Cerrando en forma brillante los homenajes por el Centenario del nacimiento de José María Arguedas sale a la luz “Días de sol y silencio”, un libro de Alfredo Pita que narra los últimos años del escritor apurimeño junto a su familia y en su casa de Los Ángeles, Chaclacayo, tiempo del que fue testigo vivencial. El texto, que es una muestra más de la alta calidad literaria de Alfredo Pita, tiene la virtud de devolvernos a un Arguedas humano, gozoso y sufrido, frente al héroe deidificado y casi mítico que nos quieren vender algunas voces interesadas. Hemos leído con mucho cuidado el libro y nos ha llamado la atención cierta parte en la que Alfredo conversa con José María sobre Celendín y la presencia lejana de otro autor emblemático nuestro, don Alfonso Peláez Bazán. El relato de Alfredo Pita en su conjunto denota una sensibilidad y una pluma que gratifica la espera de sus lectores, entre los que nos contamos, pues nuestro paisano es ya, para muchos, un escritor de culto. Reproducimos el artículo aparecido en el diario La Primera, el 18/12/2011 (NdlR).
ARGUEDAS EN LOS ANGELES
Por Marco Fernández
Desde París, su actual residencia, el escritor Alfredo Pita ha resaltado en la introducción de su “Días de sol y silencio” que la insistencia de su editor peruano, Lucas Lavado, y su habilidad para presionarlo “moralmente” ha hecho posible este libro donde narra sus momentos con José María Arguedas y su esposa Sybila Arredondo, en Los Ángeles, en Chaclacayo entre abril de 1967 y noviembre de 1969.
Hay muchas cosas que resaltar en este libro. Una de ellas es el imperativo de escribir de José María Arguedas. En el libro, Pita recrea una conversación de José María Arguedas y Hugo Pesce, médico y filósofo peruano que fue declarado hace diez años Héroe de la Salud Pública en el Perú por la Organización Panamericana de la Salud (OPS)
-“ Doctor Pesce- dice Arguedas- usted es uno de los grandes criminales que hay en este país…!
Pesce se detuvo en seco, sorprendido, y balbuceó:
-¿Por qué me dice eso, José María?
-Porque con todo lo que sabe, ha visto y ha vivido, hasta ahora usted no ha escrito sus memorias, doctor.
Pesce sonrió, avanzó, y ambos se abrazaron. El médico subrayó:
-Entonces lo mismo se puede decir de usted, José María. ¡Ya somos dos los criminales…!
José María no reaccionó ante la respuesta. Sonriente y acogedor guió a la visita al interior de la casa, mientras yo pensaba que él, en su obra, al habernos revelado mundos llenos de tanta humanidad, ternura, dolor y poesía, ya había hecho un suficiente trabajo de memoria y testimonio”. (página 53).
Para José María Arguedas saber y vivir y no compartir era un crimen.
Testimonios como el de Alfredo Pita son necesarios para poder ver a personajes como Arguedas, para poder acercarnos a detalles humanos que no podemos conocer en la obra o la crítica de la obra. En la página 55 podemos leer que Pita se refiere a Arguedas como “Un amigo que pese a sus silencios, a su frecuente adustez, a su talante grave, a sus manos a veces olvidadas en los bolsillos y a su mirada perdida en alguna lejana quebrada, o precipicio, de los Andes o de su accidentada biografía, en ocasiones me sorprendía con su agudeza y amplitud”.
Dato interesante también es el que cuenta con respecto a los dolores de Arguedas. “José María escribía en su dormitorio, donde salía a veces pálido y desolado, frotándose la nuca, quejándose de un dolor insoportable en esa zona… producto del estrés, del insomnio y de las frustraciones frente al trabajo que importa y que no avanza como uno quisiera (páginas 59 y 60). Su amiga Gabriela Heinecke, Gaby, como la llamaban todos, quería darle clases de yoga, para que José María se quitara ese dolor y pudiera trabajar tranquilamente, pero “no aceptó”, cuenta Pita, “En cambio sí dio un audaz paso hacia la exploración psicoanalítica”, cosa que no era muy aceptada por sus contemporáneos. Para Arguedas, eran más importantes otros dolores que los dolores del cuerpo.
FOTOGRAFÍAS INÉDITAS
Comúnmente, advierte el autor, las fotografías que se reproducen de Arguedas, en diversos medios de comunicación, no cuentan con una debida información. En este libro podemos ver las imágenes de Olga Luna, quien fotografió la clásica foto de la sala, en ropas oscuras, delante del estante de libros; y también las del jardín, en donde posa con su familia (Sybila Arredondo y los dos hijos de ella), además de Mizy, el gato, y un gato de peluche. Pita lo describe así: “en la foto aparece José María frunciendo la nariz, haciendo, sin querer, ese gesto felino, muy de él que lo acercaba a Mizy (el gato) y su símil de trapo” (página 83).
