constitución está el óvulo fecundando por el monstruo de la avidez imperial, el óvulo que ha terminado dando a luz a la criminal Ley de Minería, que da visos de legalidad al despojo de tierras a miles de campesinos y nativos, y encima los somete, a ellos y sus hijos, como para que en dos o tres generaciones no sobrevivan para contarlo, a la contaminación irreversible del medio ambiente. Esto lo saben a fondo los cajamarquinos, pues es lo que ha ocurrido con los pueblos aledaños a la explotación de la voraz Yanacocha. Este crimen ha ocurrido en el Perú y ha contado con la cómplice bendición de los Fujimori, Toledo, García y, ahora, Humala. El mundo entero condena prácticas bárbaras como la lixiviación del cianuro y toda explotación a tajo abierto en la que se haga uso de explosivos altamente radiactivos que inutilizan los terrenos para la agricultura. En el Perú, todo esto es agua de borrajas, y nuestros gobernantes mienten y traicionan con cara de palo. Lo esencial es que las billeteras engorden y que los amos verdaderos estén contentos. Qué importan los cholos, cuya única virtud es votar cada cinco años y a los que fácilmente se engaña.
Esta claro que no nos queda otra. Entre las tareas de limpieza histórica que debemos asumir los cajamarquinos y los peruanos en general, está el cambio urgente de Constitución. Así que ya lo sabemos. Si queremos cambiar el actual y vergonzoso estado de cosas, debemos firmar por una nueva Constitución que proteja la vida y el agua, y castigue a los políticos que se valen de mentiras para llegar al poder y después apuñalan al pueblo con tembloroso pero criminal gesto. Así no debe jugar Perú.
¡FUERA YANACOCHA DE CELENDIN! ¡CONGA NO VA Y NO VA!
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