Arguedas bañándose en el río Rímac, o de paseo por el Cañón del Pato son algunas imágenes que nos acercan a la intimidad del escritor.
Dato curiosos y que me lo verificó Severino de la Cruz, personaje real que inspiró al Rendón Willka de “Todas las sangres”, es que José María Arguedas sentía un sentimiento de culpa por haber dejado a Celia Bustamante, su primera esposa, por Sybila Arredondo. “En una ocasión”, cuenta Alfredo Pita, “cuando iba a una de esas visitas “cuando iba a una de estas visitas, llegamos a la casa de Celia Bustamante, su primera esposa. Me dijo que lo esperase en el auto, que no iba a tardar mucho, pero se quedó dentro por lo menos una hora y media. Me había dicho que iba a entregarle a su ex mujer la pensión mensual que le pasaba, pero sospecho que no solo se trataba de entregar el sobre que llevaba en el bolsillo del saco sino también de hablar con ella, de resolver algunos problemas. El hecho es que cuando volvió estaba muy abatido. Me pidió disculpas por la espera, pero también me dijo que las dificultades de salud y las quejas de su ex esposa le hacían mucho daño”.
En otra ocasión, Pita tuvo que esperar alrededor de una hora en el escarabajo Volkswagen de José María Arguedas, mientras éste conversaba con Dora Varona, esposa del entonces fallecido Ciro Alegría.
“—¡Pobre, Ciro…! ¡Pobre hombre…!” había exclamado Arguedas.
“Al parecer”, recuerda Alfredo Pita, “Dora, ante las cajas de papeles y archivos dejados por su esposo había decidido actuar y había llamado a José María para que la ayudase en la empresa que estaba por lanzarse. (…) Ciro Alegría había dejado muchos papeles sueltos, e, incluso, manuscritos no terminados, y su mujer quería no solo poner orden, legítimamente, en todo eso, sino que, eventualmente, quería terminar de escribir algunas de las historias que habían quedado inconclusas para publicarlas. Era, en todo caso, lo que había comprendido Arguedas”.
—¡Las viudas…! ¡Ah, las viudas…! —exclamó Arguedas y rieron juntos.
Hay muchas cosas más que resaltar de este interesante libro que le rinde un homenaje merecido a José María Arguedas en el centenario de su natalicio. Es un aporte de primera mano sobre la intimidad de Arguedas, en cuanto a los relatos del autor y la serie de fotografías que nos revela a un escritor aún más cercano a nosotros.
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ARGUEDAS EN LOS ANGELES
Por Marco Fernández
Desde París, su actual residencia, el escritor Alfredo Pita ha resaltado en la introducción de su “Días de sol y silencio” que la insistencia de su editor peruano, Lucas Lavado, y su habilidad para presionarlo “moralmente” ha hecho posible este libro donde narra sus momentos con José María Arguedas y su esposa Sybila Arredondo, en Los Ángeles, en Chaclacayo entre abril de 1967 y noviembre de 1969.
Hay muchas cosas que resaltar en este libro. Una de ellas es el imperativo de escribir de José María Arguedas. En el libro, Pita recrea una conversación de José María Arguedas y Hugo Pesce, médico y filósofo peruano que fue declarado hace diez años Héroe de la Salud Pública en el Perú por la Organización Panamericana de la Salud (OPS)
-“ Doctor Pesce- dice Arguedas- usted es uno de los grandes criminales que hay en este país…!
Pesce se detuvo en seco, sorprendido, y balbuceó:
-¿Por qué me dice eso, José María?
-Porque con todo lo que sabe, ha visto y ha vivido, hasta ahora usted no ha escrito sus memorias, doctor.
Pesce sonrió, avanzó, y ambos se abrazaron. El médico subrayó:
-Entonces lo mismo se puede decir de usted, José María. ¡Ya somos dos los criminales…!
José María no reaccionó ante la respuesta. Sonriente y acogedor guió a la visita al interior de la casa, mientras yo pensaba que él, en su obra, al habernos revelado mundos llenos de tanta humanidad, ternura, dolor y poesía, ya había hecho un suficiente trabajo de memoria y testimonio”. (página 53).
Para José María Arguedas saber y vivir y no compartir era un crimen.
El escritor José María Arguedas y la carátula del nuevo libro de Alfredo Pita.
Testimonios como el de Alfredo Pita son necesarios para poder ver a personajes como Arguedas, para poder acercarnos a detalles humanos que no podemos conocer en la obra o la crítica de la obra. En la página 55 podemos leer que Pita se refiere a Arguedas como “Un amigo que pese a sus silencios, a su frecuente adustez, a su talante grave, a sus manos a veces olvidadas en los bolsillos y a su mirada perdida en alguna lejana quebrada, o precipicio, de los Andes o de su accidentada biografía, en ocasiones me sorprendía con su agudeza y amplitud”.
Dato interesante también es el que cuenta con respecto a los dolores de Arguedas. “José María escribía en su dormitorio, donde salía a veces pálido y desolado, frotándose la nuca, quejándose de un dolor insoportable en esa zona… producto del estrés, del insomnio y de las frustraciones frente al trabajo que importa y que no avanza como uno quisiera (páginas 59 y 60). Su amiga Gabriela Heinecke, Gaby, como la llamaban todos, quería darle clases de yoga, para que José María se quitara ese dolor y pudiera trabajar tranquilamente, pero “no aceptó”, cuenta Pita, “En cambio sí dio un audaz paso hacia la exploración psicoanalítica”, cosa que no era muy aceptada por sus contemporáneos. Para Arguedas, eran más importantes otros dolores que los dolores del cuerpo.
FOTOGRAFÍAS INÉDITAS
Comúnmente, advierte el autor, las fotografías que se reproducen de Arguedas, en diversos medios de comunicación, no cuentan con una debida información. En este libro podemos ver las imágenes de Olga Luna, quien fotografió la clásica foto de la sala, en ropas oscuras, delante del estante de libros; y también las del jardín, en donde posa con su familia (Sybila Arredondo y los dos hijos de ella), además de Mizy, el gato, y un gato de peluche. Pita lo describe así: “en la foto aparece José María frunciendo la nariz, haciendo, sin querer, ese gesto felino, muy de él que lo acercaba a Mizy (el gato) y su símil de trapo” (página 83).
Arguedas bañándose en el río Rímac, o de paseo por el Cañón del Pato son algunas imágenes que nos acercan a la intimidad del escritor.
Dato curiosos y que me lo verificó Severino de la Cruz, personaje real que inspiró al Rendón Willka de “Todas las sangres”, es que José María Arguedas sentía un sentimiento de culpa por haber dejado a Celia Bustamante, su primera esposa, por Sybila Arredondo. “En una ocasión”, cuenta Alfredo Pita, “cuando iba a una de esas visitas “cuando iba a una de estas visitas, llegamos a la casa de Celia Bustamante, su primera esposa. Me dijo que lo esperase en el auto, que no iba a tardar mucho, pero se quedó dentro por lo menos una hora y media. Me había dicho que iba a entregarle a su ex mujer la pensión mensual que le pasaba, pero sospecho que no solo se trataba de entregar el sobre que llevaba en el bolsillo del saco sino también de hablar con ella, de resolver algunos problemas. El hecho es que cuando volvió estaba muy abatido. Me pidió disculpas por la espera, pero también me dijo que las dificultades de salud y las quejas de su ex esposa le hacían mucho daño”.
En otra ocasión, Pita tuvo que esperar alrededor de una hora en el escarabajo Volkswagen de José María Arguedas, mientras éste conversaba con Dora Varona, esposa del entonces fallecido Ciro Alegría.
“—¡Pobre, Ciro…! ¡Pobre hombre…!” había exclamado Arguedas.
“Al parecer”, recuerda Alfredo Pita, “Dora, ante las cajas de papeles y archivos dejados por su esposo había decidido actuar y había llamado a José María para que la ayudase en la empresa que estaba por lanzarse. (…) Ciro Alegría había dejado muchos papeles sueltos, e, incluso, manuscritos no terminados, y su mujer quería no solo poner orden, legítimamente, en todo eso, sino que, eventualmente, quería terminar de escribir algunas de las historias que habían quedado inconclusas para publicarlas. Era, en todo caso, lo que había comprendido Arguedas”.
—¡Las viudas…! ¡Ah, las viudas…! —exclamó Arguedas y rieron juntos.
Hay muchas cosas más que resaltar de este interesante libro que le rinde un homenaje merecido a José María Arguedas en el centenario de su natalicio. Es un aporte de primera mano sobre la intimidad de Arguedas, en cuanto a los relatos del autor y la serie de fotografías que nos revela a un escritor aún más cercano a nosotros.
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